Érase una vez Conquista...
Érase una vez un camino de la plata hacia la Conquista. Un tal Antonio que nació allí érase. Su vida transcurría con sencillez en un pueblo dedicado a la ganadería y a la agricultura. Él mismo ayudaba a su padre en las labores del campo durante la mañana. Sin embargo, cuando la jornada de siembra concluía, lo esperaban en el pueblo los libros de secundaria, en una especie de academia que había montado el cura, don Francisco Calero. Debían correr los primeros años de la década de los sesenta.
Por aquel entonces, concluir los estudios suponía casi una obra de ingeniería de las que se construyen en la NASA. No exagero. Ya saben ustedes que yo nunca exagero. Pero no piensen que los alumnos tenían que diseñar una nave para viajar al espacio, si querían pasar de curso. Probablemente, Amstrong tuvo más facilidades en su periplo. En aquellos entonces, cien kilómetros podían suponer un madrugón y doce horas de viaje. Un instituto, lo más parecido a un oasis en el desierto. Y combinar trabajo en el campo y memorizar nombres de ríos, ni les cuento.
Antonio era un muchacho muy persistente (¿o me dijo cabezón?) y fue capaz de eso y de... ¡¡puff!! muchísimas cosas más. Estudió por libre, examinándose en Puertollano los meses de junio y septiembre. Y cuando tocó el turno de Magisterio, en Ciudad Real. Si sumamos kilómetros, y horas, y esfuerzo, y valentía, y... ¡se me bloquea la calculadora!
En Córdoba aterrizó a los veinte años, para que sus hermanas estudiasen en uno de los tres institutos que había en la provincia, en el Instituto Góngora -junto a los de Cabra y Peñarroya. Después se fue a la mili y a la vuelta del turrón, a trabajar. Sus últimos veintisiete años como maestro, catorce de ellos como director, los ha pasado en el colegio San Vicente Ferrer, en el barrio de Cañero, “que es como un pueblo pequeño, muy sano, del que me siento parte”.
En cuanto a “Esa vida del aire libre que teníamos” la revive en su parcela, “me sirve un poco de relax”. Entre tomates y lechugas se acuerda de la pandilla del pueblo. De las tardes que salían con sus bicicletas al río a pescar y buscar nidos, a coger ranas y lagartos, a jugar y correr, sin más preocupación que la juventud.
Pincha y escucha la historia del nombre de Conquista: Conquista, la leyenda de su nombre.
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