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San Rafael de la Albaida: el enigma de una tarde de verano

Elena Lázaro / ACUARELA: RAFAEL OBRERO

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Chicharras, fichas sobre la mesa y un coche que arranca

Chicharras, fichas sobre la mesa y un coche que arranca

Chicharras, fichas sobre la mesa y un coche que arranca

De vez en cuando una puerta que se cierra y sólo un par de veces una voz a lo lejos

Rrrrrrrrrrrrrr, clack, clack, brrrrmmmm

Rrrrrrrrrrrrrr, clack, clack, brrrrmmmm

Rrrrrrrrrrrrrr, clack, clack, brrrrmmmm

Pum

“Venga, sube al coche cariño que llegamos tarde”

Lucía no quiere subir. Se acaba de despertar de la siesta. La delatan los ojos hinchados y el pelo revuelto. Hace demasiado calor para subir al coche. Por mucho que insista su madre y la anime su abuela, ella está mejor en la calle. Ellas no lo saben, pero a su altura llega la sombra de los matorrales que recorren el canal y a la sombra ya refresca, aunque las chicharras sigan empeñadas en seguir cantando en septiembre. Debe estar en su contrato de este año. Quizás con las últimas ayudas municipales a la creación artística las chicharras de San Rafael de la Albaida hayan pillado subvención y hayan decidido cantar hasta que llegue oficialmente el otoño.

Al final Lucía sube al coche. Sólo ha puesto una condición irrenunciable: subirá si su madre le permite seguir con el chupete en la boca y deja de insistir en que se tome el biberón de leche caliente.

Salen con prisa. Brrrrmmmmm. Y dejan a las chicharras con su cantinela. Rrrrrrrrrr. Han esquivado la torre de alta tensión que quiebra este barrio imponiendo su presencia sin que ya nadie se inmute. Enfrente la partida continúa. Clack, clack, las fichas de dominó sobre una de las mesas de Casa Diego “Desde 1980”. Una de las mesas, no, en realidad es la única mesa ocupada. Es la mesa de la sobremesa, la mesa de todas las mesas, la mesa de los propios del lugar, la mesa compartida por Diego, si es que es Diego quien nos sirve los refrescos con los que intentamos escuchar y mirar “in situ” este barrio tan enigmático como silencioso.

Pum. Otra puerta se cierra. Una pareja camina mirando con extrañeza hacia el pintor sentado junto al canal. A él no le llega la sombra, pero resiste con el frescor de los árboles y la promesa del atardecer. “Qué raro, ¿qué hace aquí?”. No hay respuesta, sólo aceleran el paso y cruzan el puente hacia la carretera de Trasierra.

San Rafael de la Albaida siempre ha sido una isla, un diminuto refugio a los pies de la sierra sin las pretensiones de otras urbanizaciones que se atrevieron a escalar por la montaña. No, San Rafael de la Albaida se quedó siempre mirando respetuoso la montaña sin poner un pie fuera. Y ahora… Ahora han caído las fronteras y los barrios más chic de la ciudad lo han rodeado cumpliendo con la osadía de asaltar la falda de la montaña y utilizando el barrio como avenida para coches mastodónticos. Todo es enorme alrededor de las azoteas de San Rafael de la Albaida: los coches de los vecinos cercanos, el Parque del Flamenco y los centros comerciales. Imagino que los últimos han supuesto un alivio para los habitantes de San Rafael de la Albaida, donde el comercio local brilla por su ausencia.

Hemos venido solos. Quisimos encontrar compañía, entender este barrio, pero nadie nos ha acompañado. El misterio seguirá ahí, quizás podamos convencer a las chicharras para que nos los cuenten o nos lo canten el próximo verano. 

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