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Simulación de normalidad en la última jornada lectiva antes de la suspensión de las clases

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Juan Velasco

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Los centros educativos de Córdoba están viviendo este viernes una jornada atípica, una especie de “limbo”, un día de clase anormalmente normal justo antes de la suspensión anunciada por el Gobierno Andaluz, y que entra en vigor el lunes. Al igual que ocurría este jueves con los centros de mayores -cuya clausura se anunció un día antes-, mucha gente se preguntaba por qué no suspender de inmediato la actividad.

La respuesta es que hay padres como Juan, que no ha tenido tiempo de organizarse para dejar a sus hijos con nadie este viernes, y para las que el colegio ofrece una seguridad de la que no siempre se puede prescindir de la noche a la mañana. Así que ha optado por llevarlos a clase, al Colegio Salesianos. Les ha dado un beso en la cabeza y se ha ido a trabajar, como cada día, pero con un extra de inquietud.

Inquietud a la que eran totalmente ajenos sus hijos, como la mayoría de los niños que han ido hoy a clase. Eran muchos menos este viernes en el patio de Salesianos, un colegio con una población de alumnos importante. El ruido que hacen todos los días al entrar, quien es padre, profesor o vecino del colegio lo sabe, es bastante importante. Y quien buscaba este viernes el silencio absoluto, se ha llevado un chasco, puesto que los decibelios de los niños entrando a clase seguían ahí, fuertes. Como si nada.

Y eso que eran menos. Rosa María Bellido, subdirectora de Secundaria del Colegio Salesianos, reconocía que había bastantes menos alumnos este viernes. Que algunos padres le habían transmitido su inquietud y había decidido no llevarlos y que otros no habían podido organizarse y los habían llevado al colegio ante la falta de alternativas.

Lo que no va a cambiar el coronavirus, aclara, es el transcurso normal de las clases. “La de hoy va a ser una jornada normal de clase”, explica la subdirectora, que también ha llevado a sus dos hijos al colegio. Sí que hay prevista una reunión de profesores para determinar cómo se va a organizar el trabajo de las dos próximas semanas y de la que también se informará a los padres.

A 650 metros de allí en dirección centro, el Colegio Público López Diéguez ya ha recibido a la mitad de alumnos que un día normal. Mercedes, una de las madres, acaba de dejar a su hijo pequeño y afirma que no se siente particularmente inquieta. Es capaz de bromear incluso con el tema. En el patio, la clase de educación física ha comenzado y una decena de alumnos corretea el patio de pared a pared.

Leonor, la directora de este centro, invita a entrar en su despacho. En el ordenador, cinco pestañas: el correo corporativo; el portal Séneca; mantenimiento; las novedades de la Consejería de Educación y la página del Centro de Profesores. En estos momentos, explica, ya se habla de la posibilidad de teletrabajar las próximas dos semanas. Mientras se decide, en este centro los profesores tienen previsto reunirse a las 14:00. Lo harán en el mismo patio donde antes correteaban los alumnos, para guardar un metro de distancia como marca el protocolo.

Protocolo. Miles de niños habrán conocido el significado de esta palabra en las últimas horas y la asociarán durante mucho tiempo a acciones como lavarse las manos y guardar la distancia. En los pasillos del López Diéguez reina el silencio y en las clases la mitad de las sillas siguen sobre los pupitres, bocabajo, casi como una metáfora del propio país.

Los menores vivirán la jornada de hoy ajenos al miedo y la inquietud de sus padres. Algunos incluso celebrarán las vacaciones forzadas. Son niños. Su ingenuidad no se rompe fácilmente. Aunque igual la fiesta de estar sin colegio se agua en cuanto los profesores les explican lo que les espera.

“Podéis aprovechar para preguntarle a papá si os puede ayudar con las sumas y las restas”, les dice. La profe les advierte de que habrá tareas, deberes, cosas que hacer en las próximas dos semanas. Que la vida no será ir de parque en parque, ni de matar el tiempo frente al televisor.

El tiempo. La otra variable. El tiempo no se detiene ni cuando hay que detener un contagio.

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