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Martín de Roa, 2: la familia que permanece unida

Propietaria del patio de Martín de Roa, 2 | ÁLEX GALLEGOS

Redacción Cordópolis

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Antiguamente, no era extraño que en los patios de vecinos vivieran en distintas habitaciones distintas familias emparentadas. Y eso precisamente es lo que se da en la casa de Martín de Roa, 2, en el barrio del Alcázar Viejo, donde Araceli López, que ahora tiene 62 años, comparte patio con sus dos hijas, que se han quedado a vivir en casa pero de manera independiente a su progenitora. Araceli, que siempre se dedicó al mundo del diseño y la costura de trajes de novia, fantasía y de flamenca hasta que la jubilaron por artrosis, se encarga ahora de su patio. Es su principal tarea desde hace unos siete años. Tiene la satisfacción de mantener reunidas y cerca a sus dos hijas que viven con sus familias en dos dúplex en la parta alta de la casa, que levantó Araceli porque la que había en aquel lugar era antiquísima y estaba declarada en ruina cuando la compró.

Durante toda su vida, esta mujer ha vivido en casa. Primero en Lucena, de donde procede, y luego en Córdoba, a excepción de cuatro años en los que estuvo en un bloque de pisos al que dice que no sabe si podría volver porque no se acostumbraría a vivir sin patio, que es el “salón de la casa principal” que comparte con sus dos hijas “sin perder la esencia” de los patios vecinales antiguos, explica después de poner a su tortuga, que tiene un tamaño considerable, a la sombra entre macetas sobre un suelo de chino cordobés. Es una de las mascotas de este patio junto a Coco y Kity, dos perros, y Rubio, el canario, al que hace unos días se le ha muerto su compañero de jaula.

“Aquí estamos acostumbrados a tener mucha vida en común”, cuenta, aunque cada vivienda es independiente con entrada por el mismo zaguán. Y en común hacen vida también cuando llegan de visita sus consuegros, unos de Cádiz y otros alemanes. “Les encanta y si hacemos cualquier comida, sacamos la mesa al patio y comemos todos juntos”. Y este hecho, el de vivir en familia, “es la envidia del 99% de los que vienen al patio, pero de madres y padres como de hijos”, señala. Además, “para nosotros no es difícil la convivencia, es como cuando de solteros viven en tu casa, algún día te atrancas por algo pero lo razonas y lo hablas y sigues adelante”. Esto es, según opina Araceli, mejor que vivir con un extraño.

CORDÓPOLIS le pregunta: ¿El patio para vivir o vivir para el patio? Y Araceli no sabe bien qué respuesta dar, aunque termina decantándose. “Actualmente, creo que vivo para el patio. Antes, no. Antes disfrutábamos de esto”. Y es que su patio, que participa en el Festival dentro de la modalidad de arquitectura moderna, recibe visitas todo el año porque forma parte de una ruta turística y de una empresa femenina que ha creado con sus hijas que tiene como objetivo “que no se pierda la tradición de los patios antiguos”, motivo por el que han adquirido un patio de estas características, una casa de más de 400 años, que conservan tal como era. Ello, además, le permite cubrir los gastos que conlleva tener un patio en condiciones. “Una vez fui apuntando todo lo que compraba y al año eran seis mil y pico euros”, recuerda.

En su casa, aunque es nueva, todos los materiales y elementos son antiguos. Aunque lo más llamativo y lo que sin duda más valor tiene es la muralla con torreón, construidos en 1200, que forman parte del Patrimonio de la Humanidad como el barrio al que pertenecen. La pareja de Araceli se encarga de su mantenimiento con una autorización de la Delegación de Cultura. Y también es la familia la que lo costea. La torre requiere un arreglo continuo, “cada seis meses se le da con brocha o pistola con agua de cal y otro producto que echa mi marido, lo que crea una capa transparente que hace que el agua resbale cuando llueve y el aire no tire la arena de la torre”, detalla esta mujer.

Y esta muralla es una de las maravillas que contemplan quienes visitan este patio, en el que hay más de 70 variedades de plantas como una esparraguera fina de siete metros y otras típicas de Córdoba así como exóticas que ha incorporado su dueña. Un patio al que, por cierto, durante la fiesta de mayo pueden entrar entre 3.000 y 4.000 personas los días de más afluencia. Araceli cree que el concurso está demasiado masificado y puede llegar a ser incómodo porque además así no puede atender personalmente a todo el que entra como le gustaría. Y es que para esta “patiera”, como se define, abrir parte de su casa a desconocidos no supone ningún problema, “porque -añade- esto es lo que nos gusta”.

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