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La luz vuelve a subir: ¿qué se esconde en cada recibo?

Un poste eléctrico | PIXABAY

Carmen Reina

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El año 2017 termina con una nueva subida del recibo de la luz. Esta vez, de un 4,6%, cifra que se suma a las anteriores subidas que a lo largo del año que han incrementado el precio de la energía eléctrica en más de un 10%, según el propio Gobierno. Las explicaciones sobre las últimas subidas se basan en la falta de lluvia -no hay agua en los embalses que generan electricidad en sus saltos- y en la falta de viento -no se produce suficiente energía eólica. Pero, ¿conoce usted cómo se determina el precio de la luz en nuestro país? ¿Sabe los tipos de costes y variables que reflejan la suma de dinero que paga por la energía eléctrica que consume? Y, sobre todo, ¿por qué en este año ha subido varias veces la factura de la luz?

Asociaciones de consumidores o colectivos ecologistas vienen explicando con cada subida de la luz cómo “desmontar” y “descifrar” el recibo para saber realmente qué estamos pagando. Si producir un kilowatio de energía eléctrica cuesta unos 5 céntimos de euro, pero el consumidor medio paga por ese kilowatio alrededor de 25 o 30 céntimos, ¿qué se suma en ese proceso?

El precio de la electricidad se determina como consecuencia de la subasta de energía eléctrica pero, ¿cuáles son los costes reales que se suman en el recibo que cada ciudadano paga? Aparentemente, la información que el consumidor recibe en su factura es simple -fíjese en la última que haya recibido-. El montante total que debe pagar suma, por un lado, el componente fijo de la potencia contratada, el alquiler de equipos y el impuesto de electricidad y, por otro, el componente variable que es el consumo que el usuario ha tenido durante un determinado periodo de tiempo.

A partir de ahí, poco más se expone. La cuestión radica en que la cuota fija del recibo supone más que la parte variable, es decir, en proporción se paga más por el acceso al servicio del suministro eléctrico que por la cantidad de energía que se consume.

Además, se introduce un concepto que en los últimos tiempos se hace familiar: el déficit de tarifa. Se trata de la diferencia entre lo que cuesta producir la energía eléctrica y lo que el consumidor paga por esa energía. Ese precio que el consumidor abona lo establece el Gobierno y en estos últimos años en los que la crisis hizo bajar el consumo, la diferencia para cubrir ese déficit se le ha cobrado al ciudadano.

Con ello, comienza el listado de costes y variables que, sin que aparezcan en el recibo de la luz, el usuario está pagando a través de su factura. Esos costes que hay que descifrar van desde los costes de producción y disponibilidad de las centrales eléctricas a los costes de las redes, el transporte de la energía y su distribución, además del citado déficit tarifario, lo que se le paga al operador del sistema y al operador del mercado, el pago a la Comisión Nacional de la Energía o, por ejemplo, el concepto de la moratoria nuclear.

Y en ese listado también se suma, por ejemplo, lo que se le paga a los denominados “clientes interrumpibles” que son grandes empresas del metal, la siderurgia, el cemento o la industria química a los que se les paga por si, en un momento dado, hubiera que cortarles el suministro por necesidad del resto de la población, cosa alto improbable.

Al final, es ese gran cóctel de costes el que se suma realmente a la hora de calcular lo que se paga en la factura de la luz. El resultado, en su próximo recibo.

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