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Nunca es fácil dedicarse en cuerpo y alma al mundo del deporte, y menos aún cuando es a nivel profesional. Las horas, el esfuerzo y la presión, las victorias, las derrotas y los momentos vividos viven en una constante lucha entre el deseo de seguir y a la necesidad de parar. Las circunstancias de cada una de las vidas son distintas, pero la cruda realidad fuera de las grandes órbitas del deporte súper profesionalizado es distinta a la que muchas personas creen. Es tremendamente complicado, casi utópico, poder vivir del deporte en estos niveles, y es por ello que muchos deportistas de las categorías inferiores deben verse en la difícil situación de tener que elegir entre el sueño de su vida, o el futuro de la misma.

Ana Rodríguez (Córdoba, 1998) siempre ha sido una de las deportistas más punteras de la ciudad en lo referente al baloncesto. Trabajadora y apasionada, la base-escolta cordobesa destacó entre sus compañeras desde el primer momento en el que pisó una cancha de baloncesto. Sin embargo, tras formar parte de uno de los proyectos de baloncesto femenino más ambiciosos de los últimos años en la provincia, todo ello mientras lo compaginaba con sus estudios llegó el momento de tomar una elección: dedicarse al baloncesto, o lograr una plaza en su otra pasión, la medicina.

Retornando a sus inicios, tal y como cuenta en la entrevista ofrecida a CORDÓPOLIS, Ana comenzó en el deporte desde “muy, muy pequeña”, con apenas seis años de edad. El colegio Virgen del Carmen, su colegio de toda la vida, le dio la oportunidad, y ella no la desaprovechó. Probó todo tipo de deportes: fútbol, voleibol, bádminton o balonmano fueron alunas de las disciplinas que ejerció, hasta que el baloncesto en lo más profundo de su corazón. “Nunca había suficientes niñas como para formar un equipo en el colegio”, relata al referirse sobre los otros deportes, “pero en el colegio del Carmen, lo que predomina de toda la vida es el baloncesto. Ahí estaban apuntadas mis amigas de clase, que me dijeron que me fuese con ellas y claro, yo, como loca del deporte que soy, al final me apunte, y es la mejor decisión que he tomado en mi vida”, cuenta Rodríguez.

La pasión pronto afloró y estuvo presente para todos. A pesar de esa corta edad de apenas seis años, Ana Rodríguez acudía todos los días a la pista de baloncesto del Carmen, aunque no entrenase. Disfrutaba del juego, del balón, incluso aunque estuviese ella sola en aquella pista. Incluso llegaba a colarse en los entrenamientos de otros equipos mayores o de niños porque, para ella, el baloncesto era su vida, y disfrutaba de cada segundo que lo practicaba.

De hecho, cuestionada sobre esa elección del basket sobre otros deportes, Ana Rodríguez confiesa que lo tenía “claro desde pequeña”, ya que rápidamente se dio cuenta de que lo que le gustaba “era el deporte en equipo”. “Me gusta mucho trabajar en equipo y, al final, en el baloncesto logré encontrar eso. Estaba en mi colegio y el equipo eran básicamente mis amigas, entonces lo sentía como mi familia de fuera de casa. Eran mis amigas, las veía en la clase por las mañanas y por las tardes eran mi equipo. Yo entiendo un equipo como a mi familia, y durante toda mi etapa de formación, el Colegio Virgen del Carmen era mi familia, me sentía como en casa”, relata emocionada.

La mejor de toda una generación

La nostalgia, la alegría y la ilusión se apoderan de Ana Rodríguez cuando rememora estos inicios en el mundo de baloncesto. Su colegio es parte de su vida, y sus inicios, ligados a él, los recuerda con “mucho cariño y mucha ilusión”. Nada más comenzar a dar sus primeros pasos en el baloncesto comenzó a destacar, entrando directamente en categorías federadas con solo seis años. “Por lo que sea se me dio muy bien, y entré en la selección cordobesa mini, en la andaluza y luego en infantiles entré en la selección cordobesa con jugadores un año mayores que yo”, explica. Y el éxito no tardó en llegar. Ana Rodríguez se convertiría en triple campeona andaluza, al hacerse con el oro en la categoría mini (2009-10), infantil (2010-11) y cadete (2013-14).

A día de hoy, cuando lo ve con la perspectiva que aporta el tiempo y los años, la base cordobesa reconoce que “ahora es cuando te das cuenta” de lo que estaba logrando en aquella época. “Ahora ves las categorías base y empiezas a tomar conciencia de las cosas que has hecho. Me recuerdo como una niña súper ilusionada. Entrar en las selecciones era como un premio, un premio al trabajo con tu club, y una pasión. Estaba loca con eso. Cuando pasa el tiempo te vas dando cuenta de lo que significa. Es muy difícil estar ahí tantos años y seguir rindiendo en el deporte, sobre todo a tan temprana edad”, subraya Rodríguez.

En aquellos momentos, la joven cordobesa ni se planteaba abandonar el baloncesto. “Nunca pensé que iba a dejar de jugar, para mí el baloncesto iba a estar siempre presente en mi vida”, recuerda, antes de apostillar que aún lo piensa actualmente, pero “de otra forma, porque yo de pequeña pensaba que el baloncesto iba a ser siempre algo normal en mi vida, que siempre iba a ser un complemento más en mi día a día”.

Primeros contactos con el baloncesto semiprofesional

Así, Ana Rodríguez siguió progresando por las categorías base del colegio Virgen del Carmen hasta que con 19 años, dio el salto a su primera experiencia fuera del amparo de la que, hasta ese momento, había sido su casa. La jugadora ponía rumbo hacia La Carlota. “Fue una experiencia dura porque, como he contado, el colegio para mí era como mi casi, y salir de ahí, de mi familia, fue complicado”, confiesa. Pero tenía dentro de sí una duda que despejar, una reivindicación que hacer. Tenía “la necesidad de saber si valía más allá de nivel provincial”. El Carmen siempre había jugado a nivel cordobés, por lo que quería saber si sería capaz de competir y mantener el nivel tanto en Andalucía como en España.

Por ello, allá fue, rumbo a Primera Nacional de la mano de La Carlota. “Recuerdo ese año con mucho cariño porque, aunque deportivamente, a nivel de colectivo, no fue un buen año porque había también muy pocas piezas para hacer que eso fuese factible -el equipo solo estuvo un año en Primera Nacional-, pero lo recuerdo con mucho cariño porque se trabajó mucho. Fue un año de mucho trabajo, y yo sentí que ahí seguía despuntando individualmente. Fue un año que yo me permití a mi misma demostrarme que podía competir a ese nivel, y que lo mío no se quedaba en Córdoba, sino que podía aspirar a más”, apunta al respecto.

¿Maristas o Adeba?

Su paso por La Carlota tan solo duró un año, aunque sirvió para destacarse, de nuevo, como una de las jugadoras más prometedoras de la provincia de Córdoba. Con tan solo 20 años, Ana Rodríguez recibió las ofertas de los dos equipos de baloncesto femenino más icónicos de la capital: Adeba y Maristas. Con ambos equipos compitiendo en Primera Nacional, la decisión no era para nada sencilla. “Al final, decidí irme a Maristas porque entendí que el proyecto era algo más serio, algo más disciplinado y con más vistas de futuro. Quería estar en un equipo que tuviese opciones de aspirar a más, en el que pudiese trabajar mucho y que fuese algo profesional. Quería sentirme parte de algo en el que todas las jugadores estuviesen muy comprometidas, con mucha disciplina, y por ello elegí Maristas”, asevera.

Comenzaría entonces a notar los primeros atisbos de esa gran rivalidad que existe entre ambos conjuntos. Siendo los dos grandes clubes referentes en el baloncesto femenino de la ciudad, la rivalidad está arraigada desde las categorías base. “Cuando yo llegué a Maristas, empecé a notar que esa rivalidad existía, aunque luego, fuera de la pista, nos llevábamos súper bien”, explica Ana Rodríguez, poniendo como ejemplo a Marta Martínez que, para ella, es su “mejor amiga del baloncesto y como una hermana. Fuera de la pista siempre nos hemos llevado muy bien entre todas, pero sí que, deportivamente, había mucho pique, y durante el año, ese partido contra Adeba estaba marcado en el calendario porque al final era una competición para ver cuál era el mejor equipo de la ciudad”.

El ascenso y caída del Milar Córdoba

Pero lo cierto es que, con dos equipos tan punteros en una sola ciudad, las fuerzas, divididas, se estaban desperdiciando. O al menos así lo veía la propia Ana Rodríguez. Con una de sus mejores amigas, Marta Martínez, enrolada en el equipo 'rival', ambas siempre apostaron por una unión de fuerzas. “Con Marta infiltrada en Adeba, y yo infiltrada en Maristas, siempre que hablábamos con los medios, explicábamos cómo pensábamos que podía haber una unión”, recuerda. Ambos equipos estaban en un gran momento: Maristas disputó durante estos dos años la Final Four, mientras que Adeba, incluso, llegó a lograr el ascenso, aunque al no poder pagar la plaza no se consumó.

“¿Por qué tenemos dos equipos desperdiciando fuerzas, si podemos unirnos y formar uno que llegue a aspirar a más, que sea el equipo de Córdoba?”, se preguntaba entonces Ana Rodríguez. Y así surgió el que se denominó por aquel entonces como Milar Córdoba. Contra todo pronóstico, Adeba y Maristas unieron fuerzas y se creó aquel mágico equipo que ilusionó a todos. “Creo que funcionó todo: funcionaron las personalidades de ambos clubes, fue una mezcla muy buena, nos llevábamos muy bien y dentro del equipo funcionó todo, estaba todo el mundo muy enfocado”, rememora la base-escolta cordobesa. El compromiso y la disciplina de todo el equipo era total, lo cual sorprendió a muchos, ya que muchas personas pensaban que no iban a encajar las piezas, pero lo cierto es que, según Rodríguez, “el encaje no pudo ser mejor”. Así, el equipo no tardó ni un año en despuntar. En la primera temporada, el equipo logró el ascenso a Liga 2. “Se consiguió algo histórico para la ciudad”, recalca la joven jugadora cordobesa.

Sin embargo, hubo un fallo catastrófico que condenó al equipo, y no fue otro que el exceso de ambición. La segunda temporada del combinado formado por Maristas y Adeba, ahora renombrado como Dobuss Córdoba, y ya asentado en Liga 2, el equipo finalizó la temporada en quinta posición, a tan solo un puesto de la fase de Final Four para ascender a Liga Femenina Challenge, segunda máxima categoría femenina de baloncesto. Sin embargo, Sebastián del Rey, presidente de la entidad en aquel momento, optó por adquirir la plaza que ostentaba el Ramón y Cajal (Liga Femenina Challenge) en aquél momento y certificar el ascenso a la segunda máxima categoría nacional.

“Creo que si nos hubiésemos mantenido en Liga Femenina 2 a largo plazo, dando la oportunidad a las niñas más pequeñas de la cantera de Córdoba, que en basket femenino está muy bien, pues hubiese sido mejor”, explica Ana Rodríguez. “Se quiso apostar por pagar la plaza que dejó Ramón y Cajal, y se fue demasiado ambicioso quizás. Al final, competir en Liga Femenina Challenge suponía unos esfuerzos, económicos sobre todo, muy difíciles de llevar para un equipo que había competido solo un año en Liga Femenina 2”, apostilla, antes de sentenciar: “si se hubiese seguido rodando en Liga Femenina, se hubiese llegado más lejos y, sobre todo, hubiese perpetuado un equipo de la ciudad femenino”.

Ana Rodríguez y Marta Martínez, una amistad más allá de la pista

Precisamente, los dos pilares de aquél equipo son dos de las protagonistas de Ateneas. Marta Martínez y Ana Rodríguez ostentan el récord de partidos del Milar Córdoba con 51 de los 52 partidos totales disputados por el equipo. Para Ana, el año en Liga Femenina 2 fue “el mejor año de baloncesto” de su vida. El buen rollo existente en el vestuario se traspasaba a la cancha. Se hacían llamar a sí mismas “las niñatas”, de forma humorística, debido a la corta edad de la gran mayoría del equipo. “Éramos un equipo muy joven, con muchas ganas de competir, mucha intensidad, e íbamos todas a una y eso se notaba mucho. Era como una familia, y la gente lo veía”, recuerda.

De hecho, a día de hoy, ese grupo de amigas se ha mantenido. Pero su relación con Marta Martínez es especial. “Para mí, como he dicho, es mi hermana. La siento como si fuera alguien de mi familia y, deportivamente, es alguien que querría tener siempre a mi lado. No solo como amiga. Si tuviese un proyecto deportivo, si yo estuviese entrenando a un equipo, a Marta la tendría seguro, por su carácter, su esfuerzo, su compromiso y por su persona”, subraya Ana Rodríguez. Todo aquello formó los ingredientes perfectos para un ascenso que, pese a estar condicionado por la pandemia de Covid-19, se sintió “con mucha ilusión y mucho orgullo de conseguir ascender con el equipo de tu ciudad por méritos propios”.

La exigencia del día a día en el deporte

Sin embargo, aquél nivel de compromiso también supuso cambios en la vida de Ana Rodríguez. Conforme fue subiendo escalones en el baloncesto, la exigencia fue cada vez mayor. Los entrenamientos eran más largos, más constantes, así como la preparación física. De hecho, tal y como relata, “el año del Dobuss ya se empezó a notar que esto iba un poco más en serio. Había entrenamientos todos los días, y bastante exigentes. Era vivir para el baloncesto. Al final, era algo profesional, y obviamente, cuesta. Para mí era un trabajo que yo disfrutaba. Dicen que si coges un trabajo que te gusta, no vas a trabajar nunca más en tu vida. Yo lo notaba así, pero al fin y al cabo, era un trabajo e incluso fuera de la pista, tenías que cuidarte, hacer sesiones de gimnasio, y viajar. Salíamos los viernes y volvíamos en domingo, y viajábamos en furgoneta. Era vivir por y para el baloncesto”, recuerda. Y, a todo esto, se le sumaban sus estudios de medicina.

Era algo, incluso, “agobiante” para la joven cordobesa, que convivía con la ansiedad y el estrés. “Como no paraba, no me daba mucho tiempo a pensarlo”, reconoce incluso. Su día a día era frenético: clases de medicina por la mañana en la Facultad, comer en clase, y entrenamientos por las tardes. El estudio ocupaba los pocos espacios libres que quedaban en el día, porque incluso en los días de descanso de los entrenamientos, acudía a sesiones de gimnasio. “Era ir corriendo, vivir corriendo”, apunta Rodríguez. “Viajábamos el viernes, durante todo el día en furgoneta, para llegar a destinos como País Vasco. Llegábamos por la noche, dormíamos, y en la mañana del sábado entrenábamos, jugábamos ese mismo día por la tarde el partido, y por la noche, a eso de las 23:00, salíamos de vuelta hacia Córdoba, llegando a casa a las 8 de la mañana del domingo, para irme directamente a la cama a dormir”, recuerda.

A todo esto se suma un factor clave: “es complicado vivir del baloncesto”. La propia Ana Rodríguez lo reconoce. “A lo mejor puedes vivir unos años, pero luego, como no seas Laia Palau o alguien muy puntera que destaque muchísimo, creo que no se puede actualmente. No sé si dentro de unos años se podrá. Puedes vivir, quizás, si destacas muchísimo, durante los años que estés jugando, pero después, ¿qué haces? Creo que es muy, muy difícil vivir del baloncesto”, insiste la baloncestista.

Como no puede ser de otro modo, esta presión añadida suponía una carga psicológica importante en un deporte donde, como en todos, la salud mental resulta clave. “Al final son doce personas en un equipo, con cabezas diferentes, pensamientos diferentes y vivencias diferentes. Cada uno tiene sus cosas en casa, su trabajo, y cada una dentro del equipo se siente de una forma, adquiere diferentes roles, y eso, entenderlo como jugadora, puede ser complicado y difícil de llevar”, argumenta Ana. Además, otra de las piezas clave es la falta de tiempo. “Inviertes mucho tiempo en el baloncesto que no estás invirtiendo en tu cabeza, en tus amigos o en tu familia, y al final a lo mejor sientes que no se esta viendo recompensado. Eso afecta mucho, mentalmente e incluso físicamente”, culmina al respecto la cordobesa.

La dura elección entre el baloncesto y la medicina

Aún con toda esta presión encima, Ana Rodríguez siguió rindiendo al máximo nivel, incluso durante sus estudios de medicina. Ella misma reconoce que “durante los seis años de carrera, la verdad es que lo he llevado muy bien. Es obviamente muy sacrificado, pero para mí era como algo normal”. Lo cierto es que no lo era. Aprobar una de las carreras más exigentes a la par que destacas en un deporte al más alto nivel es una tarea prácticamente heroica. Sin embargo, llegó un punto en el que comenzó a ser imposible, y fue con la llegada del sexto año de la carrera, las prácticas y, finalmente, el MIR (examen para Médico Interno Residente).

“El año que tenía que empezar a estudiar el MIR, empecé con el equipo en Liga Femenina Challenge. Sin embargo, yo soy una persona muy exigente, y me gusta estar dando el 100% de mí en las cosas que hago, y ahí fue cuando pensé en que no le iba a dedicar al MIR el tiempo que se merecía. Veía ese examen como una competición. Durante la carrera, vas tú sola y sin problema, pero en el MIR sentía mucha presión porque era como una competición y, a la postre, a lo que yo me iba a dedicar toda la vida, que es la medicina. Es por ello que decidí bajar una categoría, y seguir jugando en Liga Nacional 1”, explica ella misma.

Así, después de renovar con el Milar en agosto, decidió firmar con UCB en septiembre para bajar esa categoría. Pero pronto llegaron las complicaciones ya que, en este año, desde junio, empezaba el curso intensivo del MIR. “Eso es una locura”, reconoce ella misma. “Empezaba a estudiar a las 7:30 de la mañana, paraba a las 14:30 para comer, y a las 16:00 volvía a estudiar hasta las 23:00 horas el mejor día”, relata, explicando incluso que, con ese horario intensivo, no llegaba a las exigencias propuestas por la academia. Literalmente le faltaban horas del día para estudiar, y, por extensión, para practicar su pasión: el baloncesto.

Era imposible compaginar ambas cosas, y es por ello que tomó la difícil decisión de abandonar el deporte durante los meses que duraba el curso intensivo. “Decidí parar siete meses y dedicarme solo a prepararme el MIR. Nunca había dejado de jugar a baloncesto, solo siete meses que me lesioné la rodilla, y fue algo súper duro de asimilar. Lo notaba incluso en mi cuerpo, me pedía hacer deporte, jugar a baloncesto y sentirme parte de él. El baloncesto me lo ha dado todo. Me siento muy arropada cuando juego, es como mi segunda casa, y resultaba duro no hacerlo, pero al final pensaba que era una inversión de siete meses, no de toda la vida. Iban a ser siete meses en los que me iba a sacar una oposición, que es a lo que me iba a dedicar toda la vida, pero luego podía seguir jugando al baloncesto”.

Vuelta al baloncesto, ya como médica

Finalmente, hace algunas semanas, Ana Rodríguez finalizó este curso intensivo y logró aprobar el examen de Médica Interna Residente. “Ha merecido la pena”, reconoce la cordobesa. “Ahora me siento orgullosa de haber sabido aparcar un poco el baloncesto, y, al final, he conseguido mi otro sueño. Estoy muy orgullosa del resultado, y de poder elegir lo que quiera, por lo que estoy muy contenta”, añade. En tan solo un mes, la joven cordobesa de tan solo 26 años podrá elegir la plaza de la especialidad que prefiera, y, a partir de ahí, comenzar su nueva vida como médica. Y, de nuevo, como jugadora de baloncesto.

Y es que Ana Rodríguez tiene claro que “baloncesto va a haber, seguro”, allá donde le depare el destino. De hecho, ya se encuentra con un preparador físico de cara a ponerse a punto para la próxima temporada, ya que, pese a tener algunas ofertas para poder disputar la última fase de la temporada, prefiere posar sus miras en la próxima temporada. “Me gustaría aprovechar mi carrera, y creo que podría seguir jugando los próximos cinco o siete años, donde creo que puedo aportar mucha calidad, además de una madurez deportiva que tengo ahora, y que no tenía con 20 o 22 años. Me gustaría seguir compitiendo a un nivel alto. Me veo jugando en Liga Femenina 2, e intentando dar todo lo que me quede”, pronostica para su futuro.

Además, más a largo plazo, se ve vinculada al baloncesto, siempre. De hecho, ya logró obtener el título de entrenadora de nivel 1, y, al finalizar la carrera de medicina, estuvo entrenando durante dos años a un equipo Premini y a un Mini en su casa, en el colegio Virgen del Carmen. “Mi vida siempre va a ir ligada a la medicina y al baloncesto, no se puede desligar. No va a desaparecer el baloncesto de mi vida dentro de siete u ocho años, y voy a seguir estando ahí, sea como sea, ya sea como médico de algún equipo, o como entrenadora”, reconoce. Aunque siente también ese gusanillo de ser entrenadora, de ver el baloncesto desde otro prisma, desde otra perspectiva. “Obviamente, siempre querría ser jugadora, pero cuando se acabe, me gustaría probar la experiencia desde el otro lado, desde el banquillo, que tiene que ser bonito”, concluye con pasión en sus ojos.

Tan solo el azar del futuro determinará cuál será el sitio en el baloncesto en el que acabará Ana Rodríguez. Lo que sí está claro es que, con su talento, sumado a la ambición y pasión por el deporte que siempre ha mostrado, su lugar será siempre dentro de una cancha, con un balón en sus manos y lanzando pases desde su posición de base. Y, cuando eso acabe, su otra pasión, que no es otra que la de cuidar a los demás, ocupará el resto de su tiempo. Mientras tanto, seguirá siendo un placer disfrutar de sus asistencias, de sus tiros exteriores y de su juego en general. Una estrella en la costelación baloncestista de Córdoba.

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