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Una luz distinta

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Rafael Ávalos

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En el imaginario colectivo, para los cofrades y también para quienes no lo son, éste es un día diferente. Más radiante que los demás, de regocijo generalizado. En ocasiones, la realidad no es tanto así. Las nubes cubren y oscurecen la idealización. En otras, sin embargo, la ensoñación es un hecho indiscutible. La plenitud es el reflejo del sol sobre la ciudad, que de repente toma de manera decidida la calle. Cualquiera es un mar de personas. Desde el primer instante y cuando la mañana se confunde con la tarde. Son las cuatro y las puertas de San Lorenzo aún no se cierran. En ese instante, se abren las de San Andrés y Santa María de Gracia. El Domingo de Ramos es, ahora sí, una colección de sensaciones. Ya arranca definitivamente, para que no quepa la mínima duda, la Semana Santa de Córdoba. La del retorno de la Carrera Oficial a la Mezquita Catedral. Todo sucede con una luz distinta.

La luminosidad es máxima cuando la hermandad de la Esperanza inicia su estación de penitencia. Como es habitual cada año, a las puertas de San Andrés se congrega una multitud. Suena la maestría de Pasión de Linares y Nuestro Padre Jesús de las Penas ya está en la calle. El Señor luce la túnica que la lluvia no le permitiera el pasado año mostrar a la ciudad, que en esta ocasión recorre de manera novedosa. Como mucho hay de estreno en la recién comenzada Semana Santa -el principal es, por supuesto, la Carrera Oficial, que recupera imágenes de décadas atrás y ofrece otras nuevas-. El cortejo avanza por el Realejo y busca la plaza de la Magdalena en un trayecto que es de ilusión. Brillante es la tarde y mucho más María Santísima de la Esperanza, dulce rostro y devoción inmensa. La Virgen llena resplandece cuando camina por el Patio de los Naranjos, con la torre de la Mezquita Catedral como imponente testigo.

Un pero tiene la estación de la Esperanza: el despiste de la Cruz de guía en el entorno de la Magdalena que supone un breve período de separación de la comitiva. Se trata de una incidencia menor en una jornada plena, que deja algún que otro error a corregir en el futuro. Lo normal en el primer día de un nuevo tiempo. Un tiempo que es eterno ante Nuestro Padre Jesús Rescatado. No importa el calor cuando el reloj transita hacia las cinco, una vez más la plaza del Cristo de Gracia acoge a un gentío expectante. El Señor de Córdoba también camino por Córdoba, tras los pasos de María Santísima de la Amargura. El sol corona cada torre, desde la de San Lorenzo hasta la del primer templo de la ciudad. Poco a poco la noche comienza a caer. Justo cuando la trinitaria corporación cruza la Carrera Oficial, mucho más concurrida que por la mañana de un Domingo de Ramos que acaba ya en la madrugada. En el mismo punto donde la voz es lamento y arte en forma de saeta.

Saeta que alivia el dolor, de quien canta y del que escucha. Como el ritmo que marca una formación musical. Desde Posadas unos cuantos instrumentos refuerzan La Fe en Santiago Apóstol. El Santísimo Cristo de las Penas, cuerpo moreno del siglo XIII, sigue en su Calvario. Al pie de la Cruz, permanece la Virgen de los Desamparados junto con San Juan. Un manto aparece con esplendor recuperado en el paso, es el de la Madre. El rojo sangre y negro colorea esa postal de Domingo de Ramos en Agustín Moreno. También ante María Santísima de la Concepción, que es farol en la noche. Cuando la hermandad camina de regreso a su templo. Quien esperara al inicio en realidad sabe que es ahora cuando las emociones afloran entre los arcos de la Corredera. La luz es distinta. La luna ya se erige en guía de los sueños.

La plaza de la Corredera, un lugar tan emblemático como único; un espacio que tiene identidad propia y que es sello de Córdoba. Una ciudad desbordada por sus gentes y por las que vienen de otros lares. Las calles se convierten en un río humano, por el que navegan las nuevas ilusiones de la Semana Santa cordobesa. Aún es necesario remar para no quedar a la deriva. La multitud cobra forma de aglomeración allí donde se encuentran Lucano, San Fernando y Cardenal González. Lo normal en el primero de los días. El trayecto acaba de comenzar, como el de la Oración en el Huerto casi a las seis. La hermandad comienza su estación minutos más tarde de lo debido. Quizá para contemporizar en relación a las cofradías que le preceden en la Carrera Oficial. Lo cierto es que la corporación, con seriedad y elegancia, cumple con su horario a la hora de encarar su entrada al itinerario común, que sólo se retrasa con motivo del final del paso por la Puerta del Puente del Amor. En ese momento el día combate con la noche. El primero parece no querer marcharse y el segundo empuja impetuoso.

Nuestro Padre Jesús de la Oración en el Huerto en la Corredera. Y por la estrechez de la calle Escultor Juan de Mesa. Junto a San Pedro. Una de esas estampas que regala la nueva Semana Santa de Córdoba, que de un instante al siguiente cambia el paso atractivo del Señor reconfortado por un ángel por el sobrio del Amarrado. Hermosa figura la suya sea cual sea el escenario que pise con los pies de sus costaleros. Tanto como la de María Santísima de la Candelaria. La Madre brilla como el propio día en el domingo en el que el Cerro vibra apasionado con Nuestro Padre Jesús del Silencio. La añoranza de Cádiz todavía se hace presente ante la imagen de Ortega Bru. Miradas elevadas para ver al Santísimo Cristo del Amor, y su silueta en Beato Henares, esa larga calle que ha de terminar en el encuentro con el Puente Romano. Lo cruza bella la Virgen de la Encarnación. Mujer de mujeres, pues ellas marcan el paso del palio. Al fondo queda la Calahorra en la mañana que no acaba. La noche, como el Domingo de Ramos al completo, tiene una luz distinta.

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