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Sara Tavares, cáscara electrónica y fruta ancestral

Concierto de la cantante Sara Tavares en el Festival de la Guitarra | ALEX GALLEGOS

Juan Velasco

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En la historia de la música negra -en la historia negra a secas-, la isla de Cabo Verde es una parada tristemente seminal. Allí fue donde los portugueses establecieron un puerto esclavista del que partieron miles de africanos con destino al nuevo continente. Muchos de ellos llegaron a EE.UU., otros a Brasil, y muchos otros se quedaron en las islas, que no se independizaron de Portugal hasta los años 70 del pasado siglo.

Los vínculos entre el archipiélago y el país colonizador siguen ahí, y Portugal es uno de los países europeos que, al menos en lo musical, mejor ha tratado la rica herencia que le ha aportado su pasado colonial. Hoy, la cultura portuguesa contemporánea es innegablemente indisoluble de su herencia africana. Este martes, Córdoba fue testigo de ello durante dos horas.

Las dos horas que estuvo la cantante, guitarrista, pianista y percusionista portuguesa-caboverdiana Sara Tavares en lo alto del escenario del Teatro Góngora, y que sirvieron para que, desde una perspectiva absolutamente contemporánea, se mostrara el rico acervo musical ancestral del país vecino. Todo ello, envuelto en una capa de música electrónica, un género que también tiene en Cabo Verde a artistas pioneros, como Vasco Martins.

Ecos de esa música entre new age y baleárica son los que han vestido el sonido de Tavares en el escenario, donde ha presentado casi en su totalidad su último disco, Fitxadu, que significa “cerrado”, un trabajo que la cantante ha producido y compuesto en el 90 por ciento, si bien es también una grabación colaborativa, en la que la ha recurrido a un ramillete de productores contemporáneos para colorear su música y llevarla a una audiencia distinta.

El resultado ha sido la introducción de más elementos electrónicos que complementan la riqueza de arreglos de instrumentos acústicos y étnicos, y por supuesto, de su voz, un instrumento que registra el lamento y la alegría de forma simultánea y que, en directo, es también una buena tabla a la que agarrarse en tiempos de naufragios morales a vueltas con la emigración entre África y Europa.

El concierto de este martes ha sido, no obstante, un recital suave, que pedía aire libre dentro de un teatro, y que se encontró con un público que fue entrando poco a poco en el juego que marcó la cantante. Tavares no paró de pedir la concurrencia de la audiencia. Algunos, cuando el concierto encarriló la recta final, decidieron levantarse de sus butacas y bailar en los laterales del teatro. Otros se removían en sus asientos. Ella bailaba y reía desde arriba.

Sobre el escenario, su banda la formaban el baterista Ivo Costa, el teclista Joäo Gomes, el bajista Pity, Rolando Semedo a la guitarra acústica e Ivo Gomes a la eléctrica. Todos acompañaban a la cantante, toda una estrella en Portugal y Cabo Verde -donde le dieron la Medalla al Mérito Cultural-, y un nombre de gran importancia en los círculos de la world music desde que editó Balancê (2005).

Su vuelta es una buena noticia para la música fronteriza y el mensaje que lanza debería ser tomado en cuenta: somos una mezcla entre lo que fuimos y lo que queramos ser.

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