Al mal tiempo, buenas palabras… o no malsonantes
La afición tira de buen humor para evitar los insultos en un encuentro poco vistoso y que tampoco depara la primera victoria del Córdoba de la temporada en El Arcángel
La tarde invitaba a guardar un hueco en el sofá. Bajo las enaguas de la mesa y junto al calefactor. O el brasero de toda la vida. Llovía y eso en Córdoba es sinónimo de caos en el tráfico. Y el frío, aunque no apretó como en días anteriores, seguía presente. El invierno ya está aquí. Pero nada importa a una afición que soñaba de nuevo con ganar en su segundo hogar, en un coliseo ribereño que, entrada la noche, acogía a algo más de 14.000 almas deseosas de celebración. En el banquillo rival se sentaba un viejo conocido. De Lucas Alcaraz hablaban unos y otros. Mejor dicho, de la concepción del fútbol que tiene el granadino. La prueba iba a ser dura, pero todos confiaban en una grada que quizá estuvo menos ardorosa que en otras ocasiones.
Antes del encuentro, por cierto, el tema estrella de conversación era la imposibilidad de utilizar palabras malsonantes. “Cuidado con lo que le dices al árbitro”, comentaba un parroquiano al más próximo. “Árbitro guapetón”, contestaba a modo de broma el otro. Lo cierto es que con la noche como estaba y el partido sin terminar de resultar atractivo, había que hacer gala de buen humor. Fue lo que hicieron no pocos en El Arcángel. “¡Árbitro, te has equivocado, tío!”, gritó un aficionado desde su asiento de Fondo Norte cuando Prieto Iglesias tomó una decisión no entendida en la grada. Algo cambió. El insulto, advierten desde la Liga de Fútbol Profesional y los clubes que la componen, es motivo de expulsión. Nadie quería acabar en la calle. Mucho menos con la lluvia presente.
Si el que erraba era uno de los asistentes, el cántico no era otro que “ese linier, no me cae bien”. Cuestión de buen humor. Había que hacer uso del mismo, sobre todo en una segunda parte que resultó de todo menos atractiva. El Córdoba anduvo serio atrás y estuvo mejor que su rival, un Levante que optó por esperar una buena acción, un error ajeno o quién sabe si un golpe de fortuna. La desesperación empezó a aparecer entre la afición, que preveía una nueva oportunidad perdida de vencer a un adversario por momentos vencido y, sobre todo, de lograr el triunfo en El Arcángel. La victoria no llega. La celebración tampoco. Y el frío se hacía cada vez más intenso, como lo fue la reacción final de la grada, que apenas premió a su equipo con unos tímidos aplausos.
Probablemente era normal. La noche estaba fea. De tomar presto el camino a casa y recibir la protección de esa enagua de la mesa y el calefactor. Encima, comentaban tras el partido los seguidores, “no se puede decir nada”. Pero no iba a ser posible. Un atasco por aquí, otro por allí… Y lo mejor fue la salida del estadio. Los charcos eran más de tres, y de interesantes dimensiones. La explanada de El Arenal era un barrizal. Abandonar el lugar era poco menos que una aventura, mientras la lluvia no cesaba y la zona alquitranada no se podía transitar. Más de uno se quedó con ganas de utilizar una mala palabra. Quizá hubo quien la usó.
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