Mercury resucita en la Axerquía
https://youtu. be/yJEmSPh-sCo
Una banda cover suele estar formada por un grupo de cuarentones nostálgicos que se saben de memoria las canciones de su grupo favorito y que empujados por un menor o mayor talento se lanzan a cantar esas letras que tantas veces han gritado desaforadamente en la ducha. Peter Panes contemporáneos jugando a una mentira, a un quiero y no pude. A partir de ahí, y sin quitar sus buenas intenciones, hay las que se quedan en una mera parodia, las que mancillan el legado de una banda histórica arrastrándose como sanguijuelas entre bodas, bautizos y comuniones e incluso las que dan el salto para vivir de esto haciendo giras por garitos, pubs, clubes y diversos antros de buena o mala muerte, la mayoría de las veces con un puñado de borrachos ausentes como público y unas cervezas y la gasolina como pago. Y luego está God Save the Queen.
Porque cuando el tributo pasa a convertirse en el reclamo es que algo muy grande se acerca, y los argentinos se han convertido en más que un homenaje. Ir a un concierto de una banda cover es un reencuentro con tus recuerdos, con esa cinta de cromo que escuchaste y rebobinaste compulsivamente con un boli BIC, con esas canciones que pasaron a integrarse en tu ADN en su versión original. Por eso jode tanto que el cantante de turno haga sus propios arreglos y versiones, que introduzca gorgoritos que no vienen a cuento y que se crea que la gente ha ido allí a verle a él. No. La gente va a revivir momentos y experiencias de su vida, episodios que años después podría identificar con una fecha concreta y una canción que sirvió de banda sonora auna noche de fiesta o una tarde de amor. Por eso, muerto Mercury en 1991, DSR no es lo más parecido a escuchar, ver y sentir a Queen en directo, sino unas gafas de realidad virtual que te transportan al escenario de Wembley, a Budapest, a Río… a todos esos conciertos que los fanáticos de la banda británica hemos visto mil y una veces y que tanto nos hubiese gustado degustar aunque sólo fuera por unos segundos.
Pablo Padín y su banda juegan con los sentidos y con la mente para transportar al público directamente en la máquina del tiempo a esos mágicos 80 en los que Queen dominó el rock mundial, pasando de la fama a la leyenda y dejando una herencia que 40 años después sigue viva y latente como pudo verse en la Axerquía. Las entradas agotadas desde hace meses dieron por buena la espera porque God Save the Queen consigue que nadie tenga la sensación de que fue a un tributo. Y eso, puesto al lado del colosal tamaño de la banda a la que homenajea, son palabras mayores.
Is this the real life, or is this just fantasy? Así reza la primera estrofa de Bohemian Rhapsody, y la verdad es que da igual si era realidad o fantasía, porque el espectáculo de la banda argentina es Queen en estado puro, lo más cerca que los que no tuvimos la oportunidad de verlos en vivo estaremos de disfrutar de esas cintas de VHS que vimos hasta gastarlas o ese CD que pasó a ser parte de nuestra vida y de nuestros recuerdos más emocionales. Así lo entendió un público intergeneracional, con un buen puñado de cincuentones que se enganchó a los últimos años de la banda y otros más jóvenes que heredaron la pasión por la Reina gracias a un legado que hace que hoy, 30 años después, la banda de Freddie Mercury siga presente en nuestras vidas, y más en nuestros corazones. Hasta familias orgullosas llevaron a sus hijos pequeños, felices con sus camisetas a juego, al que quizás podía ser su primer concierto juntos, pero que seguramente han tocado mil veces las palmas de We will rock you camino del cole o cantado We are the champions para celebrar el triunfo en cualquier pachanga. ¿Papá, y esta canción de quién es? De Queen, hija, de Queen.
Daba igual que relámpagos amenazantes y una previsión alarmante de lluvia encendieran el cielo de Córdoba apenas unos minutos antes del inicio. Thunderbolt and lightning very very frightening me como dice la canción, pero nadie asustó en una noche de menos a más, en la que la banda jugó con el repertorio de Queen a su antojo, desde la puesta en escena con la versión rápida de We will rock you y Another one bites the dust a los anticlímax de Is this the world we created y, sobre todo, una memorable Love of my life. Tener al amor de tu vida a tu lado ayuda mucho a entender una canción clave en la historia del grupo, la que explicaba la relación imposible entre Freddie Mercury y Mary Austin y que durante décadas ha acompañado historias personales bajo los preciosos acordes de la guitarra de Brian May.
A partir de ahí todo fue a más, con puntos de inflexión como Radio Ga Ga que definitivamente pusieron la Axerquía en pie para emular esa estética alienadora que el grupo quiso transmitir en el video homenaje a Fritz Lang y su Metrópolis. En ese momento los más fans entendieron que había llegado el momento de devolverle a God Save the Queen el calor que la grada se había guardado quizás durante demasiados minutos. A partir de ahí todo fue a más, hasta la ceremoniosa entrada de Padín con capa y corona bajo los acordes del himno británico que, lejos de echar el cierre, abrió de par en par la caja de los bises ante un público que pedía más y más. Nadie quería que la máquina del tiempo parase, que la fantasía de ver los histriónicos y compulsivos gestos de Mercury sobre el escenario se acabase en una noche que hirvió con I want i tall, Don’t stop me now y The show must go on. El espíritu de Mercury travestido aspiradora en ristre revivió otra de esas imágenes icónicas (como la chaqueta amarilla, como la camiseta blanca de tirantes…) con I want to break free, y aunque las luces volvieron a apagarse nadie quería irse. Entonces Padín surgió entre el humo y dijo “one more”. It’s a kind of magic echó el colosal cierre a una noche que quizás fue cuestión de magia, o quizás no. Qué más da cuando te vas a la cama con la fantasía de haber visto a tu ídolo resucitado, cuando DSR te ha permitido jugar a la fantasía de que Queen no morirá nunca mientras esté vivo en nuestros recuerdos.
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