Ariel Montenegro, el porteño que echó raíces al pie de la Mezquita
Si busca como Karina en El baúl de los recuerdos muy probablemente le venga alguno que otro desagradable. Pero a buen seguro son muchos más los placenteros o felices. Y eso que le corresponde trastear en su memoria que lo es en el colectivo de una etapa difícil. También para él en lo personal. Aun así, ha de mantener grabadas a fuego vivencias positivas pues desde que abandonar el club continúa ligado, como les sucediera a otros -cada vez menos-, a la ciudad. Quiera o no, la historia deportiva y en cierto modo vital está estrechamente enlazada con el Córdoba. De hecho, después de algún periplo fuera siempre acaba por volver. Primero a la capital y después, porque lo desea siempre, a la entidad. Es Ariel Montenegro, una de las pequeñas leyendas del conjunto blanquiverde del nuevo siglo que ahora regresa a El Arcángel.
Ilusión de ida y vuelta
Ariel Alfredo Montenegro Casella (Buenos Aires, 1975) es el hermano mayor de otro buen futbolista: Daniel Gastón, también con recorrido en España. Comenzó a patear el balón en edad formativa en el Club Social y Deportivo Liniers, del que salió para fichar por un histórico como el San Lorenzo de Almagro. Tras un paso por Belgrano cambió de aires para recalar en el Independiente de Avellaneda, club del que precisamente se aventuró a cruzar el charco -como suele decirse- Corría el verano de 2000 y un equipo de Segunda A, en su segunda temporada tras más de 15 en categorías inferiores, se fijó en él. Atendió la llamada y con las maletas y la ilusión de estrenarse en el fútbol español, el centrocampista pasó a vestir de blanquiverde. Y no lo hizo poco pues fue uno de los futbolistas con más encuentros disputados aquella campaña 2000-01.
Participó en 35 partidos de Liga en un curso en el que gozó de un momento histórico en su nuevo equipo y después un camino hacia la mediocridad. Ariel Montenegro fue uno de los que colocó al Córdoba líder de Segunda A y le vio salir como tal, nada más y nada menos, del Vicente Calderón. Pero la temporada se convirtió en un andar hacia ninguna parte. Pese a sus positivas actuaciones y el balance final, el ítalo argentino retornó a su país, de donde volvió a España y de nuevo a la Ciudad de los califas en enero de 2002. Era su segunda etapa aunque muchos consideren aún que militó en el cuadro califal de manera ininterrumpida. Aquella 2001-02 tuvo menos suerte y apenas contó con minutos en ocho duelos de Liga. Aun así, el jugador quería seguir, otra vez como la anterior, en El Arcángel. La historia se repitió sin embargo.
De nuevo le tocó buscar otro destino pero la relación de Ariel Montenegro y el Córdoba no se había roto. Nada más lejos de la realidad. A comienzos del mercado de invierno de la temporada 2002-03 el conjunto blanquiverde volvió a tocar a su puerta y el ítalo argentino no lo dudó. Arrancaba su tercera etapa, que de una vez por todas fue ya la definitiva. Esa campaña disputó 26 partidos de Liga y su aportación fue mayor si cabe que en años anteriores. Como ejemplo, el que quizá sea recuerdo más grato dentro de su baúl. El cuadro califal llegaba a la última jornada con sólo tres puntos de ventaja sobre el descenso por lo que, aun cuando la tenía virtualmente, necesitaba al menos un punto para garantizar su permanencia en Segunda A. El equipo, entrenado en ese momento por Fernando Castro Santos -que dirigió los últimos tres choques esa vez- visitaba al Getafe. Lo hizo acompañado de miles de aficionados.
La gesta, el llanto y la convicción
Un empate le servía al Córdoba. Un punto para no sufrir disgustos de última hora, por mucho que la posibilidad de que estos se dieran era ínfima. Pues sobre el verde de Ariel Alfredo Montenegro tomó el balón en una jugada ofensiva y marcó. Su tanto lo igualó después Alberto Ruiz pero del equilibrio a uno no pasó el marcador. Por si fuera poco, sus rivales no vencieron y la salvación era un hecho. Tanto jugadores como los seguidores desplazados festejaron uno de los títulos de los humildes, la continuidad en una determinada categoría. Mucho más agónica fue la salvación un año después, en una campaña en la que el cuadro califal llegó a estar en Segunda B durante un tiempo de la jornada final. La supervivencia se la disputaban los blanquiverdes y el Leganés. Las lágrimas fueron de los madrileños gracias a un acrobático gol de Nico Olivera. Y el ítalo argentino celebró otra nueva oportunidad de seguir en Segunda A. Quizá nadie podía imaginar en ese momento lo que habría de venir después del verano.
De cara a la temporada 2004-05 el club confeccionó una plantilla con potencial para aspirar, sí o sí, al ascenso. Además ese curso era el de la celebración de los 50 años de existencia de la entidad. Todo se torció y en la primera vuelta el equipo sólo sumó 12 puntos. Una revolución en el mercado de invierno provocó que el cuadro califal se lanzara a una aventura en mar abierto que permitió soñar con una remontada histórica y una permanencia otrora imposible. A punto estuvo de conseguirlo el Córdoba pero la noche del 12 de junio de 2005 el Valladolid no tuvo compasión y venció por 3-4. Rotos, los futbolistas lloraron en el césped y destrozados, los aficionados les ovacionaron en la grada. Montenegro se derrumbaba en el banquillo. A pesar del traumático golpe, el ítalo argentino quiso seguir en Segunda B pero el entonces director deportivo, Juan Carlos Rodríguez, no le incluyó en sus planes.
Fue entonces, después de 130 partidos oficiales con la blanquiverde, cuando tuvo que abandonar la ciudad para encarar nuevos retos deportivos. Jugó con el Pontevedra y después con el Numancia antes de completar dos temporadas con el Hércules. Acto seguido regresó a Argentina para militar en el Gimnasia y Egrima Jujuy. Sin embargo, Córdoba le había enamorado. Volvió y todavía vistió otras dos elásticas: la del Lucena y la del Peñarroya, donde llegó a coincidir con Luis Carrión. Tras colgar las botas pasó también, como entrenador, por las categorías inferiores del cuadro califal. Hasta que en 2014 la entidad decidió prescindir de él. Ariel Alfredo Montenegro se rehízo en el banquillo del Ciudad Jardín, del que fue inquilino hasta hace sólo unas semanas. Seis años después, el ítalo argentino vuelve a su casa. Resulta lógico pues se trata del porteño que echó raíces -porque así lo quiso- al pie de la Mezquita.
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