Cristina García Rodero: “España ha dado pocas posibilidades a los fotógrafos para contar qué pasaba durante la pandemia”
Antes de que cualquier mortal hablara con la mirada tras la irrupción de la pandemia sanitaria, Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) ya llevaba décadas haciéndolo. Sus enormes ojos verdes, su apenas metro y medio, su cámara y su forma de mirar le han valido para convertirse en un referente de la fotografía y de lucha feminista a golpe de éxitos labrados. Fue la primera persona de nacionalidad española que entró a formar parte de la prestigiosa Agencia Magnum y entre los galardones que ha recibido destaca el Premio Nacional de Fotografía en 1996 en España.
Aunque ha viajado sola en muchísimas ocasiones, nunca lo hacía del todo. Al principio le acompañaron pesadas cámaras. Los avances y la tecnología hicieron que ese peso languideciera y la balanza se inclinara hacia la experiencia. Ha trabajado con películas y en digital. Salió de un pequeño pueblo de España para ser aquello que soñaba y lo consiguió con creces. Fue a la Universidad, estudió pintura y luego se dejó embaucar por la fotografía en busca de un nuevo lenguaje con el que comunicarse. A veces, las palabras no bastan. Quiso fotografiar España y se fue por numerosos pueblos de la Península en busca de aquello que iba a desaparecer. Así nació España oculta, su obra cumbre que la catapultó.
Su voz está llena de serenidad y dulzura. Pero también de energía y vivacidad. De nuevo, García Rodero regresa a Córdoba -ciudad natal de su familia paterna- para acudir a la presentación de Animalario, una exposición en la que se han dado cita una veintena de fotógrafos y que puede verse en al Fundación Rafael Botí. Coqueta como ella sola, se sirve de una de sus fotografías de España oculta, expuesta en la muestra, para coger su reflejo y pintarse los labios de un rojo intenso. La cercanía con la que impregna la entrevista hará que, a continuación, se acerquen a una Cristina García Rodero majestuosamente natural. Como sus fotografías.
PREGUNTA (P). Con la pandemia hemos tenido que aprender a hablar con los ojos, pero usted lleva años haciéndolo.
RESPUESTA (R). Siempre he hablado con los ojos. Era muy obsesa de buscar las miradas porque me parece que los ojos expresan muchísimo. Te puedes comunicar muy bien con ellos. Cuando he salido fuera de España, yo no hablo idiomas, sólo español e italiano, por lo que me fijo mucho en la mirada y en el cuerpo para entender. A veces, incluso, he utilizado dibujos para poder comunicarme con la gente. Pongo en funcionamiento todo mi cuerpo para que la gente me entienda pero, sin lugar a dudas, una mirada es lo que más dice de un ser humano. También su boca, por ejemplo. Hice una exposición que era buscando cómo la boca podía expresar todos los sentimientos y las emociones de una persona.
Una buena foto debe contar una historia desde la sinceridad y la creatividad
P. ¿Ha fotografiado durante la pandemia?
R. Sí, sobre todo al principio. Recuerdo que podíamos salir a hacer la compra y todos los días intentaba hacer una pequeña compra. Hablaban tanto del peligro en la calle pero para mí no existía porque me pasaba horas sola por la calle. A veces, después de andar por cinco manzanas, me encontraba una persona alejada. Tampoco había problemas de contaminación. Otra cosa fue cuando empezaron a dejar salir a la gente por la tarde, a sacar al perro y cuando empezamos a salir por edades. Todo el mundo salía a hacer deporte. Creo que nunca antes ha habido tantas personas haciendo deporte (risas). En esa época, con tantas dudas y peligros, empezaron a pedirme fotografías para que se diera a conocer el problema. También surgió un encargo por parte de la revista Vogue y estuve trabajando para ellos. Además, tuve una experiencia muy bonita en la residencia Ballesol de Paterna. Sabía que habían creado un arco con un plástico para que las personas pudieran meter los brazos para poder abrazarse. Fue muy bonito. Tanto la residencia como los familiares y los usuarios se portaron de diez. Fue una experiencia preciosa.
También intenté fotografiar a los vecinos que tenía enfrente cuando salíamos a aplaudir a las 20:00. Todos los días salía a fotografiarlos, también a familias y a amigos, aunque ha sido muy difícil por el miedo a llevarles a alguna enfermedad. Eché manos de situaciones en la calle y de lo que me iba encontrando, pero ha sido realmente difícil porque estaba todo muy vacío. He tenido compañeros que todos los días hacían el ejercicio de salir. Había que contar lo que estaba pasando.
P. ¿Tenía miedo de salir a la calle?
R. A mí es que la calle nunca me ha dado miedo, pero sí el supermercado. El momento de la compra sí lo veía que era peligroso. No cogía ningún transporte y todo lo hacía cerca de mi casa, pero el supermercado me infundía respeto porque veía cómo atravesábamos las filas unos con otros. A lo mejor, para ir a la caja te estaban cerrando el paso y tenías que pasar entre ellos. Aunque éramos pocos, en momentos determinados no estábamos tan lejos unos de otros. Ahí había demasiada gente. Los supermercados sí me preocupaban; la calle, no.
P. Como fotógrafa, ¿qué ha sentido cuando durante los momentos más duros de la pandemia hemos visto aquellas imágenes de morgues llenos de cadáveres, como las del Palacio de Hielo de Madrid?
R. Dolor y desolación por toda esa gente que se ha ido. Creo que esto nunca lo vamos a olvidar. Por eso hice el esfuerzo, a pesar de ser una persona de riesgo, de salir a la calle y contar lo que estaba ocurriendo, pero es que en España nos dieron muy pocas posibilidades. Hemos hecho un libro entre varios fotógrafos para que esto se sepa y para dar apoyo a los familiares de los periodistas y fotógrafos que han perdido la vida cumpliendo con la misión de informar de lo que estaba pasando. También, la pandemia ha sido algo tan nuevo... Nos decían tantas cosas, no se tenía toda la información.. Y, sobre todo, en otros países, los presidentes que han mal informado porque para ellos era más importante la economía que las vidas humanas y han tenido el índice mayor de muertes. No les ha importado nada y durante toda la pandemia han estado diciendo lo mismo. Es algo histórico que nos va a hacer qué pensar a todos los niveles: humano, investigación, economía, ayuda de unos con otros, cómo la vida puede dar un cambio y arruinarte absolutamente... Creo que lo más importante son las vidas humanas que se han ido.
P. Esas imágenes levantaron el debate sobre la ética y a fotografía.
R. Pero es que esas fotografías son necesarias. Murió un compañero mío. Se deshidrató y se quedó en nada y los hijos nos mandaron a los amigos una foto diciéndonos que él quería que se viera cómo murió. Él decía que había que fotografiar desde el respeto pero es que, realmente, en aquella foto no veía al fotógrafo que yo había conocido. Un hombre bueno con unos ojos transparentes y correctísimo en todo, pero era la imagen de la muerte. Yo no pude soportarla y no quería tener ese recuerdo de un fotógrafo que se encargaba de fotografiar a los soldados que morían lejos. Él recibía los aviones que traían los cuerpos y fotografiaba cómo salía la gente de los pueblos para recibirlos. Lo que me ha pasado a mí es lo que le ha pasado a mucha gente: no puede resistir a las imágenes, pero hay que contar las cosas.
No hay que dejar que el móvil nos invada
P. ¿Las administraciones públicas, políticas y sanitarias, se han equivocado al echar el cerrojazo a los fotógrafos?
R. Esa realidad había que contarla. A nadie le gusta que se vean los fallos que se tienen y en España ha habido muchos. Recuerdo que las enfermas y los médicos no tenían ni batas para ponerse y salían con una bolsa de basura dando instrucciones de cómo podían hacerse un patrón, por dónde tenían que cortar la bolsa o por dónde tenían que meter la cabeza y los brazos. La pandemia ha dejado a las instituciones con el culo al aire, por decirlo de una manera rápida. Se han quedado al desnudo porque se ha visto la incapacidad. Ha costado hacerse a todo esto y, cuando muchas veces parecía que se iba calmando, salía otra cepa nueva. Realmente ha sido duro y difícil. Sinceramente, creo que la gente lo ha hecho muy bien y ha soportado una carga tremenda de soledad, ruina económica, no poder dar abrazos y ver cómo su vecino se lo llevan al hospital y no vuelve, no poder ver a los nietos que acaban de hacer, cómo los jóvenes contagian a los abuelos... Ha sido un año y medio lleno de emociones, rechazo, sorpresa, conquistas y de humanidad. Ha habido de todo.
P. ¿Ve mejor a través de la cámara o sin ella?
R. Veo diferente. Cuando voy sin cámara veo lo que quiero ver, lo que pasa a mi alrededor y voy demasiado metida en mi misma. Cuando me pongo la cámara, empiezo a ver muchas más cosas. Surgen mil historias y voy muy centrada en qué quiero ver. Fotografiar es querer ver, contar y transmitir lo que a ti te está interesando y lo que quieres que los demás conozcan. Con la cámara te concentras y te pones al servicio de los demás. Pones tu sensibilidad, tu experiencia, tus sentimientos y tus conocimientos al servicio de los demás. Primero tienes que sentir la imagen y, después, compartirla. Si esto no se comparte, ¿qué sentido tiene? El arte está para aprender y disfrutar.
P. ¿Ha sido complicado ser fotógrafa en España?
R. Complicadísimo. Creo que es difícil ser fotógrafo en cualquier sitio, pero donde haya pocos medios es todavía mucho más. Además, cuando yo empecé no había escuela, sino una por correspondencia, y era dificilísimo aprender. Había compañeros que te enseñaban. Había generosidad. Te escuchaban y te comprendían porque habían pasado por lo mismo que tú. Te aconsejaban y te reunías con ellos para hablar de fotografías. Ahora tenemos todo a nuestro alcance. Pero tanto la dificultad que yo tuve al principio como ahora son distintas, pero sigue habiendo esa dificultad. Cuando empecé había pocas cámaras y eran carísimas, además de carreteras malas, poca información y ninguna posibilidad de exponer o publicar. Ahora hay talento, gente formada.. Pero vivir de la fotografía es cada vez más difícil. Los precios se han estancado o son mucho peor que hace años. Los precios son ridículos. No hay dinero para pagar a la gente. Las agencias fracasan porque no hay encargos. Cierran y las compran los poderosos. Ser fotógrafo está muy complicado y, siento mujer, todavía más. Pero espero que esto se vaya igualando porque el talento termina triunfando, se quiera o no, seas hombre o mujer. Las mentes se irán abriendo, se quiera o no (risas). Si alguien lo quiere, habrá voces que clamen contra esa injusticia y se rebelen. Recuerdo que en mi época, las revistas estaban para que la mujer aprendiera a tener contento al marido. Siempre era así. Ella no importaba nada y era la que tenía que atender al marido y a los hijos. Era el pilar.
P. En la fotografía, las mujeres hemos sido las musas, un cuerpo que fotografiar.
R. Sí, sí. Éramos el objeto de la creación de muchos fotógrafos. Pero, ¿sabes qué? Desde que empezó la fotografía, cuando ni siquiera había cámaras, ya había una mujer: la inglesa Anna Atkins. Ayudó a su padre botánico en los dibujos que hacía de las plantas. Las ponía en un folio y con el sol hacía las fotografías. Antes de que se inventara la cámara ya había una mujer que hizo una foto. Quizás no las ha habido de forma masiva, pero claro que las hubo al principio, sobre todo en aquellas familias donde había medios, un matrimonio comprensivo o un medio cultural, como fue el caso de Julia Margaret Cameron, que tenía un medio científico e intelectual muy importante. Ella pudo desarrollar su trabajo.
Una mirada es lo que más dice de un ser humano
P. ¿La suya fue una familia pudiente que le permitió empezar en la fotografía?
R. No, no. Mi familia era de clase media. Nací en 1949, recién pasada una guerra, y la posguerra fue muy larga. Había mucha pobreza y pocas cámaras. Mi padre tenía una cámara y me emocionaba ver cómo guardaba los momentos felices.
P. ¿Era fotógrafo?
R. (Risas) No, pero tenía su camarita que sacaba en vacaciones, como en verano y Semana Santa (risas). Nos fotografiaba a toda la familia, que éramos un montón. Me parecía mágico que de una caja, de un cuerpo tan pequeño, pudiéramos dejar permanente esos momentos felices. Cuando era adolescente empezaron a llegar a casa revistas francesas. Yo veía una creatividad enorme y no sólo en la fotografía de moda, sino también de retratos, y quería hacer cosas parecidas. Cuando ves que otros las han hecho, sueñas que algún día podrás hacer algo así. Ese es el motivo que te lleva a querer aprender un lenguaje que para mí era como el dibujo, el grabado o la pintura. Otra oportunidad de poder contar más cosas, al fin y al cabo. Conforme te vas metiendo en la fotografía te vas enamorando de ella, de todas las posibilidades que te da y de todos los momentos que vives. Se viven momentos muy dramáticos, pero también otros muy felices. A mí me han invitado a reuniones donde me han tratado como una más. Puedes entablar una amistad y conocer un mundo. La fotografía te ayudar a conocerlo pero terminas conociéndote a ti y a los demás.
P. ¿Y su padre le dejaba usar su cámara?
R. Sí, sí. Tuve unos padres estupendos y, gracias a ellos, mis hermanos y yo tuvimos la primera cámara. Para Reyes les pedimos una ampliadora. El laboratorio estaba en la cocina. Después pasó a un cuarto de baño. Eran dos apartamentos unidos con dos baños y mis hermanas me dejaron un cuarto de baño para que pudiera revelar allí.
P. Como hermanas les honra ese gesto (risas)
R. Sí, sí. Además, en el otro le colgaba las películas. Cuando e iban a duchar se encontraban con 20 películas colgadas y me decían: “O me las quitas o te las quito” (risas). Yo, por ejemplo, acababa de acostarme cuando ellas se levantaban. Las pobres aguantaron mucho porque, por ejemplo, iban a coger la ropa de un armario y estaban las cubetas con las fotos en el agua. Me decían: “Un día nos vamos a matar” (risas). También había líquidos en la nevera y me decían que nos íbamos a envenenar. En fin, creo que he tenido muchísima suerte con mi familia porque ha sido muy comprensiva y tolerante. Además, nos ayudaban en todo lo que hemos querido hacer. Hemos sido buenos chicos que tampoco dimos problemas.
Vivir de la fotografía es cada vez más difícil
P. ¿Y cómo pudo comprarse su primera cámara?
R. Me la compré a los 16 años porque terminaba el bachiller. Nos íbamos de viaje de fin de curso y había una rifa y yo tenía que vender números, pero vendí muy pocos porque era timidísima. Mi madre me los tuvo que comprar todos los que no había vendido. Entonces, me acabó tocando las 1.5000 pesetas que se sorteaban. Con ese dinero me compré mi primera cámara, que era alemana y comprada en Ceuta porque en el viaje llegamos hasta allí. Era muy poquita cosa pero yo empecé a fotografiar a toda la familia, amigas y a todo lo que se ponía delante mía.
P. Se salió de lo que la norma tenía asignado para las mujeres de su época
R. Sí. Las jóvenes se dedicaban a buscar novio. Se ponían guapas, bailaban y disfrutaban de la juventud, como todos.
P. ¿Cuándo empezó a viajar?
R. Cuando me dieron una beca de la Fundación Juan March. En realidad empecé antes, con una beca en Italia. Allí fue donde realmente concebí la idea de hacer España oculta porque sentí muchísima nostalgia de España. La echaba mucho de menos, al igual que a mi familia. Fueron tres meses y yo no estaba preparada para vivir tanto tiempo sola.
P. ¿Qué edad tenía?
R. 21 o 22 años, pero había viajado poco. Era la segunda vez que viajaba sola, pero creo que fue muy bueno. Salía todos los días a la calle. Había muchas huelgas. Como en España, venían los grises a la calle con mangueras. Era peligroso. Me dediqué mucho a ir a las huelgas italianas. Recuerdo que me decían: “Váyase de aquí”. Me reía porque recordaba lo que había en España. En el 68 entré en la Universidad, en un momento bonito.
Antes de que se inventara la cámara ya había una mujer que hizo una foto
P. ¿Le aburría la Universidad o prefería estar en la calle?
R. Yo fui felicísima en la Universidad porque encontré lo que quería, que era la pintura. Me gustaba antes incluso que la fotografía, además de que se me daba muy bien. Decidí a ir a la Universidad a estudiar pintura y creo que es lo mejor que he hecho en mi vida: tener profesores, ver cómo iban avanzando mis compañeros, oír las correcciones de mis profesores, no estar de acuerdo con alguno, perder el sentido del tiempo porque lo que quería era aprender... Recuerdo que me quedaba sola en clase, venía el conserje y me decía: “Un día no la voy a ver y se va a quedar encerrada” (risas). Si me quedaba encerrada, me quedaba a dormir y ya está. No era algo que me preocupaba pero sí a mi familia.
P. ¿Fue la única de sus hermanas que fue a la Universidad?
R. No. Hemos ido todas.
P. Con los años decidió convertirse en docente.
R. Vaya. Fíjate, mi madre era maestra y soñaba con ser profesora de Latín, pero le pilló la guerra de por medio. Fue una maestra muy querida porque era una mujer buenísima. Ella daba clase a niños que luego la han seguido viendo de adultos. Tuvimos en ella un ejemplo y quizás la llevamos en el ADN. Somos dos profesoras, una de Griego y yo, que he sido profesora primero de Dibujo y luego de Fotografía. En la fotografía soy autodidacta. Me tocó dar clase y fue durísimo. Era muy importante poder enseñar a los alumnos y no tenía formación. Me compré los pocos libros de Fotografía que había y me confeccionaba mis propias lecciones a partir de muchos libros y de mi experiencia. Fueron años duros pero, también, emocionantes y bonitos porque la asignatura también lo es. Es muy fácil dar clases de Fotografía a gente que tiene una inquietud artística como son los alumnos de Artes y Oficios o de Bellas Artes. Te responden de manera maravillosa porque desde el primer momento ya están consiguiendo una obra y tienen resultados. No tienen que estudiar y estudiar desde el primer momento. Ellos ya pueden, con su personalidad, contarte cosas desde su sensibilidad, que es maravillosa. Además, ellos mismos se emocionan tanto que es fácil. Te genera felicidad. Luego, estar con los jóvenes es algo muy positivo porque no te dejan envejecer, tienes que estar a su altura para que te entiendan. Tienes que acordarte de cómo eras cuando empezabas.
P. ¿Echa en falta dar clase?
R. La verdad es que no porque las dos cosas que he hecho en la vida, ser fotógrafa y profesora, me han gustado muchísimo. Ahora estoy aprovechando estos años en los que puedo dedicarme totalmente a la fotografía con la edad que tengo. Todo mi tiempo está dedicado a ello. Estoy feliz de poderlo hacer y no echo en falta ninguna otra cosa. Esto es lo que me pide la vida porque es lo que más amo. Pero he sido muy feliz en la Universidad, en la Facultad de Bellas Artes y pintando. He tenido la suerte de tener vocación, de valer para algo. Hay montones de cosas para las que soy un desastre. Las Matemáticas o la Física siempre han sido un horror para mí. Todo lo que estaba relacionado con el Arte y la Cultura, no me costaba trabajo.
La fotografía documental y de reportaje es una lección de vida
P. ¿Cómo ha sido viajar sola?
R. Empecé viajando sola y continúo viajando sola, pero por el camino he encontrado mucha gente. He viajado con mi hermano e, incluso, con mi madre cuando tenía 80 años. Le decía que no se podía perder las cosas y me transmitía lo que le gustaban. A lo mejor la llevaba a la playa, a sitios que yo quería que conociera, y luego se quedaba con otras hermanas o compañeros. Hace poco tiempo me llamaron para ver si me iba a Fátima, pero estaba con obras en casa y no me pude ir. Por el camino me he encontrado con muchas personas que hemos decidido continuar el viaje juntos, pero la mayoría de las veces he viajado sola. Es mucho más triste y difícil, pero te centras mucho más y te obligas a compartir cosas con el entorno, a hablar con las personas, a tener diálogos con ellas, a informarte mejor... Cuando estás con gente que conoces, te distraes más y te relacionas más con el amigo que con las personas. Cuando vas solo, aprendes mucho más. Es más rico viajar solo, pero más duro.
P. ¿Por qué ha huido de dedicarse al fotoperiodismo?
R. No es que haya huido, sino que no podía porque daba clases. No era libre. Al final, en la Universidad, no dábamos clase todos los días, pero he tenido muchas horas de clase. Pero creo que no valgo para prensa por el sentido que tengo del tiempo, que no lo tengo (risas). Seguro que llegaría la última. Me quedaría con las personas a charlar y cuando llegara a la redacción, seguro que el periódico estaba en rotación (risas). A veces he colaborado con prensa, quizás no tanto en trabajo de actualidad. Los fotógrafos de prensa tienen mi admiración porque sé lo duro y difícil que es su trabajo, estar continuamente cubriendo sucesos. Eso agota. Son privilegiados porque llegan los primeros, pero no se pueden quedar a desarrollar aquello. Eso tiene que ser un sufrimiento para ellos.
P. ¿A día de hoy sería posible forjar una trayectoria como la suya con la precariedad que asola a la fotografía?
R. Creo que, o bien tienes dinero, libertad o una capacidad de sacrificio grande. Lo que he hecho ha sido mirar a largo plazo, saber lo que es dedicarle todo tu esfuerzo a lo que amas, dormir donde sea, comer lo que sea, vestir como sea, viajar a donde sea... Siempre he tenido en la cabeza que tenía que alojarme en sitios económicos para poder viajar mucho más. Eso te hace adaptarte a todo con más facilidad. A veces me apena lo cómoda que es la gente, el miedo que tiene a salir. Yo voy sola y me puede pasar de todo. En mi casa me dicen que tengo un ángel de la guarda que un día se va a cansar y se va a ir de mi lado por tanto trabajo que le doy (risas). Pienso que, a veces, es cuestión de mala suerte. Nunca he pensado que me va a pasar algo y siempre he evitado acudir de noche a sitios peligrosos. Recuerdo que en Haití me metían la mano en todos los bolsillos de mi chaleco de fotógrafa y como lo único que había eran rollos me los devolvían otra vez porque a ellos no les servían (risas). Eran un montón de manos por todas partes. Lo importante era querer hacer un trabajo con calidad y si eso te exigía que un domingo tuvieras que ir al sitio con frío, lluvia o malas comunicaciones... Vas aprendiendo a sacrificar muchas cosas y adaptándote a montones de circunstancias. La fotografía documental y de reportaje es una lección de vida.
Si tienes pasión por lo que haces, la vida se queda muy corta
P. ¿La vida se queda corta para fotografiar todo lo que quisiera?
R. Sí, sí. Se queda cortísima. Si tienes pasión por lo que haces, si te interesa el mundo, la gente, los desconocidos o hasta dónde puedes crear, la vida se queda muy corta.
P. ¿Cómo la está disfrutando ahora, en este momento de la pandemia?
R. Tengo 71 años y pienso que este parón me ha llegado en el peor momento porque sé que me quedan pocos años de poder meterme donde yo me meto. A veces me meto en lugares complicados. Últimamente estoy teniendo miedo a las avalanchas de gente como las que han ocurrido en la India. Intento mantenerme en pie, que nadie me tire. Cuando pasamos un puente y todos intentamos pasar, la gente corriendo y con ese deseo de llegar al río para purificarse y corren y corren y tú eres una pulguilla entre tanta gente... Pienso que como me caiga, no voy a poder levantarme. Ahora pienso que estos dos años podía haber hecho mucho y quizás el año que viene ya tenga que ir decidiendo a qué sitios no puedo ir.
Mi padre tenía una cámara y me emocionaba ver cómo guardaba los momentos felices
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