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Del “volveremos” al “no volváis”, mutación fatal

Esnáider baja por el túnel de vestuarios al final del partido. FOTO: MADERO CUBERO

Paco Merino

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El Córdoba perpetra una lamentable despedida de sus aficionados en El Arcángel y deja muchas preguntas en el aire

Lo volvieron a hacer. “El último compromiso”, decía la portada de la revista oficial del club, aferrándose a ese tópico que desde el Córdoba se ha venido blandiendo durante las últimas semanas como eje argumental de un final de Liga cochambroso, impropio de un equipo que empezó la temporada como aspirante al play off y lo ha terminado como un puñado de colegas que echan el rato corriendo al sol. Lo volvieron a hacer. Ya no habrá que escuchar más declaraciones sobre el respeto a la camiseta, la deuda de gratitud con la afición o, simplemente, el amor propio. Sólo falta una cita más, ante el Numancia, en Los Pajaritos. Y a volar.

Los poco más de cinco mil aficionados que se congregaron en el estadio merecen, aparte de una indemnización por secuelas psicológicas, un monumento. Las imágenes del personal dirigiéndose a recibir su ración de sufrimiento bien podrían servir para un trailer de la próxima temporada de The walking dead. Rostros desprovistos de expresión o directamente desencajados por la combinación entre la alta temperatura y una irritante pregunta interior -¿quién me manda a mí meterme en esto?- se confundían en medio de un paraje de pesadilla. Los parroquianos que merodeaban por los alrededores de El Arcángel parecían -parecíamos- autenticos zombies vestidos de blanquiverde. Los restos desparramados de comida podrida, boletos de las tómbolas, latas, botellas y otros residuos -orgánicos también- alfombraban un albero del que emanaban efluvios que evocaban las peores letrinas cuarteleras. Las atracciones de la feria a medio desmontar daban al escenario un aire apocalíptico, provocando a los caminantes continuos cambios de dirección y unos tumbos considerables que contribuían a dibujar esa especie de romería de no muertos cordobesistas. Al fondo se divisaba El Arcángel, nuestro reino. Y allí continuó el horror. Los aficionados -menos de los que acudieron el día anterior para arropar al filial de Tercera División- recibieron un último impacto en sus sufridas retinas. Ahí se quedó, como última foto de un curso decepcionante, la imagen de una formación rota, sin alma, los tristes restos del que un día que parece muy lejano fue considerado el equipo que mejor fútbol hacía en todo el país. El Córdoba actual esta hecho pedazos. Da pena verlo. Como un zombie que parece suplicar que alguien ponga fin a su dolor.

La tarde se presentaba como un homenaje a la hipocresía del futbol, un monumento a ese teatrillo que se montan los protagonistas diciendo que lo que valen son los hechos y no las palabras. Que la clasificación pone a cada uno en su sitio y que los balances se hacen al final. Todo ese tipo de letanías que sirven como parapeto y coartada cuando todavía se puede pedir fe. Pero llegados a este punto, todo queda reducido a una cuestión de actitud. De querer intentarlo o dejarlo pasar. Eso es lo que sucedió en El Arcángel, ni más ni menos. Uno que se quería salvar contra uno que ya está condenado a su particular descenso. No pierde la categoría -por fortuna, solo queda una jornada-, pero el Córdoba ha bajado su caché y su crédito de un modo brutalmente dramático. La historia terminó como corresponde: la acción siempre puede a la pasividad. El equipo anfitrión desgranó una de sus actuaciones más deprimentes, ayudó a Esnáider a alimentar su récord como peor revulsivo de la historia del club y el Mirandés se salvó.

En Huesca, Santander o Murcia deben estar contentísimos. El fútbol es así. Cuando algún día el Córdoba visite el Alcoraz, el Sardinero o La Condomina habrá quien se acuerde de esto. Los que ese día defiendan al Córdoba se preguntarán por qué les chiflan y alguien se lo tendrá que explicar. Porque es muy posible que cuando llegue ese momento ya no haya nadie de los que intervinieron en este lamentable partido crepuscular ante el Mirandes. De hecho, ya están empezando a irse. Mentalmente hay algunos que ya llevan un rato largó sin estar aquí. Y eso se nota.

El Córdoba se ha autodestruido en poco menos de diez meses y ahora se debate entre la esperanza de volver a ser el que fue, en aquellos días de gloria de Paco Jémez, Hervás, Charles, Ximo, Borja... o reeditar lo que siempre ha sido: un quiero y no puedo, una eterna promesa que nunca termina de explotar. El Córdoba no hizo nada. Se dejó hacer. Perdió y recibió las muestras de repulsa de un graderío indignado. Sólo recogió aplausos el canterano Fede Vico, que saliendo del banquillo sudó más que otros que estuvieron desde el principio. Quizá fueran las últimas carreras del talentoso jugador cordobés en El Arcángel en mucho tiempo.

¿Qué va a pasar ahora? El club arropará al filial de Tercera y exhibirá del mejor modo que pueda los logros de la cantera -ahí hay tela que cortar, ojo- en un afán por congraciarse con una amplio sector del cordobesismo que ama incondicionalmente lo suyo y es receptivo a esos guiños populistas. Se filtrarán nuevos nombres de fichajes para ilusionar a otro sector de la afición que necesita ese recurso como paliativo de su malestar. Y el nombre de Esnáider estará de nuevo en la palestra, a pesar de la ratificación de un Carlos González que afronta su momento más crítico como dueño y presidente del club. Ya se verá si busca manos tendidas para recibir ayuda -la necesita- o se dedica a lanzar puñetazos a todo el que no le dice lo que le gusta oír. Porque ahora, con más motivos que nunca, van a cantar con rabia todos. Hasta los que siempre callaron.

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