Pedro Verdugo, 8: un viaje por la memoria de las flores
Esta casa patio, con pozo árabe y estructura original, es un regreso a su niñez para su actual propietaria, que participa en el Festival para recordar a sus antiguos habitantes
Cuán importantes son los recuerdos. El retorno a otro tiempo. Quizá a la niñez, esa etapa vital cargada de ternura e inocencia. Probablemente a los días en que el juego, siempre compartido con otros, era lo más trascendente. A buen seguro, a los años de sonrisas con una carrera junto a amigos. Por una calle cualquiera. Estrecha, pero lo suficientemente ancha como para acoger la enormidad del afecto. Porque éste es inmaterial, como el Patrimonio Cultural de la Humanidad que otrora fuera una simple casa de vecinos. Inquilinos todos ellos de un hombre cuya memoria siempre estuviera presente, con cariño de los demás, que hasta aquella vivienda. Ese inmueble al que se comenzara a sentir ligada en su infancia y de la que hoy es propietaria María Ángeles Flores. “Todos me llaman Nines”, comenta al tiempo que apoya su mano en el bajo muro de la galería.
Desde ese nivel superior de la casa, el patio se observa de otra manera. Aparece no más, ni menos hermoso que desde la planta baja, desde su corazón. En ese punto, Nines desvela el mayor tesoro de su hogar. En cierto modo, es un regreso al pasado, a sus días de pequeña. María Ángeles Flores era vecina del número 8 de Pedro Verdugo años atrás, cuando de la mano de Antonio Guarnizo visitaba el que hoy es su hogar. Caminaba junto a su padrino, feliz, hasta una vivienda en la que disfrutaba al tiempo que él recibía el pago de sus inquilinos. “Quiero que conste que era una magnífica persona. Todos hablaban así de él”, rememora de forma cariñosa. Fueron sus primeros paseos por un patio que en la actualidad luce un vivo color, el que le aportan sus flores. Las macetas están cuidadosamente colocadas y no son mero decorado.
Esta casa, cuentan, fue un orfanato de monjas clarisas. Debió suceder muy atrás en el tiempo. Nines nos conduce en un viaje al pasado a la década de los treinta del siglo XIX cuando comenzó a tener diversos propietarios. Tres decenios después, en los sesenta, la habitaban “más de siete familias, hasta nueve” señala que le hicieron saber en un su día a la actual propietaria, que repasa de manera delicada los detalles que hacen especial al patio. En la parte central se encuentra el pozo, de origen árabe, que “es anterior a que se escrituraran las viviendas”. Hoy, María Ángeles lo mantiene con cal viva, lo cual le otorga ese blanco que llega a resultar color más vivo que cualquier otro de los denominados cálidos. El inmueble llegó a contar en tiempo pretérito con dos cocinas en la parte baja y otras dos en la alta, las cuales desaparecieron tras las diversas reformas a las que fue sometido.
Las escaleras se adivinan, porque cuentan con un rol de timidez que impida que la atención se pierda de lo realmente importante, al fondo. En el patio, el colorido de las plantas permite realizar un viaje por las sensaciones. Dos son las protagonistas. “Las gitanillas, porque es lo que le va a este patio, que no tiene mucha luz, mucho sol, y los claveles, porque siempre estaban plantadas en latas”, expone María Ángeles Flores. Pero no son las únicas que conforman un conjunto hermoso, en el que también se mantiene la estética original de la casa. La galería es una ventana al pequeño mundo que es ese recinto abierto de Pedro Verdugo, 8. Un espacio éste, en la zona superior de la vivienda, que mantiene elementos como vigas de madera y soportes de hierro, pintados de marrón. “Antiguamente estaban de verde”, apunta la propietaria.
El recuerdo cobra fuerza con cada nueva explicación de María Ángeles Flores, que vive en esta casa desde hace tres décadas. Aunque no fue hasta hace cinco años cuando comenzó a presentarla al Festival de Patios. Una decisión que tomó por dos motivos. El primero, la posibilidad de que Vimcorsa subvencionara su reforma. El segundo y mucho más importante, el que mayor significado tiene, para que “la gente pueda conocer las riquezas que tiene Córdoba”. “Que se conozcan estos patios y se sepa lo que tenemos, que también es bueno para todos”, indica en ese sentido la propietaria de la vivienda. Dicho de otro modo, abre la cancela a su propia vida, a su propia experiencia como cuidadora de plantas, al corazón de una ciudad que es el que habita y late en cada una de sus casas patio. Pero también pretende Nines algo mucho más emocionante: “Recordar a la gente que ha vivido aquí”. Despide al olvido y refuerza el álbum de su vida y la de su hogar, que antaño lo fuera de otros. Es así como Pedro Verdugo, 8 es una puerta abierta a la memoria de las flores.
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