Posadas: el descanso en el Camino Real
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Posadas guarda en su nombre la historia que ha visto pasar durante siglos como un enclave privilegiado en el camino que unía Córdoba y Sevilla. Lugar de paso entre las dos ciudades andaluzas, el descanso de los viajeros en las posadas que se establecieron en su entorno dieron nombre al municipio que hoy conocemos
Primero fue el camino romano que unía Corduba e Híspalis. Luego se transformó en el Camino Califal entre Qurtuba e Isbilia. Y finalmente, adoptó el nombre de Camino Real, ya en la época medieval, entre Córdoba y Sevilla tras la Reconquista cristiana. Testigo privilegiado del ir y venir de viajeros entre ambas poblaciones a lo largo de los siglos, se erigió Posadas, localidad que debe su nombre a las hospederías con las que contaba para el descanso de los viajeros.
Hoy, siglos después, toda esa historia ha dejado huellas visibles en el pueblo de Posadas y, sobre todo, anécdotas y leyendas que contar sobre su nombre y su puesto de paso privilegiado. Durante la dominación árabe, la documentación histórica hallada ya apunta a la denominación de la localidad: Al-Janadiq -‘Los barrancos’, por su orografía en las estribaciones de Sierra Morena- o bien Al-Fanadiq, que significaba ‘Las Posadas’.
Lo que sí es seguro es que ya en 1262 existió el núcleo de población llamado Las Posadas del Rey, que hacía referencia a varias posadas establecidas en su entorno a lo largo del Camino Real. De hecho, en documentación histórica del siglo XVI, se llega a hablar de al menos cuatro posadas y ventas distintas a lo largo del camino en el entorno de Posadas.
Y, para vigilar el paso de los viajeros por ese camino, se erigieron torres de las que aún hoy queda algún ejemplar. Una de las mejor conservadas es la Torre de la Cabrilla, construida en el siglo XV a unos cuatro kilómetros de la actual Posadas, como vigía para proteger el Camino Real donde comenzaba el término municipal maleno. Erguida en lo alto de un monte en la zona más escarpada del lugar, estuvo custodiada por ermitaños y monjes que aunaban la labor de vigilancia con la religiosa en contraposición a las incursiones de musulmanes que tenían lugar en la zona.
Así, hasta finales del siglo XV la Torre de la Cabrilla mantuvo su labor de vigilancia sobre el Camino Real que llevaba hasta Posadas y atravesaba su núcleo de población siguiendo en dirección oeste, camino que hoy en parte se encuentra fosilizado, jalonado de yacimientos que ofrecen a ciencia cierta su delimitación y sobre el que hoy en día aún se puede pasar.
Siguiendo su recorrido y ya dentro de Posadas, como protección del propio camino y del pueblo, se construyó una fortificación de la que se conserva hoy en día otra torre vigía –de las cinco que tuvo la fortificación- convertida después en campanario de la actual Iglesia de Santa María de las Flores. Adosada a la muralla del recinto fortificado, en su interior se conservan las saeteras que miraban al este y desde las que se defendía el Camino Real.
Y si los viajeros de entonces necesitaban de las posadas para su descanso, los caballos y otros animales que les acompañaban también requerían de un lugar para hacer un alto en el camino. La Fuente o el Pilón de Triana en la actual Plaza de los Lavaderos –de la que hay referencias históricas desde 1492 y por donde discurría un arroyo-, era el espacio dedicado en Posadas para que los animales abrevaran. Era, además, un punto estratégico en el cruce de caminos que albergó el municipio, desde el Camino Real a otros caminos secundarios y la Cañada Real Soriana por donde pasaba el ganado trashumante.
Ya, a partir de ahí, el Camino Real seguía su curso hasta Sevilla, dejando atrás el remanso de Posadas en la mitad de un viaje que entonces duraba tres jornadas y que dejó huella en la historia de este municipio cordobés. Historia y leyendas que se entrecruzan, como la que cuenta que, al paso de Isabel la Católica por este Camino Real, los bandidos que lo asaltaban le pidieron su perdón y ésta se lo concedió a cambio de que se quedaran allí y establecieran posadas para el descanso de los viajeros. Y allí, Posadas, se quedó.
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