Todo en orden, Fito Cabrales
Fito y los Fitipaldis llena un Teatro de la Axerquía entregado ante el músico de Bilbao, que selló un concierto sin altibajos ni oportunidades a la improvisación
Que el músico más aclamado del concierto de Fito y los Fitipaldis sea el batería Daniel Griffin, bautizado como “Cucharitas” por el propio Fito Cabrales, dice mucho del espectáculo que anoche llenó el Teatro de la Axerquía en el último concierto del Festival de la Guitarra. “Cuuuuucharitas, cuuuuuuuucharitas”, gritaba el público cuando la banda se retiró dos veces, antes de los bises. “Cualquiera lo aguanta luego”, bromeaba el bilbaíno Fito Cabrales, apagando entre risas las aclamaciones por parte de un público entregado a su música antes siquiera que sonara el primera acorde.
Cucharitas, o David Griffin, es un percusionista soberbio, un músico correcto, como todos los que acompañan a Fito. Pero su sorprende actuación fue la única que, valga la redundancia, sorprendió anoche en la Axerquía. Llegó al centro del escenario, se sentó en un banco y con dos cucharas, sus manos y su rodilla derecha levantó el furor del público acompañado por las guitarras del propio Fito y su mano derecha sobre el escenario Carlos Raya. Fue el único momento aparentemente improvisado (suponemos que convenientemente ensayado) de un espectáculo que este verano está girando por toda España sin eso, ninguna concesión a la espontaneidad, cuando Fito fue un músico espontáneo en Platero y Tú.
Más allá de Cucharitas y su sorprendente show, Fito y los Fitipaldis hicieron lo que se esperaba de ellos. Todo en orden, todo correcto. Todo muy profesional, pero muy plano. Fito, está ya más que escrito, es un músico excelente rodeado de auténticos virtuosos que él, meticulosamente, se ha ido encargando de seleccionar uno a uno. En el escenario, se comporta como eso, como un director que habla a través de las notas, a través de sus acordes y que en ocasiones usa el mástil de su guitarra como una batuta para marcar la tensión.
Sin embargo, el concierto fue plano y por momentos aburrido. Menos rockero que de construmbre (el público ya estaba avisado), la banda alternó sin continuidad sus 'hits' de toda la vida, además de una, esta vez sí, sorprendentemente rápida versión de Quiero beber hasta perder el control de Los Secretos, con las canciones más reposadas e instrumentales preparadas para una gira por teatros y auditorios, el unplugged que siempre le llega a los rockeros que se hacen mayores. Por eso, quizás, el público no sabía muy bien que hacer: si ponerse de pie y lanzarse a bailar, o volver a sentarse y escuchar. Por eso, quizás, el sabor fue agridulce y la gente se marchó con la sensación de que sí, de que estuvo bien, pero que se lo podía haber pasado mejor.
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