Caronte tras las adelfas
Una silueta se dibuja sombría. Oscuro augurio el que trae consigo. En la lejanía, en las tinieblas de la noche fría, la imagen petrifica al que la ve. De momento, quienes andan por el desierto aún no le prestan atención. Quizá ni siquiera la perciben. Con aquello de que al Córdoba le late, creen escuchar las baquetas en el tambor del corazón. Es probable que todavía confíen los que caminan al refugio de un abrigo recuperado. Son pocos, muchos menos de los habituales, que ya de por sí son escasos en la travesía actual. “Es la última oportunidad que les doy”, dice uno aún en el calor de un autobús. Al menos existe esa esperanza, por muy mínima que sea.
La luna parece escondida. Es lastimero el viernes. De repente, éste es día de fútbol en El Arcángel. El ambiente es más gélido que la temperatura. El silencio sólo es roto por unos instantes con el himno de Manuel Ruiz Queco. Comienza el cántico tarde y toma aspecto de sonar por simple y pura inercia. Es como si faltara convencimiento de que ha de ser entonado. Pero la esperanza sigue latente. Tanto como el descontento es patente. “González vete ya”, corean desde la grada. Al fondo, la negra figura continúa de pie. Aparece como un ser flotante entre la arboleda. Nadie le presta atención aún.
El Córdoba salta al césped con esquema nuevo. Y con energías renovadas, al juzgar por su juego. No es brillante el fútbol, pero sí suficiente, y eso ya es mucho, para tener bajo control a un rival de primer rango. El Osasuna es el guerrero que esta vez trata de asestar un espadazo en el pecho a un equipo herido de tiempo atrás. Los intentos del conjunto blanquiverde, mientras, resultan infructuosos. La afición procura mantener el pulso de sus jugadores, que encaran el túnel de vestuarios con un empate a cero y un poco más de estima que en anteriores ocasiones.
Pero el relato está destinado a ser dramático. Todavía resta para que el desenlace sea trágico, eso sí. Una jugada bien enlazada y ahí está él. El otrora blanquiverde, unas veces querido y otras odiado, Xisco. El balear marca y al Córdoba le late menos. Ya en la grada suena más fuerte el “González vete ya”. Es el cántico de la rabia, que logra por segundos acabar con la desolación. El Arcángel cobra forma de lugar para almas devastadas por el pecado de otros. Aun así, los de Merino continúan firmes en la dura batalla. No basta con ello.
En la oscuridad sigue presente aquel tipo. Su sombra es más aterradora ahora que el balón ya deja de rodar. Los aficionados, pocos y menos que al principio, lo ven al fin. Es inevitable. Aguarda en el río. Sobre una nao de tamaño no muy grande. Las miradas se hielan. El Córdoba sigue último. Una barca destrozada tiene sus colores perdidos. Esos que hasta hace no mucho la tiñeran de blanco y verde. Un chorro de agua, por cierto, sube con ímpetu por una grieta de su suelo. Y es junto a ella donde aguarda quien desea remar por un Guadalquivir triste. Es Caronte tras las adelfas.
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