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Crónica

Ana Belén, la verdad en la piel

Función de 'Eva contra Eva' en el Gran Teatro

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Frente al espejo crees verte, pero sólo encuentras un reflejo incompleto. Aun sin estar delante del pedazo de cristal, piensas que te conoces. Sin embargo, nunca acabas de hacerlo. Y probablemente no terminas de entenderte. Porque, ¿quién no tiene una casi permanente lucha consigo mismo? Habrá quien tenga esa aparente suerte, que no es más que, en realidad, un desdichado infortunio. La duda es intrínseca a la persona. Y también el temor. Miedo racional o ilógico, es una emoción que acompaña siempre al ser humano. Como el pánico, a veces incontrolable y, así, muchas otras, insoportable, a la vida. En la verdad reside la existencia, en la pugna con ella y en su aceptación. Al igual que sucede con la sinceridad de los años, con la falsa devastación de la edad. La introspección en una psique cualquiera es lo que provoca el brutal estallido en Eva contra Eva; la explosión incontenible de Ana Belén, nadie mejor para recordar que el talento como la honestidad no decrecen con el tiempo. De ahí que esta vez el público terminara en pie y con una sincera y sonora ovación.

Las tablas del Gran Teatro recibieron la noche del sábado una obra tan sencilla en su escenografía como compleja en guion e interpretación. Fue la adaptación hecha por Pau Miró, con dirección de Silvia Munt, de una de las producciones imprescindibles de Hollywood. De Eva al desnudo -All About Eve, en título original y que sería Todo sobre Eva- a un texto más breve pero no menos intenso, cuya puesta en escenario terminó precisamente en Córdoba tras una gira que comenzó el 19 de febrero en Leganés. Se trata de la historia de una actriz en plena madurez, tanto que sufre ya el desencuentro con el mundo y con ella, y éste es el primer punto importante, por la lenta caída en el interés de los demás que incomprensiblemente se produce con el paso sin freno de los calendarios. La dolorosa verdad fuera de la ficción, y que está a debate desde tiempo atrás incluso en la mismísima Meca del cine.

En Eva contra Eva, queda perfectamente descrito el padecimiento de la mujer que, a diferencia del hombre, pierde protagonismo en su profesión por la insensatez ajena. El talento no tiene edad, y bien lo demuestra a cada instante Ana Belén. Ella sola basta y sobra para estremecer un auditorio. Sufrimiento que es creciente cuando aparece ante sí la intérprete joven, a la que celosa ve la veteranía tan sólo como un rostro hermoso y, sobre todo, nuevo. Dos son las actrices que compiten en lo que realmente es una batalla personal y frente a ese espejo de vanidad rota. Y es éste el segundo aspecto relevante de la obra: el conflicto entre generaciones, más en un mundo propicio para la consideración propia de estrella, y las fricciones en las relaciones sociales. Verdad, de nuevo. Indiscutible como la vida: está uno contra sí y contra un esencial entorno. Al fin y al cabo, la soledad siempre acecha.

Indudablemente es ésta una obra protagónica, pero apoyada y reforzada en el reparto. A riesgo de incurrir en un injusto menosprecio -que es tan sólo la colocación en un segundo plano- del cartel al completo, Eva contra Eva, una vez vista la función, parece imposible sin Ana Belén. Quizá no sea Bette Davis -que curiosamente se llama Margo en la película origen del texto-, pero tampoco necesita serlo. Es más, lo grande es que no lo sea. Su unicidad es lo que convierte a la cantante y actriz en una descomunal figura. Porque la madrileña es uno de esos talentos imperecederos de la escena, que en España sí aportó -y aporta- astros que lo son a perpetuidad. Inconmensurable es una vez más en este guion. Sobrecogedora es la sombra de su presencia en quietud y silencio, en pleno centro de las tablas, mientras una escena continúa a su alrededor. También lo es la figura oscura, en juego de focos, que queda en una esquina, sentada y en mudez, al tiempo que otros diálogos se dan.

Ana Belén es la verdad en la piel, como la propia obra. Por mucho que, por momentos, el texto resulte difícil. Es el equilibrismo de la complejidad, del que salen bien parados autor, directora e intérpretes. Y tampoco falta la comicidad, que la propia protagonista explota para recordar que no tiene límites ni un registro determinado. Pero es obligado resaltar además la brillantez serena, en la justa medida en que lo exigen sus papeles, de los demás integrantes del reparto. Destaca probablemente Ana Goya, que tanto hábito hace al espectador a la risa que pueden obviarse sus cualidades para otorgar drama a determinados instantes. Espléndido acompañamiento femenino, como lo es por supuesto, también, el de la Eva joven y terror de la Eva madura, Mel Salvatierra. La metaficción es más valiosa con ella y Ana Belén en el escenario.

Y esenciales son además los hombres de la historia, Javier Albalá y Manuel Morón, el dramaturgo y marido y el crítico periodístico. El segundo, con perdón al primero, es el secreto de la interpretación: sin alardes, siempre solvente; a lo mejor en un rincón para el gran público, pero imprescindible cuando está en cartel. Todos dan forma a un guion cuyo mensaje va más allá del perceptible a simple vista, que apenas es vehículo, y no es otro que la dureza de la edad para la actriz -una cualquiera-. No es tanto feminismo como sí un grito desesperado por la ecuanimidad y el respeto. ¿Quién mejor para salir en defensa de esta idea? Nadie como Ana Belén, quien ya abanderaba la batalla por la igualdad cuando realmente requería valentía: Desde mi libertad, canción de 1979. Con la verdad en la piel, a pesar de que todavía haya, por cierto, quien es incapaz de silenciar su móvil en un templo de las artes escénicas como el Gran Teatro. Algún día volverá el ser humano a sí mismo y olvidará, aunque sólo durante un rato, la mundana obsesión por la tecnología.

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