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El cordobesista nostálgico

Grada blanquiverde en el Córdoba-Badajoz (1-1) | ÁLEX GALLEGOS

Paco Merino

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La nostalgia se ha convertido en un poderoso carburante emocional para el cordobesista, mayormente perdido entre los incomprensibles líos de la maraña judicial del club y la cruda realidad que le enseña cada semana la Segunda B. Sí, la misma categoría en la que no hace tanto militaba el filial y en la que ahora el Córdoba -para el que no estar en Primera se consideraba fracaso- trata de hacerse un nombre como lo que se supone que debe ser: el favorito principal, la entidad de más alto presupuesto -¡qué paradojas!- y el plantel más lustroso de los ochenta que desfilan por este peculiar campeonato. Esta vez tocó el Badajoz, arropado por varios centenares de aguerridos seguidores y avalado por una trayectoria potente: no había perdido ningún partido. Se marchó de El Arcángel con la misma etiqueta. Al Córdoba, por cierto, tampoco le ha vencido nadie aún.

“Con el nombre no se gana a nadie”, advirtió -seguramente de modo innecesario, pero con buen criterio- el técnico Enrique Martín Monreal, uno de los exponentes de este proyecto de efectos inmediatos. Tiene 63 años y la hoja de servicios más imponente que se pueda ver en la división de bronce. Él sabe -como la mayor parte de los aficionados más veteranos- que este curso es un “ahora o nunca”: hay que salir de la Segunda B cuanto antes porque si no es así puede ocurrir cualquier cosa. Cualquiera.

Que al Córdoba le va a costar lo saben todos. Y por si hacía falta recordarlo, el equipo tuvo una puesta en escena de lo más trágico en El Arcángel. Djetei, que debutaba, cometió un penalti a los 20 segundos. El Badajoz marcó el 0-1. El personal recurrió a la nostalgia -a brevísimo término, eso sí- para relatar el 0-1 a los 14 segundos frente al Recreativo Granada con el que el conjunto de Enrique Martín inició su andadura en Segunda B. Aquel día hubo remontada en el descuento. Esta vez el asunto quedó en empate y la parroquía no se lo tomó demasiado mal, dentro de lo que cabe. El Córdoba tuteó a un rival de los catalogados como fuertes. Un rival directo. Ambos siguen invictos en el Grupo IV después de cinco citas, así que tienen coartada para cualquier crítica que puedan recibir. El resultadismo está bien visto.

Por lo demás, se repitieron rituales clásicos: la pitada a la llegada al palco de Jesús León, definitivamente instalado en el descrédito, y los vítores a jugadores como Javi Flores o Owusu. El capitán, hijo pródigo del cordobesismo, regresó al once titular para aparecer en todos los lugares del campo y no dejar de intentarlo. Cuando él interviene siempre está latente la posibilidad de que algo suceda. Termine la acción en aplauso o en bufido, el 21 es un futbolista capaz de remover algo dentro del público. Y eso es siempre bueno. Lo mismo que hace, a su modo, el ghanés Owusu Kwabena, que si cobrara por kilometraje sería millonario. Es un futbolista llamativo, que parece haber entendido que El Arcángel puede ser para él un escaparate formidable. Marcó gol y ha caído en gracia a la afición. Mejor así.

Al lado de los ídolos en construcción aparecieron otros de un pasado que, por esos mecanismos que tiene la memoria, barnizamos quitando las partes feas para encandilarnos con un brillo exagerado por consenso general. El cordobesismo llama hazañas a lo que es resolver, de una u otra manera, los problemas que uno mismo se ha creado.

Los socios veteranos se daban codazos cuando por el césped de El Arcángel trotó al final del partido un tal Guzmán Casaseca, veterano extremo del Badajoz que consume sus últimos días como profesional en el club de su tierra después de una trayectoria futbolística que dejó algunos hitos. Uno en Córdoba, lo que dio pie al cordobesista nostálgico a relatar a sus colegas más jóvenes lo que hizo hace 12 años con la blanquiverde. Marcó un golazo al Huesca -el 2-0, el primero lo metió Pierini- en el partido de ida de la eliminatoria final que sacó al club en 2007 de la Segunda B a la que ahora ha vuelto.

Esos son los títulos cordobesistas: ascensos y salvaciones. Los viejos se lo cuentan a las últimas generaciones, que aún andan frustradas por lo poco que duró el paso por Primera División. Aquello no era natural y por eso terminó. Lo de ahora tampoco lo es, y ahí reside la esperanza de un cordobesismo que no sabe bien aún cómo debe comportarse ante estas circunstancias. Le dicen que no hay que fiarse de nadie, que no hay enemigo pequeño, que hay que mantener la intensidad, que habrá que sufrir y todo ese tipo de mantras recurrentes para mitigar los previsibles golpes. Pero, por otro lado, siente la rabia de ver al Córdoba metido en una rutina engorrosa y poco atractiva, necesitado de ganar sí o sí a adversarios rudos en recintos sin el glamour de la LFP. ¡Tebas, vuelve ya!

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