El Judío de Baena, de generación en generación
Hay que remontarse al ecuador del siglo XVII para encontrar el germen de la tradición. Ya en esa época se representaba su figura. Aunque su imagen no tenía nada que ver con la actual. Lo resalta Julio Garrido, experto en la historia de este personaje y muy especialmente en Baena. Se trata del Judío, cuyo toque de tambor es Bien de Interés Cultural (BIC) para Andalucía desde principios de marzo. No sólo aporta identidad a la Semana Santa de la localidad sino que supone un vínculo entre generaciones.
Desde 1660, aproximadamente, el judío vestía “túnica o calzón de tafetán de vistosos y llamativos colores” según Aranda Doncel. Lo cita el propio Garrido, que también fue presidente de la Agrupación de Cofradías de Baena. Ocurría en muchos otros lugares, pero en el municipio cordobés se configuró como un elemento esencial de su Semana Santa. Fue mucho después, en el siglo XIX, cuando se añadió el tambor. Y con él las batallas de las turbas de dos bandos. Y la indumentaria con se les hace reconocibles.
Prepararse antes de la salida es un ritual sobre el cual “es complicado encontrar una palabra”. “Es como un sentimiento que se transmite de generación en generación y se entiendo sólo si vienes a Baena”, expresa Pascual Bujalance. Él es colinegro, porque hay dos facciones por así decirlo. La otra es la del coliblanco. Pero aún no toca entrar en ese aspecto. “Mucha gente cree que es pegarle palos al tambor, pero también tiene nuestra pasión”, subraya.
Tercera generación: desde los recuerdos de niñez
“Los arreos son bastante costosos y lo vivimos con mucha incertidumbre en los días previos, pero también con mucha alegría, y tristeza si llueve”, añade Pascual. El caso es que para entender lo que supone para Baena la figura del Judío basta con conocer a personas como él. Representa la tercera generación de una familia, pues acompañó tiempo atrás a su abuelo y todavía lo hace con su padre. Lo curioso es que la línea no fue directa, ya que el mayor de los tres era de vía materna.
Resulta fácil comprender cómo accedió a la tradición. “Creo que es un poco la cultura del pueblo en sí, pero a mí me viene de mi padre”, expone al respecto. “Desde chiquito tenía un tambor colgado y no entiendo otra cosa que eso”, prosigue. Aunque confiesa que “te lo meten un poco con calzador desde la escuela”. El caso es que la pasión del mayor se transmite al niño, y así sucesivamente. “Veía a mi padre cómo lo apretaba a mano, que ahora tenemos la prensa, y arreglar todos los avíos”, rememora.
Sobre la preparación resalta que “antes cada uno se averiguaba sus cosas de manera autónoma y ahora se ha facilitado el trabajo”. Pero esta historia va de su experiencia personal y familiar. “A mí me tenían que quitar el tambor, de estos de juguete, porque cuando llegaba la Cuaresma no paraba. Me lo tenían que quitar constantemente”, dice entre bromas. “Desde los 11 o 12 años ya me lo averiguaba yo y los regalos de Reyes Magos siempre estaban relacionados”, concluye.
Que la saga continúe
Y no sólo en su casa es importante la figura del Judío sino en la de tíos y primos, con sobrinos también ya en la dinámica. “La particularidad es que mi abuelo materno era coliblanco y mi padre y yo colinegros. Lo vivíamos con humor, se metía con nosotros a modo de broma”, explica. La pregunta es: ¿Continuará la saga? “Yo espero no tardar mucho, sea niño o niña. Antiguamente no salían mujeres y eso se está paliando, nos falta que las mujeres se animen”, dice como declaración de intenciones.
“Por lo menos voy a intentarlo”, finaliza. Y ahora, el asunto pendiente sobre colinegros y coliblancos. Lucen cola negra o blanca de crin de caballo, pero la segunda “es más difícil de mantener y ha degenerado un poco en el crecimiento de colinegros”. “Antes sí había cierta rivalidad, ahora sólo hay dos facciones”, subraya. Esa lucha de tambor entre turbas tenía su razón en las diferencias sociopolíticas entre ambas, una realidad que por suerte varió. Lo importante es que el Judío está en el corazón de las familias.
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