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“Me emociona que me recuerden”

El argentino Daniel Onega | MADERO CUBERO

Paco Merino

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Un señor de 72 años se sienta en la mesa principal de un salón de un céntrico hotel de Córdoba, rodeado por un enjambre de periodistas que le toman fotos y le graban declaraciones. No es fácil congregar a los medios en una tarde de lunes y con un preaviso de apenas horas. Pero la ocasión resultaba extraordinaria. Daniel Germán Onega Sirotto, ciudadano argentino, apenas lleva un puñado de horas en una ciudad cuyo equipo defendió hace más de cuarenta años durante cuatro temporadas en Segunda División. El fútbol es maravilloso por cosas así.

“Realmente es emocionante este recibimiento, porque son muchos años desde que dejé el club”, acertaba a decir con emoción ante un auditorio expectante. La mayoría de los que allí estaban ni siquiera habían nacido cuando Onega vistió la blanquiverde en unos años, entre 1973 y 1977, complejos en lo fútbolístico y en lo social en nuestro país. “Cuando venía en el AVE me acordaba aquel viaje en tren, en el Talgo, y en ese año 73 en el que llegué acá. Había mucha gente en la estación y una gran ilusión en todo el mundo”, recordaba Onega en una conferencia de prensa organizada por el Córdoba CF -que le rendirá un homenaje el próximo domingo en las vísperas del partido de Liga ante el Tenerife- y auspiciada por sus amigos, que nunca perdió pese a los miles de kilómetros de distancia física. “Aquí me trataron bien, mantengo contacto con amigos de aquella época y vengo con mi familia a verlos. Es un viaje para ver a gente que me quiere, pero para mí es una sorpresa y un orgullo ver que a uno le recuerdan. Es una alegría que estén ustedes acá”, dijo a los periodistas.

A Onega no le faltan títulos en su carrera profesional, pero los galardones emocionales que se recogen al cabo de los años acaban teniendo un valor excepcional. Al genial futbolista de Las Parejas le preguntaron desde la trinchera mediática qué le parecía que le considerasen el mejor jugador de la historia del Córdoba. “Me emociona que haya gente que pueda pensar de esa manera”, dijo, antes de relatar una anécdota que le ennoblece. “Hace unos años recibí en Argentina un recorte de periódico en el que le hacían una nota a Urbano. El Tito decía que yo era el mejor jugador que había pasado por acá. Para mí eso tiene más valor que nada, porque él me veía entrenar todos los días, jugaba conmigo y me conocía del vestuario. Que diga eso de mí un compañero, que ha viajado conmigo, es algo que me llena de alegría. Ese recorte lo tengo entre mis trofeos más importantes. Él ha jugado con grandes futbolistas y que me elija a mí es un orgullo”.

Locuaz y humilde, con ese aire dominante de quienes llevan muchas horas de vuelo en la vida, Onega confesó que nunca dejó de seguir al Córdoba desde Buenos Aires, a donde un día fue un joven Rafael Campanero a ficharle. “Con las redes sociales tenemos la suerte de poder estar en contacto y yo estoy al tanto de lo que pasa en el Córdoba y de sus resultados, pero no lo puedo ver porque en Argentina no lo televisan”, explicó el bonarense, que lamentó “el descenso de Primera” después de “tantos años de esfuerzo para conseguirlo”. “Pero esto es el fútbol”, concluyó. “En mi época tuvimos la opción, pero no lo conseguimos”, apuntó, antes de rememorar un episodio que los más veteranos del lugar cuentan aún con voz queda.

“Sí, lo recuerdo porque al equipo que ascendió, que fue el Sevilla, le ganamos los dos partidos. Salimos campeones de invernó como le llaman acá, pero después hubo comentarios, cosas que nunca se van a poder demostrar, pero tuve la sensación de que hubo algo raro. El Sevilla era un club más importante en ese momento y le convenía a la federación que ascendiera ese equipo y no el Córdoba. Siempre nos quedará esa duda”, expresó enigmático.

Su trascendencia en la historia del Córdoba es absoluta. El relato de sus actuaciones pasó de padres a hijos. Quienes jamás vieron una sola imagen de su paso por el campo son capaces de emocionarse recordando el relato de sus mayores. Quienes le vieron jugar nunca le olvidaron. ¿Qué podría haber sido de Onega -y de su hermano Ermindo, otro crack de los 70- en una época como la actual? “Hubiésemos tenido más eco, sin duda. Cuado llegué acá solamente había un diario y una radio, que la llevaba un hombre muy simpático y bueno. Estaban Leafar y Zitro en el Diario Córdoba. No había tantos medios como ahora”, resaltó antes de contar otra anécdota. “En el año 66, Miguel Muñoz, que era entrenador en el Real Madrid, viajó a Argentina para vernos a mí y a mi hermano Ermindo. Estuvo en Buenos Aires antes del Mundial de Inglaterra. Yo había hecho un récord de goles, que todavía sigue, en la Libertadores. En aquella época no había representantes. El que nos asesoraba era mi papá. El Real Madrid nos quería comprar a los dos, pero España hizo un mal papel en el Mundial y cerró el libro de pases para el extranjero. Y nos quedamos allí”, contó.

Después llegó Campanero. “En el 73, un conocido me llamó diciendo que venía a Buenos Aires un señor que era el presidente de un club de España que quería ficharme. En Argentina hay mucha diferencia entre la Primera y la Segunda, la B como allí la llamamos. Yo jugaba en River, que es el club más importante y popular, había jugado en la selección y lo de Segunda no me parecía bien. Pero consulté con algunos compañeros argentinos que habían estado en Europa y me lo dijeron claro: si no iba a uno de los grandes, lo mejor era fichar por un equipo de Segunda con ideas de ser campeón y ascender. Eso era mejor que irse a un equipo chico para pelear por la salvación, porque a eso no estaba yo acostumbrado. Quedé en contestarle y al día siguiente le dije que sí”.

Y llegó a Córdoba. Aquí se desató la locura. Nunca se vivió tal expectación en la ciudad. “El día de mi llegada fue emocionante porque no esperaba este recibimiento. Los cordobeses no me habían visto jugar, no había esa posibilidad. Ustedes ahora lo ven todo, pero antes no. Tampoco don Rafael (Campanero) me había visto jugar jamás. Fue un momento lindo al llegar a la estación y ver a esa cantidad de gente. Tengo los recortes del Diario Córdoba”, manifestó Onega, quien resaltó la figura del brasileño Vavá como entrenador. “Fue el mejor de todos los que tuve en Córdoba y con el que el equipo hizo el mejor fútbol”, expuso sobre el que fuera campeón mundial al lado de Pelé.

Uno de los acontecimientos que más enorgullece al argentino es el haber podido lucir el brazalete de capitán del Córdoba. “A los capitanes los eligen los compañeros y yo, siendo extranjero, tuve esa suerte de poder llevar la cinta. También lo fui en River. Es todo un honor porque no solo te valoran como futbolista, sino también por la ascendencia en el grupo, por lo personal”, dijo Onega, que en su época vivió “un cariño grande de la afición, porque me trataron muy bien en los momentos buenos y en los malos, que alguno tuve también, siempre me respetaron”. Ahora, en los próximos días, recibirá distintos homenajes en la ciudad. El club le tributará un reconocimiento en la vísperas del partido del próximo domingo en El Arcángel ante el Tenerife.

“Sí, este viaje lo programé para coincidir con el Córdoba de local”, reveló Onega, quien dijo que estuvo “esperando que se sorteara la Liga y los amigos de acá ya sabían y me mandaron inmediatamente el calendario. Cuando vi que jugaba de local con Tenerife, hice todos los trámites para el viaje y coincidir. Será muy emocionante”. Sobre la ciudad, manifestó que la ha encontrado “más moderna, más linda, muy cambiada para bien, como toda España”.

Para cerrar la conferencia de prensa, Onega dejó una última lección. “Yo nunca dije que era un fenómeno ni nada de eso. Era futbolista. No era demasiado habilidoso, pero sí inteligente y con buena pegada. No sé a quién me podría parecer hoy y la verdad es que de mí no me gusta hablar mucho”, indicó, al tiempo que valoró su profesión porque “es muy difícil ser futbolista”. Lo era antes y lo es ahora, aunque “ha cambiado porque se presiona mucho, los espacios son menores y hay que decidir pronto porque no hay tiempo”. De cualquier modo, “el que es bueno lo sería hace cien años y lo será dentro de cincuenta, porque todos tenemos una cabeza, dos brazos y dos piernas; lo físico se puede conseguir, pero la técnica es más difícil”.

Esto dijo Onega antes de levantarse y repartir abrazos a personas que se acercaban a él como quien ve a alguien de su familia. Onega es uno de los nuestros. Carmelo Salas y Garrido, que fueron sus compañeros en el Córdoba, disfrutaban ante la escena con el corazón reventando de recuerdos.

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