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ENTREVISTA
Ekaitz Cancela: “Con una estructura laboral centrada en los servicios, la inteligencia artificial es el último de nuestros problemas”

Ekaitz Cancela.

Juan Velasco

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Ekaitz Cancela espera sentado en un banco del Jardín de los Poetas. “El de la guitarra”, dice para dar sus coordenadas, demostrando, al mismo tiempo, que alguien le ha mostrado la fisionomía que imaginó Juan Serrano para este parque de Córdoba y que sólo es visible a vista de pájaro. Cancela acaba de pasar por Córdoba dentro de la gira de presentación de su último libro Utopías digitales (Verso) y accede a una intensa charla al aire libre, antes de seguir su camino hacia Sevilla.

El autor es un periodista que lleva una década investigando la intersección entre las tecnologías y el capitalismo, una tarea siempre compleja y mutante, que ha ido plasmando en artículos para El SaltoLa Marea, Público, El País o El Diario, así como en sus libros Despertar del sueño tecnológico (Akal, 2019) y El TTIP y sus efectos colaterales (Planeta, 2015). En el último, el que lo ha traído a Córdoba, juega a utopizar el futuro, en un presente en el que la distopía ha ganado la batalla a la esperanza.

La información y los datos son la sangre de la democracia y ahora están mercantilizados

PREGUNTA. Cuéntame un poco la tesis detrás de Utopías digitales.

RESPUESTA. El libro trata de decir que es en los espacios autónomos ajenos al Estado y al Mercado donde están todas nuestras energías radicales y la posibilidad de cambiar las cosas. Creo que hay una dimensión creativa ahí, de la que se han hecho eco teóricos culturales como Raymond Williams y que la izquierda no ha tratado de de desplegar. Y que, una vez te das cuenta de que el capitalismo es un sistema que se especializa en subdesarrollar toda la innovación social y toda la creatividad colectiva, sólo si consigues que las tecnologías sirvan a esto y no la vigilancia de la explotación, entonces estás en una buena posición para desafiar el sistema.

P. Uno de los conceptos más interesantes del libro es la noción del Homo Davos, que nace en oposición al Homo Deus

R. Sí, en contraposición de ese sujeto que propone Harari casi ahistórico y tecnocéntrico, trato de determinar cómo es el sujeto neoliberal arrasado por las tecnologías digitales. Y es un sujeto que se le entiende productivo, que está constantemente vigilado por las tecnologías, que está obligado casi por su mera existencia a competir salvajemente contra otros individuos y que en muchos casos está destinado a una precariedad. Cada vez se entiende más como un ser humano previo a la llegada de la máquina, como alguien al que se le explota hasta que se agota y se le sustituye. Como un consumidor soberano que sólo puede descubrir cosas nuevas a través del mercado: canciones en Spotify, ligues en Tinder, series en HBO… Pero no en espacios de fuera del mercado, como puede ser un centro social. Y un sujeto emprendedor que solo puede crear soluciones y solo puede canalizar su creatividad para formar startups y crear empresas cuyo modelo de negocio sea extraer datos, porque eso es lo único que considera el capital. Yo creo que eso es como una visión muy limitada del sujeto, que somos gentes mucho más complejas, mucho más diversas y que estamos constantemente experimentando con relaciones de los mercados en nuestro día a día, solo que no quizás no estén escaladas.

P. Una noción básica a analizar es la idea del emprendimiento. Antes la idea de emprender era otra cosa, era casi como iniciar un camino. Hoy, emprender es una palabra con cierto prestigio que lo que esconde en la mayoría de los casos es autoexplotación.

R. Es interesante lo que dices porque el marxismo, por ejemplo, no tiene una teoría del emprendimiento. Sólo la tienen los neoliberales, para ellos el neoliberalismo no sólo es una cosa de redistribuir los recursos a través del mercado, también es una cosa como la que tú señalas, de descúbrete a ti mismo, saca las identidades más profundas de ti, descubre qué tipo quieres ser… Entonces, el neoliberalismo también tiene un proyecto de modernidad, casi de civilización, y entiende que la única manera de progresar casi desde la llegada de los humanos a las ciudades es la de crear mercados, por ejemplo, a través del intercambio de sillas. Bueno, pues yo creo que las tecnologías actuales nos permiten desafiar ese modelo. 

P. Pero el desafío lo plantea el sujeto, que está atrapado en la tecnología.

R. Sí, pero somos sujetos que realmente van más allá de cinco fotos en Instagram y tres hashtags. Somos sujetos mucho más complejos, podemos desarrollar visiones del emprendimiento donde todo lo que descubramos, todas las innovaciones, todas las soluciones a los problemas, en lugar de dejarlos confiados a lo que pueda hacerse a través de una startup, se dediquen imaginar otros arreglos de vida, otras formas de crear valor social alternativo. La cuestión es que se puede desplegar toda esa capacidad de emprendimiento humana de otro modo. Porque el capitalismo no lo permite, porque la subdesarrolla porque lo mercantiliza todo. Y hay aspectos de la vida que no son mercantilizables. 

P. Y sin embargo, aquí estamos, en una era en la que verdadera crisis que tenemos es una crisis de tiempo. 

R. Claro, el martes decía en la presentación que las tecnologías nos han dado un tiempo abismal porque antes lo que se hacía en un día, ahora puede hacerse en cuestión de segundos. Y yo ponía como ejemplo el chat GPT3, y la inteligencia artificial… 

P. Bueno, antes teníamos trabajos de mierda durante ocho horas en las que teníamos que hacer unas pocas tareas. Ahora, gracias a la inteligencia artificial, seguimos teniendo trabajos de mierda, sólo que en ocho horas tienes que hacer cincuenta tareas. Y añadamos que la inteligencia artificial va a destruir ciertos trabajos, y que la carga de trabajo la van a asumir los que se queden. O sea, es probable que lo que nació para facilitar las cosas, acabe añadiendo más trabajo a los que se queden.

R. En España, con una estructura laboral centrada en el sector servicios, la inteligencia artificial es el último de nuestros problemas. El otro día leí lo que publicaste sobre la inteligencia artificial y los patios. Y pensé: ¿Por qué usar esta herramienta para modelar el turismo? Que es un proyecto hermoso y creativo, pero por qué no usarlo para visualizar mejor cómo puede ser el turismo del futuro. O sea, el turismo inteligente, porque España tiene ahora los fondos Nex Generation que lo que buscan es digitalizar las estructuras, entre ellas la turística. Es que se puede usar la inteligencia artificial para crear centros sociales autogestionados o modelos para hacer vivienda pública, en vez de imaginar modos de turistificar las ciudades. Con todo el respeto, pero es que la inteligencia artificial es algo que hay que politizar. 

P. Es curioso porque, si nos vamos al origen, se pensaba que que la tecnología en el fondo lo que iba a hacer era facilitarnos la vida y hacernos ganar tiempo y al final lo que ha acabado es robándonos la atención, robándonos la creatividad y robándonos el tiempo.

R. No le llamaría a eso ni tecnología, lo llamaría desarrollos que hacen empresas privadas para ganar más dinero. Porque Uber, una empresa que pierde seis mil millones de euros al año, lo que hace es crear mecanismos de crédito social y de vigilancia a un taxista. A eso, en 2023, con los avances de la tecnología que hay, no se le puede llamar innovación. O AirBnb, una aplicación que lo único que hace es conectar a rentistas con turistas, bueno eso es algo que siempre ha existido, sólo que se ha digitalizado. La cuestión es que no estamos acostumbrados a pensar en tecnologías realmente radicales que pueden servir para para imaginar formas de vida distintas a las capitalistas. Hay que romper esa idea de que lo nuevo está en la tecnología y sobre todo romper con el proyecto neoliberal de que todo lo que se puede crear nuevo y todo lo que se puede descubrir nuevo solo puede llegar a través del mercado. Creo que se pueden descubrir cosas nuevas sobre nosotros mismos mucho más interesantes fuera de esa esfera.

"Las tecnologías actuales nos permiten desafiar el modelo neoliberal"

P. Otra perversión del lenguaje, por tanto, sería hablar de revolución digital o tecnológica. En términos humanos, la tecnología no está siendo revolucionaria en el sentido más marxista.

R. Claro, hay un capitalismo digital y es capitalismo lingüístico, si se quiere. O sea, ahora mismo hasta las palabras se han mercantilizado. Todos los discursos, todos los actos de comunicación, todos los intercambios de experiencias, todos los diálogos… La información y los datos son la sangre de la democracia, lo que la mantiene viva, y ahora está mercantilizada. No es posible hacer la revolución cuando tu estructura mental, tu comportamiento y todo lo que puedes visualizar, imaginar antes siquiera de empezar a hacerlo, ya está canalizado hacia una empresa privada. Es la forma más perfecta de dominación sobre el ser humano. Pero también te indica que, cambiando las plataformas, igual sí puedes hacer una revolución digital.

O sea, a mí se me ocurren muchas formas de de hacer revoluciones digitales: para mejorar el transporte en las ciudades, para mejorar la predicción de enfermedades, para modelar escenarios de futuro verdes y que respeten los límites del planeta… Para eso, la tecnología puede ser tremendamente revolucionaria. Pero para llegar ahí, tendríamos que abandonar un modelo tecnológico actual, que consiste en conectar a toda la humanidad a las redes de tres empresas de Estados Unidos. Es que no se puede hacer la revolución en ese ecosistema privatizado y corporativo.

P. ¿Y se puede hacer controlando desde el estado la tecnología o el uso tecnológico?

R. Creo que liderando y dirigiendo, no controlando. 

P. ¿Y no son sinónimos?

R. No sé si no son sinónimos. Yo al estado le atribuyo la tarea de entregar las infraestructuras tecnológicas a los movimientos sociales y después retirarse. O sea, no quiero un sistema orweliano para mejorar mi vida. Quiero que, evidentemente, el dinero público se utilice para construir tecnologías de software libre y abiertas. Pero porque creo que esa es la única forma de controlar que aceptaría del Estado. Sería más interesante que los movimientos sociales, el Estado y sociólogos urbanos y arquitectos pudieran diseñar formas de vida en la ciudad más sanas que una plataforma como AirBnb. Me parece más inteligente o más interesante que las universidades, gracias al dinero del Estado, desarrollen infraestructuras que estén en posesión de los científicos, de los de las universidades pero también de los estudiantes y de la ciudadanía. Y me parece más interesante que los trabajadores de plataformas como Glovo o Deliberoo puedan cooperativizarse, sindicalizarse y controlar la plataforma y los datos que producen, ver qué rutas son más eficientes o sostenibles. Y que el estado les ayude a eso, pero que sean los trabajadores, los movimientos sociales o las asociaciones ciudadanas autoorganizadas quienes controlen las plataformas, y no tanto el Estado ni el mercado. O sea no es tanto el estado sino los movimientos sociales, culturales y artísticos, que es donde reside la creatividad. El Estado tiene que tener cierta centralidad porque, además, es el lugar donde depositamos nuestra soberanía popular y nuestros ingresos, pero luego hay que establecer mecanismos para que se retire y, sobre todo, implementar normas fundamentales. Eso se puede hacer, desde ya, en muchos ayuntamientos. 

P. ¿De qué manera? 

R. Pues a través de software libre o público, porque es la única forma de que lo puedas auditar. Por ejemplo, si yo un desarrollo una innovación social que pueda tener un efecto positivo sobre Córdoba, pues que vaya a un repositorio de software libre; que lo que yo invento aquí en Córdoba o un grupo de ingenieros o de sanitarios que llevan a cabo un descubrimiento, pueda fluir de manera libre y gratuita a todos los departamentos de investigación del Estado para que lo incorporen en sus avances. Ese es el tipo de Estado en el que pienso, no el Estado comunista tradicional, centralizado. Porque, además, creo que ese otro estado elimina toda la capacidad del ser humano de ser espontáneo y de ser creativo. Las preguntas clave son cómo eliminar esas fricciones o esos límites del estado para que la gente se desarrolle libremente y que, en vez hacer memes, eso genere un valor social y un bien público. ¿Cómo puede el Estado liderar ese cambio y qué función tienen las burocracias? Yo creo que eso es una de las preguntas más importantes que se tienen que hacer los movimientos progresistas o de izquierda. 

P. ¿Y está la izquierda prestando la debida atención al uso de la tecnología? 

R. No, y es curioso porque los 70 y los 80, antes de que cayera el muro, buena parte de las izquierdas, especialmente las latinoamericanas, lo estaban haciendo. Hasta 2008, buena parte de los movimientos progresistas estaban tratando de impulsar alternativas. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Pues que, con la crisis y la austeridad, se nos ha impuesto la idea de que la única la única imaginación política posible es depender de las infraestructuras de Silicon Valley. Y, desde 2008, nadie en la izquierda ha desplegado un pensamiento más emancipatorio en torno a las tecnologías. Tienes algunos ejemplos de propuestas de plataformas públicas: tienes a Mónica García diciendo que quiere un una plataforma pública porque Tinder está mal; tienes a Alejandra Jacinto, que ahora quiere un Glovo público… O sea, empieza a haber un discurso, pero corremos el riesgo de acabar montando trescientas mil plataformas municipales o posmunicipalistas que no se integran con otras y que no están pensadas para escalarse. Es decir, para lograr que lo que funciona en Madrid pueda funcionar en el resto de ciudades. Y corremos también el riesgo de que la gente termine pensando que esto de crear tecnologías para la emancipación es otra forma de absorber dinero público, como son las aplicaciones estas de comercio local que nunca han sido una alternativa a Amazon.

La izquierda tiene que pensar de otra manera, buscar la unidad en todos los lugares donde gobierna. Si los municipios izquierdas se pusieran de acuerdo o si fueran capaces de generar desarrollos tecnológicos juntos, se podían hacer muchísimas cosas que no solo valdrían para los municipios de izquierda sino que valdrían para todos los municipios y que, además, los podrían implementar las propias asociaciones ciudadanas de Madrid, donde gobierna Ayuso. Eso ya sería desafiar la hegemonía conservadora y de derechas. Entonces, ¿Cómo llevamos a cabo esto desde la izquierda? Pues hace falta una agenda progresista que realmente entienda que lo digital sirve como palanca política para desafiar a la derecha y al capital y al mercado. Eso creo que no está todavía. Se ven cositas pero no hay ejemplos de políticos jóvenes tomando las instituciones y al final, todo se reduce a iniciativas del tipo “queremos acabar con Instagram porque es malo para la salud mental”.

P. La cuestión es también cómo convencer al usuario, que le entrega sus datos a empresas multinacionales de manera totalmente natural, para que se lo ceda a un político hacia el que siente una desconfianza también totalmente naturalizada. 

R. Claro, eso es una cosa increíble. Ese político, aparte de que no sabe ver los datos, no tiene ni idea de cómo gestionar los datos. La gente tampoco lo sabe. Para empezar, porque los datos de manera individual no valen nada. O sea, mis datos no valen nada por sí mismos, por mucho que algunos neoliberales digan que se podrá pagar con tus datos en el futuro o que si cedes tus datos al banco Santander te los van a cruzar y te va a conseguir un trabajo en Deloitte para que te exploten. Eso es falso. Los datos sólo valen como conjunto. Y yo creo que ahí hay una oportunidad para desplegar un discurso sobre lo común. Sobre la solidaridad, sobre compartir, sobre socializar. Hay que explicar a la gente que va a tener una la privacidad, que la plataforma va a tener un encriptado sólido, que va a tener todas las garantías sobre todo para decidir qué datos cede y qué datos no y para qué se utilizan.

Es que no es lo mismo ceder tus datos de transporte para que Uber los use para juzgar a un conductor y le suba o le baje el sueldo que cederlos a un servicio de transportes público que organice una movilidad sostenible en una ciudad. La gente tiene que saber que si juntas todos tus datos sanitarios puedes crear modelos para predecir enfermedades. Entonces, creo que lo mejor es comenzar haciendo cosas que no sean muy ambiciosas, focalizadas a solucionar un problema público concreto y, si a la gente le explicas para qué sirven sus datos, yo creo que eso puede ser una buena palanca para generar de nuevo confianza en las instituciones. Se trata de radicalizar la sociedad democráticamente a través de lo digital. Hay que politizar las redes y esos espacios, porque, si no se hace, tenemos a gente politizándose con Youtube e Ibai Llanos. La gente está totalmente atravesada por lo tecnológico.

En algún momento van a surgir guerrillas digitales climáticas

P. Es una idea casi marxista esa: ofrecer soluciones concretas para un problema concreto. 

R. Bueno, el propio Marx dice que hay un momento en el que el desarrollo de las fuerzas, tecnológicas en este caso, entran contradicción con las condiciones de clase y las condiciones materiales. Y yo creo que eso lo estamos viendo ya. El hecho de que la principal causa de muerte sea el suicidio o que haya estas dosis enormes de ansiedad y estos problemas tan grandes con las redes sociales, que no solo provocan eh tristeza, sino que mercantilizan los cuerpos, creo que nos dice que hay una generación, que es la milenial, que ya detecta que se necesitan cosas distintas. Entonces, ahora la cuestión es cómo se empiezan a crear proyectos piloto desde los municipios. O sea, ¿cómo empiezas a aplicar la tecnología como solución de problemas públicos? Y ahí, yo lo único que creo es que se necesita un poco de voluntad política. O sea, tenemos mil millones de los fondos para tecnologías y no sé cuántos miles de millones para tecnologías digitales que van a acabar en Telefónica, que van a acabar en Indra y que van a acabar en Silicon Valley, y esa es nuestra deuda a futuro. 

O meramente todo lo que se gasta el estado en licencias, que yo lo investigué y eran setecientos noventa millones lo que se había gastado en licencias de Microsoft. O sea, si tú pones en valor todo lo que se gasta en inversión digital, no ya en los ayuntamientos, sino a nivel Estado, te estás dando cuenta de que tienes inversiones en tecnología enormes. Y se trata de involucrar un poquito más a la ciudadanía y a los movimientos sociales para decirles ¿qué queréis? La inversión digital está ahí, sólo que está irracionalmente organizada, por lo que creo que sería facilísimo de transitar hacia otro modelo. Te enfrentarías a muchísimos poderes, te enfrentarías a Telefónica, te enfrentarías a grandes poderes tecnológicos estadounidenses, tendrías la oposición de Estados Unidos y ahí donde necesitarías quizás ese apoyo en las calles y esa movilización y esa revuelta social para sostener tu agenda. Pero eso son ya palabras mayores de estrategia. Pero implementarse ahora mismo, con el nivel de desarrollo tecnológico que hay y con el avance que hay en buena parte de las ciudades de España, con un poco de voluntad política y de estrategia y de inteligencia, esa transición podría darse en una legislatura. 

P. Las resistencias son tan grandes que lo probable que, en un futuro, ardan los centros de datos, igual que ardió la Biblioteca de Alejandría. 

R. En el libro yo hablo de los centros de datos o los cables transoceánicos que entran por España. O sea, hay tres cables de Amazon, Facebook y Google entrando por Bilbao y lo mismo que ha explotado el Nord Stream, pueden explotar esos cables submarinos y nos podemos poner en una situación realmente revolucionaria, no porque las masas tomen el control de los medios de producción digitales, sino porque la guerra y la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China va a tener alguna salida violenta en algún momento, porque el capitalismo necesita de las guerra para recomponerse. Lo digital va a ser un ámbito en cualquier momento de revuelta. Yo creo que en algún momento van a surgir ese tipo de guerrillas digitales climáticas porque la alternativa es un gulag climático. O sea, ese es el escenario que nos tiene el capitalismo en la era digital. Ahora estamos en un momento donde todavía se puede politizar, se puede dar una batalla distinta y llevar el mundo hacia un lugar distinto al que proponen los modelos actuales de cambio climático que dicen que en cincuenta años hemos desaparecido.

No hay modelos que piensen en el decrecimiento e igual hay que imaginar esos modelos y transitar hacia ellos y quizá eso sea una agenda mucho más revolucionaria que, qué sé yo, aparecer todos los días en televisión con la última ocurrencia que se te ocurre para ser viral y conseguir atención. Quizá esa sea una labor estratégica donde la izquierda tenga que verse involucrada, convencer a sindicatos, convencer a actores democráticos y a las masas e involucrarlos en una tarea de construir una contrahegemonía digital que además te sirva para desbloquear luchas históricas de la izquierda como puede ser los medios de producción o la sanidad. 

P. ¿Qué significa que la distopía haya vencido culturalmente hablando a la utopía? 

R. Pues que estamos en una crisis de la imaginación de la que hablan tanto los filósofos y que está acarreada por la propia crisis del capitalismo. O sea, el capitalismo lleva en crisis desde 2008 -porque es incapaz de recuperar la tasa de rentabilidad-, y hoy depende de Silicon Valley, que es el único sector que lo mantiene vivo por ser es el único que crece en las tasas previas. Silicon Valley es donde las finanzas depositan sus dineros, donde las industrias van cuando quieren automatizar sus procesos y a cuyas nubes recurren para sortear un poco esta crisis. Y esa crisis económica y material se expande hacia la crisis sobre imaginarios políticos. Por eso solo en una sociedad sumamente destrozada, mercantilizada y cosificada, tiene sentido hablar de distopías. 

Culturalmente la distopía es un vehículo mucho más rentable en términos de ficciones. O sea, para Netflix es mucho más sencillo hacer series como Black Mirror y películas como No mires arriba y asumir que el capitalismo nos ha superado y no se puede hacer nada, que la única alternativa es que los señores de Silicon Valley sean un poquito majos y nos den una renta básica universal para que sigamos pagando por servicios digitales. Ahí hay una elección, porque existen artistas, novelistas, literatos imaginando utopías. Otra cosa es que no estén financiando películas o series en los que hay un movimiento planetario de activistas que se ponen de acuerdo para solucionar el problema. Por eso mismo no podemos confiar en Netflix y necesitamos crear estructuras propias para los artistas y los sectores culturales. No puedes dejar que Netflix delimite los imaginarios políticos de la sociedad. 

Y, frente a eso, ¿qué ocurre? Pues que el plan actual de Pedro Sánchez es darle más millones a Netflix o a los independentistas catalanes y vascos para que traduzcan a su idioma las series. No. Necesitamos crear plataformas y sistemas propios que faciliten la posibilidad de crear ficciones culturales propias. Tenemos que hacer como hacía Lorca; ir a todos los pueblos para mostrarlas y generar circuitos culturales. ¿Por qué no estamos empoderando a nuestros artistas, a nuestros guionistas, a nuestros productores de cine, a toda esa gente a la que el mercado nunca jamás va a permitir sacar sus utopías y su creatividad? Imagina eliminar esas ataduras del mercado y tendrás a toda esa gente creando una economía, creando valor social, creando ficciones distintas, ayudando a la gente a llevar a cabo tareas y acciones distintas a las actuales. Eso tendría un potencial revolucionario enorme. E insisto, no estoy hablando de pasar por la guillotina a todos los capitalistas y montar aquí un soviet que tenga que resistir los ataques del imperio. No estamos en el siglo XIX. Estamos en otro escenario y la política tiene mucho que decir. 

P. El problema es que estamos más cerca del Rascacielos de Ballard que de La isla de Huxley. 

R. Estamos más cerca y creo que cada vez nos acercamos más hacia hacia la distopía. Pero no te olvides de que el sistema capitalista nunca puede generar un régimen totalitario de verdad. O sea, el capitalismo es un sistema que se estabiliza a través de la turbulencia, de la competencia, del conflicto y de la crisis. Es un sistema que está preñado constantemente de brechas y de oportunidades, de palancas, de momentos de oportunidad para desafiarlo.

P. ¿Noto un cierto optimismo en tu discurso?

R. Creo realmente que una política digital puede desafiar el capitalismo y puede superarlo y crear un sistema que, si no es socialista, se le parecerá mucho. 

P. ¿Los vídeos de gatitos seguirán existien en una sociedad digital socialista? 

R. Por su puesto que sí (Se ríe)

Nadie en la izquierda ha desplegado un pensamiento emancipatorio sobre las tecnologías

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