Ataeros
María está preocupada. Hace días que no logra conciliar el sueño. Está inquieta, por eso cuenta su historia a la primera persona que quiera escucharla, quizás así logre liberarse de su mal y recupere la paz.
El origen de su desasosiego tiene 20 años, se llama Elena y no consiguió acabar la ESO, aunque ahora tiene un trabajillo lavando cabezas en una peluquería del barrio. El sueldo es reducido y, claro, eso no da para alimentar dos bocas. Y ahí es donde María no consigue mantener la calma. Un bebé aguanta con la teta unos meses, pero cuando te quieres dar cuenta te están pidiendo unos duros para salir por ahí.
Cuando supo lo de su embarazo, María ayudó a Elena a instalarse en un piso que compró en los tiempos de la burbuja como negocio y que llevaba casi un año vacío. Trató de convencerla de que ocupase el apartamento con el padre de la criatura -José, 22 años, sin estudios y sin empleo- y ahí fue donde María ya perdió toda la esperanza de volver a dormir.
“Los jóvenes de ahora no quieren ataeros, sólo divertirse”. Y eso es algo que una soltera de 83 años que ha soñado toda la vida con vestirse de blanco no puede entender. Claro que la opinión de la tía María no es algo que preocupe a su sobrina Elena, la misma que la visita en la residencia cada principio de mes para recibir la paga.
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