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Como si fuera el primer día

Último entrenamiento a puerta abierta del Córdoba | ÁLEX GALLEGOS

Paco Merino

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El último entrenamiento del Córdoba abierto al público parecía diseñado por un guionista de Disney. Tarde soleada, con ligera brisa. Las gradas con mucho público, en tono relajado y conversaciones amables. En el césped, intensidad moderada -tampoco es cuestión de arriesgar ahora- y sonrisas. Aplausos y vítores de los hinchas en algunos lances para los jugadores, que en algunos ejercicios compartían gestos de complicidad con los seguidores. Hay feeling. Ahora sí. No falta nadie. La enfermería está vacía después de la salida de Alfaro y Javi Lara, que se emplean en la práctica con el entusiasmo de juveniles. A Sergi Guardiola le tocó el clásico ritual del puente de palos por su paternidad. El goleador cruzó el pasillo entre risas y una lluvia de collejas de sus compañeros.

Todos están disponibles para lo que mande Sandoval, el hombre-milagro desde el banquillo. Y con los ánimos en sus topes más altos después de firmar una racha impecable -tres victorias seguidas- en el momento más necesario. Acaban de salir de los puestos de descenso tras más de siete meses. Se sienten felices y fuertes. Lo tienen casi todo. Solo falta terminar el curso tal y como lo empezaron: siendo un equipo de Segunda División. No parece exagerado decir que el Córdoba llega al final con su mejor aspecto de una extraña y alocada temporada.

Hubo ejercicios con balón, disparos a puerta, charlas variadas en grupo e individuales... El grueso de la preparación se queda para las jornadas de trabajo de miércoles, jueves y viernes. Serán en El Arcángel, en régimen de clausura. No habrá seguidores en las gradas ni periodistas. Ahí se dirán lo que se tengan que decir para hacer después lo que deben. Está por ver si José Ramón Sandoval mete otra sorpresita de las suyas, si opta por la trinchera con Edu Ramos, Vallejo y Aguza o mete algo más de picante con Álvaro Aguado; si coloca tres centrales y dos carrileros o cambia el dibujo; si ordena acoso y derribo desde el pitido inicial o se decanta por mantener la pausa. Es el último partido -para muchos, en el más pleno sentido- y hay un buen puñado de razones para echar el resto. Una, fundamental: el Córdoba puede conseguir la mayor remontada (desventaja de 13+1) para la salvación de toda su historia.

La hinchada se despidió de los suyos, que terminaron la sesión haciéndose una fotografía al lado de los niños de los alevines y benjamines que se proclamaron campeones de sus ligas. La almibarada tarde terminó. Los canteranos asediaron a los ídolos blanquiverdes y Reyes regaló sus botas. Los chiquillos corrían con ellas en las manos como si hubieran ganado la Champions. Los nervios, la responsabilidad y el rechinar de dientes se quedarán para otro momento. El sábado, concretamente. Ahí se resolverá todo en un episodio sin vuelta atrás. De su desenlace dependerá el futuro de un club que se ha reinventado en poco más de cinco meses para ganarse una oportunidad de redención sin perder la categoría que recuperó hace una década.

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