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María González: “No tengo prisa por presentar el libro. Tengo más prisa por compartir la alegría”

María González | AITOR RIOJA

Juan Velasco

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A la poeta María González (Córdoba, 1986), se le ha juntado el hambre con las ganas de recitar. Literalmente. Su último poemario, El hambre (Maclein y Parker) vio la luz el 11 de marzo, el mismo día en que el coronavirus se convirtió en pandemia y en el que le dijeron que su hijo, que hoy tiene 16 meses, ya no iba a poder volver a la escuela.

Cuatro días después, se le terminó el contrato y se le cancelaron todas las presentaciones de su último libro, el tercero tras El año en que murió Jean Genet (La Bella Varsovia, 2010) y El Espejo (Ediciones en Huida, 2015). A pesar de la montaña rusa, ella se lo toma con humor, confiada también en que el poemario ya dice más de lo que estamos viviendo de lo que pueda decir ella.

Porque El hambre habla del hombre. Del hombre y la mujer contemporáneos y de los virus que les acechan. Habla de crecer encontrando un lugar en el mundo que no siempre es el que uno quiso. Y habla del mismo adultocentrismo que hace que la autora tenga que sacrificar la búsqueda de empleo para criar a su hijo en casa, sin los colegios abiertos, mientras ambos miran los bares desde el balcón de su piso en Madrid.

La poesía tiene más largo recorrido que otros géneros

PREGUNTA. El hambre ha visto la luz en mitad de una pandemia. Teniendo en cuenta la ilusión que debe provocar publicar un libro, el tercero en tu caso, no sé cómo te ha podido afectar todo este jaleo coronavírico.

RESPUESTA. Hombre, sobre todo porque teníamos cerradas varias fechas para presentarlo. Es que el confinamiento empezó el día 14. En Madrid los niños dejaron de ir al cole el día 11, que fue el día que salió el libro. Entonces fue todo como... Pues hablé con el editor y le dije: “Oye, me parece que esto no va a poder ser”. La historia está en que el libro es de largo recorrido y ha tardado bastante tiempo en encontrar su lugar. Eso es bueno y malo, porque, cuando por fin ve la luz, por circunstancias externas, pues no se ha podido celebrar de la manera que a una le gustarías. Pero yo espero que con la llegada del otoño podamos celebrar todo lo que tengamos que celebrar.

P. Hombre, que salga tu libro el día 11 de marzo y se desate una pandemia... No sé si entraste en pánico.

R. No. Yo entré en pánico por temas logísticos y familiares. No por el libro. Yo estaba segura de que el libro estaba en el sitio donde tenía que estar. Y desde Maclein y Parker me trasladaron que la cosa se suspendía hasta nueva orden. Vamos, lo mismo que cualquier otra persona que haya publicado un libro en los últimos dos meses.

P. En realidad, supongo que el hecho de que no es libro de una urgencia, sino que recopilaba poemas que ya tenían cajón, pues te habrá ayudado a ti a sobrellevar el chasco.

R. Claro. En realidad es más por la ilusión que a una le entra cuando por fin encuentra un espacio para publicar un manuscrito que tiene desde hace tiempo. Pero yo la verdad es que estoy muy tranquila. Porque aunque ahora se vayan a ir acumulando novedades por los efectos de la pandemia, por mi propia percepción, la poesía tiene más largo recorrido que otros géneros. Y yo no tengo prisa por presentar el libro. Tengo más prisa por compartir la alegría. Yo lo tengo en casa y es tan bonito...

P. Es verdad que la poesía remite a primavera y otoño. Este es un año sin primavera, pero esperemos que el otoño sea larguísimo.

R. Esperemos.

P. El libro empieza con mención a Lorca y termina con Pepe Espaliú, que son, curiosamente, dos nombres que han estado muy en la boca de todos durante esta pandemia.

R. Yo es que estudié Escenografía, y el referente más cercano para mí siempre ha sido Lorca. Ese poema al que te refieres lo escribí el día antes de que cumpliera 30 años y habla del embajador de Rusia en Turquía, que murió tiroteado en una galería de arte en Ankara. Y esa mención a Lorca no deja de ser una mención a esas aspiraciones que uno tiene que de repente se truncan.

P. Y de ahí pasamos a otro artista cuya carrera se ve truncada, que es Espaliú.

R. Exacto. Yo descubrí a Espaliú con 16 años. Recuerdo una exposición en la Diputación de artistas que usan la máscara como recurso, y había unas máscaras de Espaliú que me cambiaron la cabeza. Y desde entonces yo a Espaliú lo siento como parte de mí.

P. Esa es precisamente una de las ideas que enhebra todo el libro, lo de que aquello que no nombras no existe. Y si le das la vuelta es justo lo que haces con estos referentes: al nombrarlos los conviertes en parte de tu historia.

R. La máxima del poemario es esa: mientras no nombramos las cosas, se dan por supuestas, pero eso no les confiere una realidad y una entidad.

P. Me gusta porque esa idea, más trascendental, choca con un mensaje también del libro, que es que la felicidad se mide en instantes pequeños. A menudo privados y no tienen nombre. Son momentillos.

R. Sí. Ese poema al que te refieres es uno de los más íntimos. Precisamente al dotar de ese término a una situación tan íntima como es darse un atracón de comida. Lo honesto es admitir que un atracón de comida te puede llevar a esa felicidad.

P. Por los capítulos en los que se divide el libro, estos van del exilio al milímetro cuadrado. Es como si hubieras estado parcelando cada vez más tu poética.

R. Claro. De lo general a lo particular. En realidad, el poema sí que va de afuera hacia adentro, teniendo en cuenta ese exilio del propio nido y ese encontronazo con la vida adulta, que viene cuando cumples los 30 y te das cuenta realmente de que tienes que mover el culo. Y también sobre qué sitio ocupas o dejas de ocupar en el organigrama social.

P. Y ahí entran los mantras cotidianos: La validez está en decir: “Yo soy mediocre”, escribes.

R. Claro. Tenemos que ponernos en el espacio que realmente nos toca, aunque a veces no sea el que hayamos elegido. Nos ha tocado una situación y desde ahí es donde tenemos que atacar y vivir nuestra vida. Pero hay que reconocerlo y ser consecuente con ello. Ni vamos a cambiar el mundo,

ni somos el nuevo Valle Inclán (se ríe).

P. No sé si esta pandemia nos habrá hecho darnos cuenta de nuestro lugar en el mundo o si encima vamos a salir pensando que somos especiales.

R. Pues, es curioso, porque con este libro, sin prever una situación como la que estamos viviendo, coincide con que en El hambre hay un lenguaje relativamente cercano a una enfermedad; hay lenguaje vírico, hay un poema que habla de un virus que se extiende, de un brote. Es una cuestión circunstancial, pero a mí me casi apuro. Porque es como poner al poemario a un nivel que no le corresponde. Porque lo que describe el libro no es comparable con una pandemia.

P. Es que tienes un poema que se llama epidemia en el que hablas hasta del pan, que ha sido una de las cosas más curiosas de la pandemia.

R. Claro. Es que el pan en mi poética tiene una imagen concreta y un simbolismo concreto.

Lo honesto es admitir que un atracón de comida te puede llevar a esa felicidad

P. No sé si has podido escribir durante esta pandemia y si has tenido tiempo.

R. Pues no. El 14 de marzo terminó mi contrato y me quedé en paro. Y por circunstancias logísticas, mi pareja sí que ha podido teletrabajar, pero yo me he tenido que hacer cargo de mi bebé, que tiene 16 meses. Así que no he hecho nada. Mi vida se ha quedado en suspenso desde el día 11 de marzo, porque mientras no tengamos opción de escolarizar a nuestro hijo, quien tiene un trabajo estable es él. Y esto no es una cuestión de género.

P. Sí. Así lo he entendido. ¿Cómo te hace sentir esta situación?

R. A nivel personal estoy muy frustrada. Pero es que no hay muchas soluciones. Estamos buscando maneras para sacar un ratito para poder escribir o buscar un trabajo que sea compatible con la crianza. Pero es muy frustrante. Porque evidentemente hay cosas que son prioritarias, pero como madre, creo que se nos ha dejado de lado. Creo que el mundo es muy adultocéntrico y ha dejado a los niños en segundo plano en todo este organigrama.

P. No sé cómo saldrá el propio estamento familiar del confinamiento.

R. Yo creo que esta situación ha hecho que el cristal desde que miramos cambie un poquito. Para bien y para mal.

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