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La historia nunca contada de la subasta de los cines de verano

Cartel de la temporada 2021 de Esplendor Cinemas

Marta Jiménez

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Octubre de 2014. Oficina Nacional de Gestión Tributaria. Paseo de la Castellana, Madrid. Día. Martín Cañuelo y Carmen Cabezas, propietarios de Esplendor Cinemas, gestores y programadores de los cuatro cines de verano del casco histórico de Córdoba, cruzan la puerta y se dirigen al mostrador. Anuncian quienes son y explican por qué están allí:  acuden a la subasta pública de tres de los espacios que gestionan en la ciudad de la Mezquita. Una puja que tiene lugar en el edificio esa misma mañana. 

Pero, ¿qué hacen ustedes aquí? ¿No saben que los interesados en estas subastas pujan por vía telefónica o telemática y que aquí no viene nadie? y ¿de verdad que en Córdoba siguen existiendo cines de verano?, obtienen como respuesta de una asombrada funcionaria.

Unos meses atrás de aquel día, en julio de 2014, se había hecho pública la subasta de los terrenos del Fuenseca, el Delicias y el Olimpia. Cañuelo se enteró del anuncio por casualidad y supo que los cines tenían que ser suyos. O al menos tenía que intentarlo. Era un sueño que acariciaba desde que su empresa empezó a explotarlos, junto con el Coliseo de San Andrés, a mediados de los años 80, aunque el Olimpia llegaría más tarde, en 2004.

Justo desde aquel año 2004, el propietario de los tres cines fue el empresario Rafael Gómez, alias Sandokán, y Esplendor Cinemas su arrendataria, la empresa que los gestionaba y explotaba. Quién sabe qué misterio hubo en que Sandokán, hombre con poco o ningún interés por el cine, viera negocio o alguna clase de oportunidad en los cines veraniegos. El caso es que los compró. 

Córdoba poseía la singularidad de haber conservado cuatro de sus históricos cines de verano del casco gracias a la calificación de “zonas verdes y equipamiento público” que recibieron en 1986 del Plan general de Ordenación Urbana (PGOU), que junto al posterior Plan especial de Protección del Casco Histórico (PEPCH) blindaron estos locales contra los deseos de construir en sus codiciados solares. Recordemos que hasta hoy, estos espacios no están protegidos ni como cines de verano ni como espacios culturales, sino como zonas deportivas o educativas, dependiendo del caso.

El termómetro de ese presunto blindaje a los cines de verano lo dio la falta de sensibilidad cultural, patrimonial y jurídica de aquel propietario, constructor y joyero, que subió varias décimas cuando arrasó con total impunidad la histórica taquilla del cine Fuenseca, construida en los años 40, además de un antiguo muro de la casa, con el fin de que pudieran entrar camiones a las obras de un solar contiguo. Rosa Aguilar era alcaldesa. Y no pasó nada.

Inexplicablemente ningún Ayuntamiento ni predemocrático ni plenamente democrático ha querido nunca ser dueño de estos bienes que siempre han estado en manos privadas. Aunque lo curioso es que el consistorio se hizo con el Magdalena y el Andalucía cuando dejaron de funcionar como cines de verano. Hoy uno es un solar y el otro un parque. En realidad, solo tuvo interés por un cine en activo un breve alcalde, Andrés Ocaña, sucesor por obligación de Rosa Aguilar, algo que será contado dentro de unos cuantos párrafos. 

Por tanto, y volviendo a aquella compra de Sandokán, esta hizo cundir el temor ciudadano a que la tradición cordobesa de los cines estivales desapareciese tarde o temprano por mor del beneficio inmobiliario. Pero la crisis del ladrillo y la madre de todas las crisis provocaron en 2008 un embargo prioritario de la Agencia Tributaria desde su Delegación Central de Grandes Contribuyentes sobre el grupo inversor Arenal 2000, la empresa de Sandokán. De ahí la subasta de estos tres terrenos. Martín vio clara la oportunidad de librarse de las cadenas de un patrono que cada año lo hacía sufrir con la incertidumbre de si renovaba o no la explotación a Esplendor Cinemas.

Martín y Carmen se vieron “obligados” a esforzarse para hacerse con esos tres títulos de propiedad cuando emergió cual milagro aquella subasta pública de los bienes del que hasta entonces era su dueño. Carmen Cabezas había nacido en un cine. Sus padres trabajaron en cines históricos como el Iris o el Santa Rosa, y a ella y a sus hermanos los amamantaron y criaron cada verano en la terraza del Delicias. Martín, cinéfilo de cineclub, aprendió todo lo que sabía sobre estos lugares por la familia de su mujer. Eran las raíces de la pareja y estaban convencidos de querer garantizar la continuidad de estos cines únicos. 

Consiguieron la certificación en noviembre de 2014 tras la odisea de una subasta pública cuyos mecanismos desconocían, ya que aquella era una dimensión de la realidad a la que no pertenecía ninguno de estos dos románticos empresarios de la exhibición cinematográfica. Porque a las subastas de la Agencia Tributaria acuden mayoritariamente los grandes especuladores. 

Carmen es la única testigo que queda de aquella mañana que tal vez fue el origen de la supervivencia actual de estos espacios. Ella es consciente de ello. Y también lo es de que hay que tener cuidado con lo que se sueña, porque a veces se cumple.

La gran subasta

Octubre de 2014. Oficina Nacional de Gestión Tributaria, Madrid. Interior. Día. ¿Saben ustedes cómo funciona una subasta? pregunta a la pareja cordobesa de Esplendor Cinemas una funcionaria de la Agencia Tributaria, sensible y coherente con su papel de servidora pública. No, responden ellos. Seguramente fue ante la sincera negativa cuando la anónima burócrata decidió ayudar a Carmen y Martín en su aventura por conseguir los cines de verano. Podía no haberlo hecho, y sobre funcionarios que no ayudan al contribuyente todo el mundo tiene un master. 

A pesar de su asombro por la aparición de la pareja aquella mañana de subasta pública, algo completamente legal pero del todo inusual, ella los guía a otra planta y llegan a una especie de salón de actos vacío donde tendrá lugar la subasta. Por el camino va dándoles toda clase de instrucciones sobre lo que tienen que hacer y lo que no.

“A mí me recordaba a las películas antiguas, cuando iban los de las provincias a Madrid”, rememora Carmen Cabezas sobre cómo se sintió aquella mañana. Más bien dentro de una película de Paco Martínez Soria que de Pierce Brosnan. Ella había animado a Martín para hacerse con estos espacios, aunque apostaba por comprar dos cines, el Fuenseca y el Delicias, “porque el Olimpia nunca fue bien”, confiesa. Era un lote de tres cines  -o terrenos, como fueron calificados en la subasta- que se podían comprar por separado. Y en el fondo, Carmen sabía que Martín haría todo lo posible por quedarse con el lote.

Cañuelo había conseguido el aval necesario de su banco para acudir a la subasta. Sabía hasta qué cifra podía llegar por los tres espacios y estaba en sintonía con el precio de salida. Pero no conocía el mecanismo. En el desierto salón la funcionaria los advierte de no pugnar en la primera puja, ya que ahí no lo hacía nadie. 

Tras unos minutos de descanso, llega la segunda. Nada, tampoco hay que destapar las cartas ahí. “Hubo que esperar entonces a la tercera durante una hora”, recuerda Carmen Cabezas. “Nos dimos una vuelta, fuimos a un Corte Inglés cercano y hasta nos tomamos un café con los funcionarios que nos explicaron con detalle que teníamos que hacer ahora que llegaba el momento decisivo”.

Lo siguiente era una tercera y última puja, y después venían los sobres cerrados. En este último escenario los postores entregan sus ofertas en sobres sellados que se abren en esta fase de la subasta. El bien se adjudica a la mejor oferta. Justo con sobre cerrado querían Carmen y Martín comprar los cines una vez que conocieron el procedimiento, “para que nos salieran más baratos”. Pero sus cómplices públicos en aquella subasta se lo desaconsejan.

“Nos dijeron, no lo hagáis así porque vosotros no estáis acostumbrados y aquí la gente está muy acostumbrada a lo de los sobres cerrados. Vosotros pujad en la tercera ronda, que es como os interesa”, narra Carmen. “Nosotros entonces esperamos hasta el último momento y Martín pujó. Primero por un cine, después por otro cine y al tercero yo le decía, Martín, por favor, no, el Olimpia no, que ya con los otros dos es mucho dinero. Allí nadie pujaba, estaban los de los pinganillos, que vete a saber a quién representaban, pero nadie decía nada”. Y Martín volvió a pujar y por tercera vez escuchó “adjudicado” aquella mañana de octubre.

Por el terreno del Delicias, “el más grande y el más fresquito” para Carmen, pagaron 200.000 euros. Por el Fuenseca 160.000 y por el Olimpia 95.000, según datos de su actual propietario, Ángel Cañuelo, sobrino de Martín.

“En la tercera puja bajó el precio de salida. Si no nos lo llegan a contar, pues hubiéramos pujado en la primera, lo hubiéramos sacado al precio que sabíamos y nos costó más barato gracias a estas personas que fueron muy buenas gente y nos vieron que éramos personas sencillas y normales. No sois personas que vengáis a aprovecharos o a especular, nos decían. Estáis llevando ese negocio que es vuestro trabajo y por eso os estamos ayudando”, revela Carmen sobre las intenciones de los funcionarios de la Agencia Tributaria.

Casi diez años después de aquel día, Carmen cree que con los sobres cerrados hubiera habido riesgo porque es la apuesta que suelen hacer los pujadores. “Se podría haber presentado una oferta más barata que la nuestra y haberlos perdido”. Quien los perdió fue Rafael Gómez, por segunda vez si es que se presentó a la subasta, algo que el empresario ni confirma ni desmiente. “Se enfadó mucho cuando supo que nos los habíamos quedado nosotros”, recuerda Carmen.

Cinco años antes de aquella subasta, en 2009, Sandokán había puesto encima de la mesa del entonces alcalde, Andrés Ocaña, la siguiente oferta: liquidar una parte testimonial de la deuda que mantenía con el Consistorio, por construir sin licencia, a través de los cines de verano. El Ayuntamiento se los quedaba y él subsanaba una pequeña parte de sus multas. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.

El Ayuntamiento de entonces estaba dispuesto a adquirir por expropiación el Fuenseca para lo que disponía de un crédito presupuestario de 1,2 millones en las inversiones de Urbanismo para 2009. Un millón cuarenta mil euros más de lo que pagó Esplendor Cinemas en 2014 por este cine en una subasta a la que podía haberse presentado el Ayuntamiento, entonces gobernado por José Antonio Nieto. Pero ni con la oferta de Sandokán ni después llegaron estos terrenos a ser propiedad del consistorio. A día de hoy, tras la muerte de Cañuelo, estos cines protegidos y únicos en España continúan en manos privadas.

“Soy una persona muy religiosa”, confiesa Carmen, “y había pedido mucho a mis santos que se hiciera realidad el milagro de quedarnos con los cines. Porque sabía que así Martín estaría tranquilo, sin incertidumbres, que no lo iban a avasallar. Al principio todo fue maravilloso, muy bien. Pero hemos tenido muchas contrariedades y al final los cines se convirtieron en un agobio constante”. Primero con la crisis, después con la pandemia y, al final, la repentina muerte de Martín. “Hay milagros que luego se vuelven a la contra”, reconoce tristemente Carmen.

El sol del membrillo

En el muro norte del cine Delicias, el de San Lorenzo, muy cerca del ambigú, Martín plantó un membrillo hace años. Fue un guiño cinéfilo a una de las películas de culto de su época de cineclubes y cines de verano, ‘El sol del membrillo’ de Víctor Erice (1992), que sigue el proceso de creación de un cuadro del pintor Antonio López.

Almendros, granados, eucaliptos y películas. Carmen y Martín plantaron cientos de películas en tantos veranos cordobeses y mantuvieron la semilla de un entretenimiento que forma parte de la historia del casco. Su manera de programar era una seña de identidad. Con un gran arco de filmes dirigidos a todas las capas de espectadores: desde niños a cinéfilos exigentes, combinando comedias taquilleras con cine de autor, algunas rarezas, alguna versión original y cada verano, algún clásico de la época dorada de Hollywood. Una programación que reflejaba el amor por el cine. También, la sabiduría de unos exhibidores que no se olvidaba de programar películas importantes de la temporada invernal para que las volviera a rescatar el público en pantalla grande.

“Yo lo llamaba el jardinero fiel”, cuenta Carmen en otra alusión cinéfila a la película de Fernando Meirelles de 1995. Todo el mundo tiene recuerdos propios y narrados por sus mayores de los cines de verano. El de quien escribe estas líneas es ver con sus padres ‘Cantando bajo la lluvia’ en el Coliseo en agosto de 2019. Costaba creer que fuéramos apenas 20 espectadores en aquella noche mágica. Increíble que no se hubiese llenado el aforo para volver a ver a Gene Kelly cantando y bailando en la gran pantalla, y hacerlo esta vez bajo la luna de verano del siglo XXI.

Hablando de lluvia, Carmen recuerda el paragüero del Coliseo lleno de paraguas y repartirlos entre el público si se desataba alguna tormenta de verano. “Siempre había quien se quedaba a ver la película bajo el paraguas y esa estampa del cine lloviendo con la proyección era fantástica”, recuerda con media sonrisa.

Es cierto que es muy difícil hoy encontrar exhibidores de cine como fueron Martín y Carmen en Esplendor Cinemas. Pero también lo es que mucha gente del cine continúa creyendo en los milagros, ya sean religiosos, laicos, culturales o populares.

Continuará...

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