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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

P de poetas, P de pensamiento

P de poetas, P de pensamiento

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A uno le descubrí en su estudio, a otra en un bar. Los dos estaban en sótanos, quizás porque la poesía sale de dentro, quizás sólo porque al uno no le quedó más remedio que instalarse allá abajo para no interrumpir la vida familiar, quizás porque la editorial de la otra no encontró mejor lugar que el salón en los bajos de un hotel para presentar su nuevo poemario. En cualquier caso, todo ocurrió en menos de 24 horas y después de pensarlo bien creo que ni uno ni la otra podrían haber estado en lugares más oportunos que esos dos locales subterráneos.

A José Antonio le seguía desde hacía tiempo; a María la gugleé un rato antes de acudir a la presentación de su último libro. Del uno sabía que era un agitador cultural, un activista del pensamiento crítico; de la otra descubrí que hace tres lustros que convirtió el sexo en arte. De los dos he aprendido que la poesía es el mejor arma contra el vaciado mental al que nos somete la superficialidad del postureo social de nuestras pantallas. En 24 horas. Sí, soy producto de mi tiempo ¿qué quieren que les diga? Una criatura que habita el tiempo de la comida rápida y el “me gusta” inmediato, madurada junto a la que posiblemente sea la última generación que creció jugando y relacionándose sin la mediación de pantallas, así que las revelaciones las tengo así, de pronto, en un pestañeo (purita fast vision), pero las digiero y maduro cerrando los ojos y dejando a mis neuronas trabajar con la pantalla apagada. 

Pero lo que importa aquí no es lo que mi cerebro haya procesado; lo importante aquí es lo que uno y otra removieron desde sus respectivos sótanos. Puro underground.

José Antonio GÓmez VAreLa, GOVAL, estuvo tres horas contándome con un desparrame poético y artístico, utilizando todo tipo de objetos y criaturas salidas de su imaginación y creadas con sus manos, cómo nos hicimos humanos, cómo aparecimos en el último segundo del último minuto del último día de la vida del Universo, cómo funciona nuestro cerebro y cómo nuestra insignificante existencia afecta a lo verdaderamente importante: la vida del planeta. Si esta bruta que soy ya se sentía pequeña ante un artista, sus explicaciones acabaron por escribir en mi cabeza la conclusión definitiva: somos un mojón.

Escuchando a María Piña recitar los versos de su poemario “Susurros al oído” en una performance de vino, música y palabras me removí si no tanto, sí lo sufiente para darme cuenta de lo que me queda por aprender. La irreverencia de sus versos eróticos arrancó la sonrisa nerviosa de los incautos que acudieron a la cita atraídos por el vino más que por la poesía. ¿Ha dicho semen? ¿Que se bebe qué? Sí, el erotismo aún agita en su silla a algunos, mientras la pornografía pervierte en las redes la educación sexual de jóvenes inexpertos dejando que la violencia sea confundida con el placer. 

María sonaba auténtica. Desmitificar el sexo, poner luz sobre una actividad tan cotidiana como el comer, y hacerlo con la naturalidad con la que fluyen las palabras en su libro puede ser o no del gusto del que escucha o lee. Eso no es lo relevante. Lo que vuelve a importar aquí es que la poesía agite, haga pensar y cuestionarse a una misma.

María Piña usa las palabras para dejarnos construir imágenes que reconocemos como propias, para reconocernos en la intimidad sin el aspaviento de la mojigatería.

Goval usa imágenes para dejarnos construir discursos, relatos y palabras que nos abran la mente y nos permitan reescribirnos como humanas. Poesía visual.

La una y el otro hacen poesía para pensar. Piensen

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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