¿Te apetece recibir un 'Bukake' a domicilio?
Juan Diego Calzada culmina su trilogía sobre los colores flúor con una obra representada en la intimidad de domicilios particulares
El término bukake se refiere a una práctica pornográfica o de sexo en grupo en el que una serie de varones eyaculan en el rostro y la boca de una mujer o un hombre. Bukake es también el nombre de la última obra del actor y autor teatral Juan Diego Calzada. Con ella, el miembro de Vértebro Teatro culmina su trilogía de los colores flúor que se inició con Emoticonos (amarillo), siguió con Adolescencia (rosa) y acaba en Bukake (verde). El viaje cromático es también un periplo en tres pasos desde la observación voyeur y analítica de Emoticonos (en la que los espectadores se limitaban a participar ofreciendo un diagnóstico en forma de carita de lo que habían visto); la intromisión en la privacidad ajena de Adolescencia (donde Calzada ofrecía una fiesta de pijamas en su propio cuarto) a la violación de la propia intimidad del espectador en Bukake, en la que el actor tensa la cuerda de la provocación en el salón de tu casa.
“A diferencia de las dos primeras piezas, en esta lo que busco es más dejar una sensación, una energía en el espectador. No es tanto lo que has visto, sino lo que has sentido”, explica el artista. “Mi violación metafórica sirve como violación metafórica de la intimidad del espectador. Y todo ello crea una energía que es lo que realmente me interesa”, prosigue.
Calzada ya ha terminado de anudarse la pajarita al cuello y de ajustarse el chaleco. Vestido como un oficinista de los años veinte y luciendo las gafas y el bigote que ya ha convertido en su imagen icónica, sale a la calle portando un voluminoso maletín negro y una funda de trípode. Si se lo cruza, no le moleste. Está actuando. Y así seguirá, metido en el papel, hasta llegar al hogar que ha contratado, por 50 euros, su Bukake a domicilio. Allí, los espectadores han leído las estrictas normas que Calzada ha transmitido por escrito. Prohibido hablar. Prohibido estar descalzo. Hay que disponer de un DVD. Una mesa en el centro. El público se sentará alrededor. Y se dejará llevar. Tampoco le queda otra.
Suena el timbre. Calzada sube. Da la mano a quien abre la puerta. Entra en el salón. No dice nada. Estudia el espacio. Comienza la liturgia. Primero da a leer un texto a uno de los asistentes. Definición de bukake. Historia. Etimología. El público menos ducho empieza a moverse algo incómodo en su asiento al visualizar en su cabeza lo que el título de la obra significa. Y más tensión se provoca cuando, como un autómata, el personaje de la pajarita despliega un mantel verde flúor en la mesa y comienza a repartir sobre el mismo elementos extraños, perfectamente envueltos en bolsas de plástico. Asepsia. Limpieza. Frialdad. Un timbre que determinará la separación de las escenas. Elementos de plástico. Música nipona. Transpiración. Calor. “Las expectativas que el público comienza a hacerse son parte de la obra, la completan. Y son personales, no se pueden compartir, porque no se puede hablar”, apunta Calzada.
Y entonces, cuando uno ya ha cocido todo tipo de imágenes en su sesera, comienzan los juegos. Muchos juegos que invadirán el espacio personal de la audiencia, tensando la goma provocadora a base de guiños que cada espectador interpretará cómo desee. ¿Sexuales? ¿Sádicos? ¿Masoquistas? ¿Dominadores? ¿Sumisos? Puede que todo ello. Puede que nada a la vez. Puede que solo sea una reflexión teatral sobre las relaciones entre las personas, los grupos humanos, las sociedades, los países y las naciones. Donde todo es, en parte, un gran escenario. Y, por qué no, un gran bukake universal.
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