El viaje sin retorno de Ruth y José
Crónica de los días previos de una desaparición que ha marcado a Córdoba
Nadie sabe cuándo pudo empezar a pergeñarse la terrible venganza con la que José Bretón quiso, supuestamente, castigar a su mujer. Pero en el posible asesinato de sus hijos de seis y dos años, una de las fecha clave sería el jueves 15 de septiembre. Bretón y Ruth Ortiz vivían en Huelva, en El Portil.
Pasado el mediodía, la mujer le dijo a Bretón que deseaba poner fin a una relación de la que habían nacido los pequeños Ruth y José. El padre se ofuscó profundamente, abandonó el domicilio familiar y viajó a Córdoba, de donde él era natural. Ya de noche, se acostó en casa de sus padres, Bartolomé y Antonia, en el barrio de La Viñuela, donde se había criado.
El 17 de septiembre, Bretón regresa a El Portil. Encuentra la casa vacía. No están ni su mujer ni sus hijos. Ella ha decidido irse a pasar el fin de semana con su madre. Primero en Huelva y luego en la casa que tienen en San Bartolomé de las Torres. Contrariado, Bretón envía mensajes de texto por teléfono a su esposa. Se cruzan varios. Ella ya le avanza que su decisión de abandonarle es definitiva. Le anuncia que va a instalarse en Huelva capital para estar cerca de su familia. Y lo más importante, está decidida a que sus hijos la acompañen.
Bretón permanecerá en El Portil hasta el lunes, ese día regresa a Córdoba -tras llevar a sus hijos al colegio y a la guardería-, cargado de una primera tanda de objetos personales. Ha comenzado su mudanza.
Del 23 al 25 de septiembre, transcurre el primer fin de semana de Bretón a solas con sus hijos. El padre ha aceptado, a regañadientes, un acuerdo verbal por el que pasará sábados y domingos alternos con Ruth y José. Los tres duermen en casa de los abuelos paternos, en Córdoba.
El sábado lleva a sus hijos a un piso, todavía no localizado, donde les dice que irán todos a vivir, incluida Ruth Ortiz. El domingo, regresan a Huelva. Tras entregar a los niños a su madre, Bretón acude a El Portil para continuar sacando sus enseres de allí.
Del 25 de septiembre al 6 de octubre, la mente de Bretón va dando forma a una fijación. El juez de instrucción, José Luis Rodríguez Lainz, escribe: “Obsesionado por el hecho de haber visto romperse su esquema de vida familiar, comenzó a idear la posibilidad de causar un daño grave a su esposa como represalia a su decisión”.
El padre y marido, despechado, sigue albergando la esperanza de que Ruth reconsidere su decisión y regrese a su lado. Pero mientras tanto, acude obsesivamente a la parcela que sus padres compraron hace lustros y cuyas viviendas él mismo ayudó a construir: su finca de Las Quemadillas. Va al menos en 11 ocasiones.
Pasa noches enteras allí solo. Los vecinos escuchan ruidos, ven luces. Paralelamente, Bretón afirma estar buscando salidas legales a su situación. “No me quitará a mis hijos”, le dice a sus amigos y allegados.
El 7 de octubre, por la mañana, Bretón le dice a su familia que está dispuesto a poner todo tipo de trabas legales al proceso de ruptura matrimonial. Y también hace cábalas sobre el régimen de custodia que le correspondería con sus hijos en caso de divorcio. Lleva tiempo en paro y le obsesiona el régimen económico al que se vería obligado.
Pero paralelamente, busca de manera desesperada la reconciliación. Escribe una extensa carta a Ruth en la que le pide volver a intentar encauzar su relación y le regala flores. Todo es en vano. Su pareja no responde. Bretón comprueba que está decidida a terminar con el matrimonio. Por tanto, va a proseguir con el proceso de separación y el régimen de visitas acordado, hasta que lo dictamine un juez.
Ese mismo día, por la tarde, tras su nuevo fracaso con su todavía esposa, Bretón llega casa de su suegra, Obdulia. Recoge a sus hijos y los sienta en sus sillitas en la parte trasera. Las maletas las coloca en el asiento del copiloto, como tapando una serie de objetos, sospecha el juez instructor. Llega a Córdoba a las 17.30. Deja el equipaje en casa de sus padres.
Una hora después, Bretón y sus hijos, visitan a su hermana Catalina. Y tras pasar allí menos de 30 minutos, acude solo a Las Quemadillas. Nadie sabe todavía por qué motivo. Desde allí, llama inmediatamente a una exnovia. Bretón permanece en la finca el resto del tiempo, hasta las 21.15, cuando regresa a casa de su hermana.
Al día siguiente,el 8 de octubre, ocurre la tragedia. Tras pasar varias horas a solas con sus hijos en Las Quemadillas, Bretón denunciará su desaparición en la otra punta de la ciudad, en el parque Cruz Conde. 11 meses después, unos huesos carbonizados hallados entre las brasas de una gran hoguera el mismo día 8 de octubre por la noche, se terminan identificando como pertenecientes a dos niños de las mismas edades que Ruth y José.
0