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Manuel Jabois: “Una mentira puede ser una certeza aunque sea falsa”

Manuel Jabois

Juan Velasco

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Manuel Jabois (Sanxexo, Pontevedra, 1978) amenaza con raparse la melena. Literalmente. Es lunes, 8 de marzo, y el periodista de El País, uno de los columnistas más brillantes del su generación, busca con cierta impaciencia por su casa gomas para recogerse el pelo. Mientras tanto, al otro lado del teléfono, sobre una mesa, hay un ejemplar con páginas marcadas de Miss Marte, su segunda novela, publicada exactamente dos años después de Malaherba.

También una grabadora encendida y un periodista que, aunque lo ha intentado, no ha logrado amarrar una entrevista presencial con su autor. Cosas de la pandemia. “Me enciendo un pitillo y charlamos como si estuviéramos en una terraza de Córdoba”, dice finalmente Jabois. Cuando acaben de charlar, veinte minutos después, se prometerán un encuentro futuro al sol, con una cerveza en la mesa y con la mascarilla en el bolsillo de la camisa.

Jabois es a veces tierno y a veces frío. Como los personajes de su última novela. Disfrazada de thriller, Miss Marte es, antes que nada, una nueva exploración de su propio universo. Aunque no crea en los localismos, hay en ese pueblo inventado un mundo jaboisiano y unos personajes que fascinan tanto por lo que ocultan -clave en este novela- como por cómo dicen las cosas que quieren decir -clave en el estilo literario y periodístico de Jabois-.

Esa comunión entre síntesis estética y un mundo de ideas en ebullición marca prácticamente cada página de la novela del periodista y escritor gallego que, ya con el pelo recogido y el cigarro encendido, se sienta al otro lado del teléfono.

Hacerte mayor es acceder a ciertas verdades

PREGUNTA. No suelo entrevistar a periodistas en activo, no es algo muy común.

RESPUESTA. Me retiro si quieres media hora del periodismo y hablamos. 

P. No, mejor aún, empieza tú. ¿Qué le preguntaría Manuel Jabois al autor de Miss Marte?

R. Joder, qué buena esa… Empezamos con buenas preguntas desde el principio. Esto no va a ir bien (Se ríe). A ver, ¿qué le preguntaría? Le preguntaría si juegan en el mismo equipo Miss Marte y Malaherba y si hay alguna relación entre ellas. ¿Ahora qué hacemos, respondes tú?

P. No, no, que responda el autor.

R. Hay una relación oscura, muy muy tenue. Hay un hilo debilísimo que el lector de Malaherba percibirá cuando lea Miss Marte. Y, sobre todo, hay una intención de relatar la vida de la frontera. En el caso de Malaherba la frontera es cuando al niño lo convierten en adolescente a golpes. Cuando descubre el sexo, la muerte y el amor. Es decir, las cosas importantes de la vida. Y en el caso de Miss Marte hay un grupo de chavales, sobre todo la protagonista, que está pisando una frontera, la frontera del mundo adulto. Y en su caso, un mundo adulto que se les hurta. Porque se les hurta la verdad. Y hacerte mayor es acceder a ciertas verdades. Tienen eso en común. Y tienen esa atmósfera, muy determinada: en Malaherba en Pontevedra, en Miss Marte en un pueblo más pequeño. Está el mar, en Malaherba el mar tranquilo de las Rías Baixas, en Miss Marte el mar bravo y asesino de la Costa da Morte. Pero sobre todo hay personajes en las dos novelas a punto de hacerse mayores. Ha sido una buena pregunta. 

P. Sí que está en esta novela el tránsito de la adolescencia al mundo adulto que, en el caso de la gente de nuestra generación, hemos visto además como se dilataba frente al mismo tránsito hecho por nuestros padres.

R. Mucho más. Hay un instinto de protección sobre los protagonistas del libro por parte del mundo adulto que al final precipita un poco también la catástrofe.

P. Es un libro que está muy basado en la memoria y en los recuerdos, lo cual es una apuesta interesante como novelista, aunque no tanto como periodista. Porque los recuerdos son muy mentirosos.

R. Sí, la memoria en general es bastante tramposa. Pero lo hacemos para sobrevivir. Para ir sobrellevando las cosas como buenamente podamos. No siempre es una trampa destinada al mal, sino generalmente a reconfortarnos y a hacernos más llevadero el pasado. Pero es cierto que el hecho de desconocer algo nos convierte en víctimas de cualquier hipótesis o de cualquier cábala. Esto tiene mucho que ver con el mundo de ahora.

P. ¿En qué sentido?

R. Pues en que, cuando no se nos dice la verdad, la verdad puede ser cualquier cosa. Y eso en la novela provoca la destrucción de muchas relaciones personales y la aparición, como un brote, de personajes muy peculiares, muy disparatados, muy humorísticos también. Porque, cada vez más me doy cuenta de que todo tiene que ser visto irremediablemente con humor, hasta las situaciones más delicadas. Creo que no hay nada que no se pueda contar con un puntito de humor y con un puntito de ternura. 

La memoria en general es bastante tramposa

P. Esa visión cáustica también está muy presente en la novela. No sé si es reducto del galleguismo

R. No creo mucho en esos condicionantes geográficos. Yo creo que en cualquier pueblo de La Mancha, de Castilla, desde luego en Andalucía o fuera de España, tienen una idiosincrasia y una forma de encarar las cosas en la que tiene mucha importancia el humor. En Galicia es muy conocida la retranca, tenemos una forma de reírnos de nosotros mismos y de los demás de una forma un poco más seria, pero que a mí me parece divertidísima, aunque a veces provoca que no se nos pilla. A mí me gustan mucho los chistes subterráneos. Y sí, es cierto que hay mucha retranca en el pueblo de Miss Marte. He procurado hacer una novela muy entretenida, pero sobre todo he procurado hacer una novela de suspense. Pero, por encima de todo, tiene que ser una novela en la que haya humor. Principalmente porque en la vida hay humor hasta en situaciones donde jamás te lo creerías.

P. Sí, y añado que es precisamente donde más sentido tiene, como en los velatorios.

R. Sí, principalmente en los sitios donde está prohibido reírse es donde realmente hay más humor. Eso lo estamos viendo ahora con esta plaga de ofendiditos. Con ese “con eso no se juega, de eso no se ríe uno”. No, se ríe uno absolutamente de todo y en eso consisten los límites del humor y lo divertido que resulta cruzarlos.

P. Más allá de la retranca, sobrevuela en la novela una cierta frialdad en las relaciones familiares que, desde fuera, también parece un rasgo muy gallego o muy norteño.

R. Bueno, sí que no hay mucha comunicación. Sí, eso es cierto. Eso ocurre en muchas familias. Y la incomunicación es una de las principales desventajas. Pero, no sé, no me parece del todo mal, según en qué circunstancias. Yo creo muchísimo en la familia como algo que le da sentido a tu vida. Yo no entiendo la vida sin la protección, la seguridad y el amor de la familia. Pero tampoco creo que tengas que contarle a tus padres las mismas mierdas que les cuentas a tus amigos. En el caso de la novela, esto termina siendo algo catastrófico pero no tiene que serlo siempre. Puede ser positivo. A mí la figura de que mis padres son mis amigos, personalmente no me gusta ni lo son; son mis padres. Es algo más importante, pero no son mis mejores amigos. 

P. Lo que está claro es que esta historia tiene todo el sentido ambientada a mediados de los noventa, cuando los adolescentes todavía no contaban su vida a diario en las redes sociales y cabía el misterio.

R. Eso es importante, sí. Hay un momento en que la protagonista llega al pueblo y se pregunta cómo ha hecho amigos tan fácil. Yo supongo que ahora vas a veranear a algún lado con 15 o 16 años y ya lo tienes todo controlado con las redes. Yo mismo cuando voy a alguna ciudad, conozco a alguien de redes y ya puedo quedar con él. Y en el caso de los noventa, es que venía tu madre de tu mano a la pandilla y decía: “oye, que venimos a pasar aquí el verano, ¿puede estar esta hija o este hijo con vosotros?”. Ocurría así muchas veces. O a falta de eso, las relaciones fluían de una forma natural. Ahora siguen siendo así. Las redes han ayudado a que eso sea mucho menos traumático.

P. En Miss Marte sobrevuela la idea de que, si en este mundo de verdad hay dos razas, esas son las del hombre y la mujer. Porque hay como dos mundos en la novela: el masculino y el femenino.

R. No he sido consciente de eso. No lo he escrito con esos parámetros. Pero sí ha salido que las dos protagonistas sean mujeres. El narrador es hombre, eso sí. Porque no tengo todavía el arte novelístico ni el genio que pueden tener muchos colegas de ponerme en la voz de una mujer. Pero las dos protagonistas son femeninas principalmente porque las Mais Lavinias que yo he conocido en mi vida han sido mujeres. Ese carácter fascinante, maravilloso, seductor -de alguien que te convierte en mejor persona y en alguien más interesante- lo veo en amigas que tengo que son así. Y tengo amigas que son periodistas como Berta Soneira; mis mejores amigas, de la redacción del Diario de Pontevedra. Son mujeres de las que me he aprovechado para construir el personaje. Son tipas que para mí son referentes del periodismo y que me han servido para construir a Berta. Y luego, tengo amigas que son artistas de la vida, genias absolutas de la vida, con las que he construido a Miss Marte. En ese sentido, fue más fácil construir los personajes femeninos, pero no había detrás intención de género, sino más bien una forma de homenajearlas secretamente. Pero sí, es cierto que tengo algunas amigas que son fascinantes.

P. Sí, es precisamente eso lo que percibo, que las mujeres no solo son objeto de especulación, deseo o misterio, sino también aparecen como mucho más complejas o con una complejidad mucho más inteligente que la de los protagonistas.

R. Sí. En esta novela sí. Pero es involuntario. No tenía ninguna intención de remarcar diferencias entre hombres y mujeres. En realidad la frontera, como te he dicho, está más en el mundo adulto.

P. Aunque el centro gravitacional de la novela sea una intriga, en el fondo lo que se busca es más hacer las paces con el pasado.

R. Sí. Eso es un ideal de inspiración. Yo no creo que haya nadie en paz con su pasado. Pero sí que pactamos con él ciertas cláusulas, entre ellas la desmemoria y el silencio. Y en otras ocasiones nos aprovechamos del pasado para convertir el presente en algo mejor. Es decir, puedes hacer las cosas mal una vez, pero si haces las cosas mal otra vez, ya no es por falta de experiencia sino porque a lo mejor eres un poco hijo de puta. Yo creo que el pasado en ese sentido es muy valioso: como caja en la que guardar recuerdos y rememorarlos y también como un lugar en el que hay experiencias que te sirven para ser mejor en el día a día.

P. El peligro es quedarte a vivir en él. Y es un peligro real en estos tiempos de incertidumbre y falta de esperanza en el futuro. 

R. Bueno, en el caso de la novela sí es un peligro real y acechante porque ha desaparecido una niña y el caso no se ha resuelto nunca. De alguna forma ese verano nunca terminó. Y entonces, de repente ese grupo de amigos nota la falta de la verdad y esa ausencia convierte todo en mucho más peligroso y resbaladizo. Porque no hay ni siquiera una certeza. Una mentira puede ser una certeza aunque sea falsa. Por lo menos tienes una mentira con la que atar el pasado y dejarlo estar. Pero ni siquiera hay eso. 

P. Además, Berta Soneira en el libro dice que no contaba la verdad en ninguna de las entrevistas. Qué placer poder mentir a discreción.

R. Sí, decía que prefería las entrevistas por teléfono porque cuando veía la cara del entrevistador se le pasaban las ganas de contar la verdad. Bueno, es una boutade muy propia de Berta Soneira, no es el caso mío. 

P. Eso espero. 

R. (Se ríe) También hay una frase, al mismo tiempo, en la que dice, respecto a sus relaciones personales, que si miente se aburre. Yo creo que decir la verdad lo último que te produce es aburrimiento. Lo que pasa es que te hace la vida muy agitada y muy loca. Decir la verdad las 24 horas del día los 7 días de la semana es algo que la civilización no podría soportar. 

En los sitios donde está prohibido reírse es donde realmente hay más humor

P. En el libro dices que escribir es retener. 

R. Sí. Y borrar.

P. Hoy, con la cantidad de información que hay, casi diría que escribir es seleccionar. 

R. Sí. Porque teclear, mal que bien, sabemos todos. El problema es saber quitar lo que no vale. Porque todos creemos que nuestros párrafos son imprescindibles. Una de las cosas más bonitas que te enseña el periodismo, con su límite de extensión, es que tienes que cortar lo que has escrito. Tienes que amputarte a ti mismo. No vale todo. Solo vale lo mejor. Y cortar implica que vas a dejar lo mejor. Y por eso hay que saber cortar. Ser novelista o ser escritor es distinto.

P. ¿En qué sentido?

R. A mí me gustaba mucho un gag de Miguel Noguera, que decía que había un difunto y preguntaban en el tanatorio a los familiares que qué querían hacer con él. Y ellos elegían incineración. Entonces incineraban el cadáver y volvían con las cenizas y decía uno: “Un poquito más. Dale una vuelta más”. Volvían de nuevo y le decía: “Siga, siga, queremos el diamante”. Pues escribir es bastante parecido a eso. Escribes un tocho, tiras el cadáver, lo incineras para que quede la ceniza buena, lo que realmente vale, e insistes hasta que aparece un diamante. Y ese diamante es lo que tienes que publicar. O sea, es una labor complicada de cojones. Casi todos nos quedamos en la primera o en la segunda incineración. No llegamos al diamante. Al diamante llegan los genios. 

P. Y eso que entiendo que, aunque como periodista estés acostumbrado a amputar, como novelista ese corte tiene un componente más duro. Debe costar más retirar lo que pones en una novela.

R. Sí, en la novela puedes meter 1.200 páginas si te da la gana. Otra cosa es que luego tu editora coja y diga: vamos a publicar 300 de estas 1.200 páginas. Ahí empiezan los problemitas. Pero bueno, yo de momento, como soy novelista novato, no me paso mucho. Creo que para que quede el diamante hay que escribir el doble de lo que vas a publicar por lo menos.

P. La frialdad del periodista también ayuda. Es, a veces un salvavidas. Lo hemos visto ahora con la pandemia. Nosotros éramos parte de la historia, pero debíamos abstraernos de ella.

R. Sí. Es importantísimo. A la gente no le interesan tus emociones ni tus sentimientos cuando estás escribiendo de los demás. Para eso te escribes una columnita si quieres. Pero, en cualquier caso, un reportaje y una crónica, aunque sea de algo tan duro como la pandemia y aunque sea de algo cercano a ti, aunque tengas tus padres ingresados y demás, tú estás escribiendo una noticia, estás contando la vida de los demás. Y, por lo tanto, hacerlo desapasionadamente y tratar de contar las cosas de una forma muy pulcra, de una forma que sea puramente periodística, es imprescindible para que el lector, el oyente o el que está al otro lado, sepa perfectamente lo que está ocurriendo.

P. La pandemia es un ejemplo de algo que se dice en el libro: pasarlo mal es lo más fácil del mundo. 

R. Sí, no sé si estoy muy de acuerdo con esa frase que dice uno de los personajes. Pero, desde luego, en una situación así, encaja como un guante. Pasarlo mal ahora mismo es muy fácil. Y pasarlo bien es muy difícil. Y, además, como hemos podido comprobar, muy arriesgado.

Decir la verdad las 24 horas del día los 7 días de la semana es algo que la civilización no podría soportar

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