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CRÍTICA
Nevenka, yo sí te creo

Una escena de 'Nevenka' | IMAE RAFA ALCAIDE

Marta Jiménez

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¿Habrían creído a Nevenka hoy más que hace veinte años? El drama es que los casos de acoso sexual siguen ocurriendo un día sí y otro también, pero alivia saber que la percepción de la sociedad española sobre las víctimas, tras el caso de La Manada, el #MeToo o el #SeAcabó, está más concienciada y que las cosas han mejorado. Aun así, conviene no olvidar cómo dos décadas atrás, esta mujer de nombre ruso nacida en Ponferrada (León), qe estudió en un colegio de monjas y fue campeona de judo en su adolescencia, se encontró sola y repudiada al denunciar a su agresor. 

A principios de los dos miles, la historia de Nevenka, concejala del PP en su pueblo, y el todopoderoso alcalde del mismo partido, Ismael Fernández, se contó con todos los clichés machistas sobre ella: Era una trepa, una inestable, que se enrolló con el alcalde... se la señaló como la culpable. Pero aquel relato estaba muy lejos de la realidad. Y, aparte, tomó una foto bastante certera del machismo de la sociedad española del momento.

 “Tengo 26 años y tengo dignidad”, subrayó la mañana en la que, nerviosa y machacada, anunció su dimisión y la denuncia por acoso que había interpuesto al alcalde. De esta comparecencia parte el relato teatral de Nevenka, una pieza-documento llevada a la escena por Histrión Teatro, compañía que es sinónimo de calidad, que el miércoles pasó por el Teatro Góngora. Llegó avalada por el Premio especial del Jurado en la Feria de Teatro en el Sur de Palma del Río.

 A partir de un texto y dirección de María Goiricelaya, junto a la ayuda de la también bilbaína Ane Pikaza, da gusto comprobar por qué ambas representan el poderío de las mujeres en la escena española contemporánea. Ellas y la sobresaliente actriz Gema Matarranz, que da vida a una Nevenka llena de registros: tantos como las mareas emocionales a las que la ex concejala se enfrentó durante su pesadilla.

 Con dos actrices y un actor en una minimalista y geométrica escena –a Matarranz la acompañan Ales Furundarena y Marta Megías- que se desdoblan en un buen número de personajes con gran rapidez, la obra consigue mantener un gran ritmo durante hora y media. Una espiral de acontecimientos que acentúan la angustia del progresivo control y sometimiento de la víctima contada con solvencia y electricidad, con mucha información e idas y venidas en el tiempo y los tiempos de la historia.

Con efectos sonoros que funcionan y destellan en la trama, titulares de la radio y música pop, las palabras acaban dejando en el aire los mismos ecos siniestros de la realidad. Como las declaraciones de aquel fiscal llamado José Luis García Ancos, que fue apartado del caso tras soltar que era normal que los hombres poderosos tocaran el culo a sus subordinadas. Que aquello formaba parte del contrato social. De ahí quizá que las mujeres prefirieran no ser cajeras de Hipercor ni cajeras en general.

Nevenka rompió con su mundo y con las reglas establecidas para empezar a hacer, aunque sin saberlo, el de las demás un poco mejor. Quiso poner las cosas en su sitio. Porque había algo que no era como le habían contado en su entorno, citando el título del estupendo ensayo sobre el caso que escribió Juan José Millás. Con su arrojo consiguió la condena de Ismael Álvarez con una pena mínima, aunque fue la  primera vez que un político español pisó la cárcel por acoso sexual. Eso sí, Nevenka pagó el precio de su disidencia con la ruptura de su entorno, con que los ponferradinos se pusieran del lado de su alcalde y que ella tuviera que exiliarse fuera de España.

Todas estas sombras planean sobre el monólogo final de una obra que, tal y como ocurrió en la realidad, tampoco le pone apellido a Nevenka. Ella tenía y tiene uno, Fernández. De hecho, su caso nunca fue el caso Ismael, siempre se le llamó el caso Nevenka. El de una mujer que lo tenía todo en contra a pesar de haber ganado moralmente la dignidad que nunca le faltó. 

Veinte años después, ya no importa que una mujer brillante, guapa y de derechas posea demasiadas cosas buenas para ser mirada como víctima. La pauta de sensibilidad social ha cambiado al respecto y parece haber aprendido a gritar sin prejuicios el yo sí te creo. Lo que no sabemos es si durará.

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