Javier Vela, escritor: “Los fantasmas que no se sientan a tiempo a la mesa terminan por perseguirnos”
Guía de pasos perdidos (Páginas de Espuma) es el primer libro de relatos del poeta Javier Vela (Madrid, 1981). Fue becario en la segunda promoción de la Fundación Gala y, desde entonces, ha conseguido galardones poéticos como el Adonais, el Premio Loewe a la Joven Creación o el Premio de la Crítica de Madrid. También se atrevió con la novela: La tierra es para siempre (2019) además de otras publicaciones y traducciones.
Ahora llega a las librerías con esta colección de once cuentos que, entre lo cotidiano y lo inquietante, entre lo previsible y lo aparentemente imposible, nos interpelan sobre temas tan cercanos como inasibles: los secretos familiares, la soledad, la posibilidad de escape o las pérdidas que, de alguna manera, no nos abandonan.
Vela estuvo en Córdoba para devolver una visita a la Fundación Gala y encontrarse con sus lectores en La República de las Letras. Cordópolis le propuso recorrer su libro no con una entrevista de preguntas y respuestas ad hoc, sino con once propuestas para desvelar lo que subyace dentro de sus once cuentos de esta impar Guía de pasos perdidos. Javier aceptó y éste es el resultado.
Lo que no decimos puede contaminar la vida de las víctimas que han sufrido abuso
P. El tiempo siempre hace su parte.
R. Sí. El tiempo es la herramienta que nos permite manipular aquellas tendencias, aquellas manías que se han anquilosado en la propia familia y que de otra forma se perpetuarían para todos los que vienen detrás. Para las siguientes generaciones. En este cuento aparece un crucifijo que existía realmente y que colgaba en el pasillo de la casa de mis abuelos y allí existía la creencia, aunque ya no era una cuestión religiosa, de que nadie debería atreverse a descolgarlo o a cambiarlo de lugar. Ese es el sustrato de este relato. Por supuesto, los más pequeños soñábamos con subvertir esa tradición, de darle la vuelta y convertir el crucifijo en una espada empuñándolo por la parte superior y hacerlo así un objeto amenazante, como si un crucifijo no fuera ya un objeto amenazante de por sí. En la visión cosificada de ese crucifijo que ya no significaba nada encontré el motivo para escribir este cuento. Con la vocación, además, de que la niña que aparece al final del relato sea la única capaz de invertir la tendencia anquilosada de esa familia en la que nadie tiene el valor de levantar la voz.
P. Fabio y el poder de lo onírico…
R. Sí, absolutamente. Y tiene que ver también con el poder de la conciencia y la individualidad del personaje protagonista, que es un niño con autismo y cuya interioridad es notablemente más rica y más provechosa que la de sus padres, de ese contexto hostil en el que vive y del que se aleja o se escapa en la noche precisamente a través del silencio y la tranquilidad de aquello que sus padres han convertido en un conflicto, en un problema, que no es más que su propia singularidad. Es cierto que todos estamos muy lejos de comprender la subjetividad compleja de una persona con autismo; pero he intentado aproximarme a los significados que van pululando por la mente de una persona así, con una identidad tan rica pero que, sin embargo, suele verse inhibida por la vocación racional de la familia y de aquellos que no sabemos entender la importancia de la diversidad, de lo distinto.
P. Estás de suerte, Quim y los fantasmas de la juventud.
R. Convivimos con los fantasmas y existe, yo creo, un diálogo fecundo entre vivos y muertos que a veces nos asusta y que la incomprensión de ese diálogo nos impide escuchar esas voces de forma placentera cuando deberíamos abrirnos a la experiencia de lo que viene después, de lo que no conocemos, del misterio que puede estar tras la muerte de una forma desinhibida. También desde el humor, por cierto. Deberíamos desdramatizar la idea de la muerte y de que aquellas personas que han desaparecido, que ya no están con nosotros, pues sigan con nosotros de alguna forma, que sigan ahí. Que ese diálogo, digamos, de forma virtual, de forma simbólica, pueda perpetuarse. En el cuento, ella sigue conviviendo con la idea –fabuladora, desde luego- de que sus amigas siguen buscándola en esa fiesta en la que ninguna de ellas ha llegado porque un suceso trágico se lo ha impedido. Pero me gustaba jugar con la idea de que aparecieran dos realidades complementarias: la de que ella siguiera con la idea de encontrarlas con vida y la que las otras dos presencias fantasmales estuvieran ya en su propia noche, en su propia fiesta y seguían esperando la llegada de la protagonista.
Deberíamos desdramatizar la idea de la muerte
P. Las despedidas “como un ritual de ausencias”. Eso es romanticismo…
R. Más fantasmas ¿verdad? Otros fantasmas. Sí, es la voluntad por recuperar la presencia física a través del paisaje y de viaje de ese road trip que implica volver a recorrer los lugares en el que el protagonista vivió felizmente o, al menos, vivió, Con todas las complejidades que eso implica, con su pareja. Y la reflexión sobre lo que ocurre cuando alguien deja de estar con nosotros, cómo se resignifica ese espacio y como, a la vez, se llena de implicaciones, de latencias; en este caso simbolizadas por una bandada de gaviotas que van picoteando animales muertos en la orilla y que intenta trascender la experiencia directa de esa búsqueda infructuosa que supone acudir al encuentro de un fantasma que, de alguna forma, ya no volverá. Pero que el personaje sigue teniendo muy presente y que era su contraparte y su pulmón. Su antagonista, digamos, pero también su apoyo moral, emocional y su razón de vida. Precisamente, el título juega un papel importante; por un lado se parodia la idea romántica del amor, y por otro se parodia la figura de ella que tiene que enfrentarse a la muerte y mientras que él –que no es precisamente un “romántico”- la dimensiona de una manera bastante trágica. La parodia sirve a veces para distanciarnos críticamente de esa realidad que, en todo caso, es inevitable y a la que debemos enfrentarnos, ojalá que de forma muy tardía, pero el cuento anticipa algunas de esas sensaciones
P. “El aire de majestad expropiada” de Margie saliendo de la clínica.
R. Tiene que ver con la voluntad de decidir y de la voluntad que tiene uno de separarse de la manada. No porque la enfermedad o la muerte lo acucie, sino porque a veces la manada resulta excesivamente tóxica. Hay personajes que tienden a escapar como un acto de liberación, como una forma de reencontrar, a través de la soledad, la independencia, la identidad propia que les había sido, si no restringida, sí inhibida por momentos. En el caso de la protagonista, por esa institución psiquiátrica en la que, como suele ser habitual, usa la química y la farmacopea para reducir poco a poco todas aquellas expresiones del yo que, en otros contextos, pueden ser maravillosas y particularmente estimulantes. Para quien no las sufre, desde luego, pero para quien tiene una identidad compleja, como Fabio –el del tercer cuento-, son difíciles de abrazar, de comprender.
P. El peligro de perder la infancia, de perder la inocencia en el barrio.
R. Y el peligro de perder la confianza en el otro. Sí, también la inocencia y la infancia. En otro sentido se trata también de un cuento proletario que hace tomar conciencia de clase y aceptar también la imposibilidad como vector de transformación. Los límites y los lugares prohibidos, clandestinos, subrepticios, aquellos espacios donde se nos prohíbe entrar y al que, por eso, el adolescente quiere acceder. Es un cuento de barrio, donde los protagonistas, como los personajes de Esperando a Godot, tienden a replicarse el uno al otro sin encontrar nunca la forma apropiada de huir y, finalmente, la huida real, la huida física, muy mecánica y en bicicleta es, precisamente, la que les hace precipitarse a la incomprensión y, al protagonista, a esa pérdida de la inocencia y a la pérdida de confianza que había depositado en su mejor amigo.
P. Cuando la familia se convierte en una prisión.
R. Hay que saber escapar de ella o intentarlo al menos. Con el agravante de que, además, hayan perdido la confianza en ti, que te hayan quitado la autonomía de pensamiento y la autonomía de acción. El protagonista se entrega al mar, de manera un tanto romántica probablemente, por ser su medio, en el que se desenvuelve a diario, pero también como un lugar de resistencia frente a lo que se le causa en tierra. Hay una imagen simbólica en el cuento, que es un carguero que aparece un par de veces con los faros reflectores muy potentes y que simboliza esa muerte que va acechando detrás, a cierta distancia, pero que no deja de observarle.
P. La habitación. “Toda mujer adora alguna vez a un fascista” (Sylvia Plath). Familias que guardan secretos a voces.
R. De eso se trata. Explorar cómo aquello que no decimos puede contaminar la vida de las víctimas que han sufrido abuso y como, de alguna forma, esa complicidad silente resulta moralmente comprometida. Como la persona que finge no saber o que, incluso sospechando, no se atreve a querer saber más sobre algo que incomode o violente la intimidad de un familiar suyo. Y, desde un punto de vista ético, acaba también por ser culpable. También hablamos de los fantasmas que no se sientan a tiempo a la mesa terminan por perseguirnos persistentemente a lo largo de nuestras vidas.
P. Guía de pasos perdidos de vuelta en Cádiz y un disfraz de Mefistófeles.
R. Hay un anfitrión muy peculiar. Una sofisticada figura intelectual europea se “engolfa” y se relaja cuando un contexto gozoso, y algo primitivo, le seduce y lo pone sobre la mesa para sus invitados, la pareja protagonista. Esa tutela al cabo del tiempo acaba desapareciendo dejando también desasistidos y huérfanos a esa pareja de viajeros al Sur. Aquí quería acercarme al Sur que yo conozco, a Cádiz, con ojos, digamos, “extranjeros”. Quería acercarme sin miedo al folklore y a la cultura local, sin relamerme en las virtudes y bondades del contexto en el que uno ha crecido. Y es complejo, porque requiere un esfuerzo para sintetizar la identidad, el imaginario, el lenguaje… He intentado ponerlo con mucho respeto, pero también con un espíritu crítico y también paródico.
No sentirme comprometido por la identidad territorial y por las confusiones que llevan a algunos a paralizar y a enfrentar a sociedades enteras y a grupos de personas a favor de un imaginario que se convierten en una herramienta ideológica sencillamente y que deja atrás cualquier identidad natural o genuina que pueda existir en un territorio. Tiendo a pensar que la identidad, y el lugar de origen, forman parte de un subproducto del azar. Pensar lo contrario puede convertirse en un acto de determinismo. Éste, en esencia, es el conflicto que llevado al punto extremo del nacionalismo enfrenta a sociedades y a naciones que, de otra forma, podría convivir de manera armoniosa. Considero la idea de la patria y el territorio en el que uno crece como una mera casualidad.
P. ¿Por qué 11? ¿Por qué impares?
R. Creo que existe una tendencia un tanto racionalista a homogenizar las colecciones de cuentos, colecciones poéticas y en general todo lo que se pueda coleccionar haciendo un muestrario excesivamente simétrico que el lector debe también recepcionar o leer con la misma voluntad de simetría. A mí me gusta mucho “despeinar” las ideas preconcebidas y hacer que el lector deba también afrontarlas con sorpresa y con asombro. El asombro está en el principio del pensamiento, de la filosofía y, desde luego, en el plano de la fabulación literaria, de la creación narrativa. Hay que tener los ojos bien abiertos para que la escritura aporte un componente de imprevisibilidad, de ambigüedad y de polisemia que son genuinos de la expresión literaria. Desconfío mucho de los significados cerrados, de las lecturas unívocas y de los autores que intentan imponer excesiva simetría a lo que escriben.
Considero la idea de la patria y el territorio en el que uno crece como una mera casualidad
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