Treinta y tres años ha tardado Rafael Montilla, El Chaparro, en volver a registrar su cante cordobés. Es el tiempo que media entre Dejadme vivir, el disco que grabó en 1988 en la discográfica Fonoruz, y Mi voz, mi verdad, el nuevo trabajo que acaba de grabar junto a su hijo, el guitarrista con el que comparte nombre, y que está a punto de ver la luz.
Un disco hecho en casa, mano a mano, a fuego lento, lejos de las experiencias que ha tenido en su carrera El Chaparro, una de las voces más prestigiosas del cante cordobés, y que se ha prodigado poco por los estudios de grabación, pese a su dilatadísima carrera en el mundo del flamenco.
Ahora, los Chaparro, un linaje que ancla sus raíces en el barrio del campo de la Verdad, tienen debajo del brazo un disco conjunto, concebido al mismo tiempo como una demostración del legado que ha construido el viejo cantaor y como una exhibición de un flamenco ajeno a las modas, clásico y atemporal, una embestida frente a lo que Chaparro Hijo llama, citando al musicólogo Faustino Núñez, “la dictadura del compás”.
Mi voz mi verdad es, a su vez, producto de un anhelo, el del cantaor Rafael Montilla, que quería volver a grabar unos cantes a su manera; y de una resposabilidad, la del guitarrista Chaparro Hijo, que tuvo que asumir la carga personal y profesional de dirigir musicalmente un proyecto que el guitarrista califica como “un disco para los flamencos, los aficionados y la gente que es sensible a la música”.
Grabado entre marzo y octubre de este año, Mi voz, mi verdad recoge una decena de temas trabajados a fuego lento entre padre e hijo, haciendo cada uno lo que mejor sabe. “Yo me he limitado a abrir la boca y cantar”, bromea El Chaparro, un cantaor que debutó en 1977 con el disco Nuevos valores del cante flamenco, en la casa Hispavox.
De aquella aventura, guarda algún recuerdo. “La primera vez que grabé fui a Madrid, a la casa Hispavox, y los dos discos los grabé en el mismo día. Salí de madrugada en un coche, con mi compadre Juan El Tomate y Félix de Utrera, llegamos a Madrid, nos metimos en los estudios, empecé a cantar y pa Córdoba otra vez”, rememora El Chaparro. Nada que ver con la experiencia de Mi voz, mi verdad, un trabajo autoproducido y que “se ha grabado de manera tranquila y en confianza”.
Su hijo tomó la batuta y asumió el vértigo del regreso discográfico de El Chaparro. Lo hizo con el objetivo de honrar un legado y un estilo que hoy no es nada habitual. “La idea era hacer un disco que situara al oyente ante el sello y el legado de El Chaparro en el flamenco”. ¿Cuál es ese legado? “Un flamencura y una verdad impepinable desde que empezó”, responde el guitarrista, habitual de la compañía de Paco Peña, y uno de los tocaores cordobeses más finos en su aproximación a la ortodoxia flamenca.
Una ortodoxia que, al mismo tiempo, ha querido evitar en este trabajo. “Guitarrísticamente, quería un toque fresco. Para hacer un trabajo con un tipo de cantaor como mi padre hay que hacerlo serio, pero quería darle una vuelta”, explica el guitarrista, que dejó a su padre escoger los cantes, a cambio de que él confiara en sus arreglos.
El resultado es un disco que incorpora palos hoy poco habituales, como cantes de trilla, serranas, malagueñas o fandangos, con otros más comunes aunque personales, como soleá de Córdoba, seguiriyas o fandangos. También unas sevillanas, hechas de una forma tan personal, que el hijo no pudo negárselas al padre, que ha incorporado una letra propia, dedicada a Córdoba.
“Yo no soy un creador, a mí no me gusta salirme de los cánones del flamenco. Siempre he sido muy antiguo cantando. Y la verdad es que este disco es un trabajo hecho a conciencia”, reconoce El Chaparro, que añade que, a pesar de atesorar cinco décadas de carrera, se sigue viendo a sí mismo como “alguien muy tímido”. Alguien a quien, si se le pide que defina su cante, lo solventa de flamencas maneras: “Mi cante es personal”.
Su hijo, sin embargo, le echa un capote: “Hay cantaores que uno identifica con su tierra. Mi padre siempre ha tenido ese cartelito de cantaor de Córdoba”, dice sobre el hombre junto al que se inició en el flamenco en el salón de su casa del barrio del Campo de la Verdad y con el que ahora, cuatro décadas después, se ha reencontrado en el estudio.
Un cantaor y un guitarrista. Poco más le ha hecho falta a Los Chaparro para registrar Mi voz, mi verdad, un trabajo en el que colabora el gran percusionista Patxi Cámara, y que, de algún modo, nace para reivindicar el cante tradicional en tiempos de polirritmos.
En este sentido, Chaparro Hijo lo tiene claro: “El cante de por sí sólo ha brillado durante siglos. Y, aunque hayamos entrado en una dinámica de investigación maravillosa, el cante flamenco no puede ni debe perderse”. Su padre, a su lado, asiente. Y remata. “Así es. Yo no soy cantaor de estudio, yo lo que soy es cantaor desde chiquito”.
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