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Veinte años del Amapola, el primer bar que volvió la mirada hacia la Ribera

Exterior del Amapola, en sus primeros días.

Juan Velasco

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Faltaban todavía casi cinco años para que abriera el Sojo. La Ribera era entonces un paseo melancólico que ahora, seguramente, muchos echan de menos. Y el primero que la vio con otros ojos fue el artista Pablo Prieto, que cumple ahora veinte años como propietario del Bar Amapola, el club que volvió la mirada hacia el río y creó allí un foco de modernidad en una Córdoba muy distinta.

Hoy, cuando se le pregunta por el bar, Prieto lo define como un “transatlántico”, un buque que ha navegado pacíficamente y sin demasiados sobresaltos las movidas aguas de la noche cordobesa. Una noche que él conocía a la perfección ya por 2003, pues venía de pilotar proyectos como Limbo, El Oculto o Fundación Foco, nombres que, por cierto, le despiertan más risa que nostalgia. Todo ello había sido en los 90, en una Córdoba que tampoco se parecía a la del cambio de milenio.

A principios de este siglo, la movida más popular se había ido desplazando desde el centro hasta el Vial y hasta el Polígono de Chinales, donde se instalaron varias discotecas. El centro de la ciudad, no obstante, seguía vivo como sector donde lo más moderno se hacía fuerte: el Soul, el Can Can, y la calle Alfaros con sus pequeños bares (el Millenium, el Velvet)... Todo ese circuito estaba vivo y era en el que se movía Pablo Prieto.

Sin embargo, algo le hizo mirar más al sur. La artista Rocío Barrio, 'La Pájaro', contaba en una entrevista que Prieto vio entonces algo que no miraba nadie: “Pablo fue un visionario. Pero solo porque no entendía que Córdoba le diera la espalda al río. Esto estaba muerto”, explicaba la que fue primera encargada del Amapola, que abrió sus puertas en diciembre de 2003.

Para Pablo, sin embargo, todo fue cuestión de suerte. “A un amigo le había tocado la lotería y me prestó el dinero para abrirlo”, cuenta sobre la primera etapa, en la que estaba asociado con su amigo Luiso, que había ganado también un dinerillo por un contrato de alquiler más ejecutado. Allí, en esa pequeña plaza, sólo había un restaurante, El Ayesta, algo familiar, nada que ver con lo que hay ahora. El local que acabó siendo el Amapola estaba en bruto. El Transatalántico se construyó desde cero en un puerto casi fantasma.

Cuando abrió, fue un éxito inmediato. En la película Life of Pablo, el narrador, Richard Horn, cuenta que Prieto simplemente había vuelto a hacer lo que mejor se le daba: generar un espacio perfecto para beber. Tenía experiencia como gestor del Limbo, que había cerrado poco antes, y que había sido un refugio para poetas. El Amapola, en cambio, abrió un poco el abanico y, sin desdeñar la poesía (para la que construyó una zona en el bar, El naufragio), el nuevo bar acabó teniendo un punto más corpóreo.

Gracias a la música, claro. Era mucho más protagonista. En una ciudad en la que brotaban los djs como las setas, el Amapola pronto se convirtió en local de referencia. Primero desde supuestos poperos (con el propio Pablo como dj de referencia), aunque eventualmente acabó abrazando otros sonidos mucho más modernos y convirtiéndose en una pequeña cantera de djs, especialmente entre los estilos más pegados a la música negra, aunque no sólo.

El residente y programador actual, Repeter entró en 2012. Primero como dj (venía del Soul), y defiende el Amapola como un espacio capaz de ir abriéndose a nuevas tendencias casi de forma autónoma. Y eso que, como recuerda, empezó como un bar más de temporada de verano. Con el declive del Soul, Amapola acabó haciéndose fuerte y absorbiendo parte del personal y del espíritu del mítico club de la calle Alfonso XIII.

A principios de la década de 2010, el Amapola vivió su momento álgido y Pablo incluso reabrió el Limbo en 2013. Ninguno de los dos ha perdido un ápice de personalidad en estos diez años, en los que la ciudad, especialmente La Ribera, se han convertido en un parque temático turístico. El Amapola sigue hoy inmarcesible: un refugio dentro del caos de la zona, que aguanta firme pese a que la hostelería de freidora haya ido ocupando también parte de la generosa terraza de la que disfrutó durante años, y pese a que la normativa municipal se haya vuelto mucho más dura y los vecinos menos pacientes que cuando en la plaza sólo había un bar de modernos.

Prieto, por su parte, sigue siendo hoy un artista que gestiona bares donde el tiempo es elástico. El viernes 15 de diciembre celebrará el 20 aniversario del Amapola. Será una gran fiesta, en la que habrá poetas, artistas y una docena de djs y amigos, empezando por el propio Prieto quien, junto a Fernando Vacas, que el año que viene celebrará 20 años del Automático, abrirán boca con una “sesión infantil”.

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