Génesis
El cine nació en París en 1895. Hoy en día es posible que al espectador medio las primeras escenas no resulten nada impresionantes, a no ser que algún genio de la Industrial Light & Magic pudiera recrear fielmente la atmósfera de aquella tarde de de 28 de diciembre de 1895. Después de haber pagado un franco por la entrada, baje usted al mal ventilado sótano de un café del Boulevar des Capunines en el que se encontrará cien sillas bien apretadas (de las que, por cierto, sólo treinta y tres están ocupadas. Si comparamos esa primera recaudación cinematográfica con los dos mil millones generados por la última entrega del justiciero de Gotham, máxima expresión, por cierto, de lo que representa la épica del desencanto, quizá resulte poco impresionante), entonces siéntese y dispóngase a ver un espectáculo que durará poco más de veinte minutos. Si lo consigue, entonces esas imágenes que forman films de medio minuto le obsesionarán toda la vida.
Decía Auguste Lumière en sus memorias: “Mi hermano, en una noche, inventó el cinematógrafo”. En esta lacónica frase se oculta el nacimiento de una nueva época.
El cine aparece así como una gigantesca fuerza capaz de crear mitos, héroes, estados de opinión, mentalidades... El cine dio y usurpó gloria, exigió víctimas, avanzó cruel y frenético, imponiéndose, arrollando. Elevó a muchachas desconocidas hasta la embriaguez del triunfo y la popularidad para más tarde destrozar implacablemente los propios ídolos que había creado...
El cine ha creado pautas de conducta, modas, incluso estilos de vida.
La historia del cine es la historia de nuestro tiempo.
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