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Y si tienes miedo, ¡hazlo!

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José Carlos León

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Sólo vine a hablar de negocios es el muy recomendable blog que Enrique Merino escribe en este mismo periódico cada semana acerca de los entresijos del emprendimiento y de todo aquello que nadie le cuenta a los jóvenes que estudian Empresariales. Hace un par de semanas escribió acerca del miedo, en un viaje por todos los temores que nos acechan a lo largo de nuestra vida, desde los más triviales a los más serios, y sobre todo los que nos esperan tras cada pequeña gran decisión que debemos tomar en un momento concreto. Hoy me atrevo a complementar ese artículo con un fondo más científico para hablar de la emoción por antonomasia, de la más antigua y más poderosa que acompaña al ser humano desde que puso el pie sobre la tierra.

El miedo es una emoción de futuro, ya que viene provocado por la sensación de incertidumbre ante lo desconocido. Por lo tanto, es fruto de la preocupación, es decir, de ocuparnos por adelantado en cuestiones que aún no han sucedido. Nunca tenemos miedo a algo que ya conocemos, sino a lo que está por venir o a lo que pensamos que puede volver a repetirse. En este último caso, ante la posibilidad de volver a revivir una experiencia que en su momento nos produjo miedo, lo que hacemos es tirar de archivo y proyectarla al futuro para imaginarnos que en caso de repetirse volverá a ser igual. Así acabamos con la incertidumbre de no saber qué pasará, algo que a tu cerebro y al mío le jode enormemente. Por eso nuestro cerebro es capaz de tener miedo por anticipado, de tener experiencias bioquímicas y fisiológicas ante situaciones que no han sucedido todavía… y que probablemente no vayan a pasar nunca, pero somos especialistas en montarnos películas que provocan efectos somáticos y psicológicos y que condicionan enormemente nuestros resultados. Porque como diría Churchill, “de lo que más me arrepiento es de haberme preocupado por un millón de cosas que nunca sucedieron”.

El miedo es la emoción más antigua del ser humano porque es necesaria para reaccionar ante los peligros, especialmente los que ponen en riesgo nuestra vida. Uno de los instintos primarios que gestiona el cerebro reptiliano es el de supervivencia, así que el miedo es una herramienta básica para evitar amenazas y seguir vivos. Esto es importante para entender la génesis y funcionalidad del miedo, para conocer por qué a veces nos paraliza y nos hace incluso huir de situaciones que podrían ser beneficiosas, pero que nos provocan una enorme incomodidad simplemente porque nos son desconocidas, porque nos generan incertidumbre. Y es que el cerebro no está diseñado para hacernos felices, sino para protegernos de todo aquello que considera un peligro. Y todo lo que no conocemos es, por definición, un peligro.

Y el cuerpo responde somatizando esa percepción con una serie de señales que todos conocemos pero que quizás no sabemos leer. El miedo hace que se disparen nuestros sistemas generadores de adrenalina y noradrenalina, lo que provoca que empecemos a respirar hondo, mientras que el corazón aumenta la frecuencia de los latidos para bombear sangre a las partes que pueden servirnos ante una situación de peligro: las extremidades, ya sea para salir corriendo (las piernas) o para defendernos (los brazos). Por eso se nos pone la cara blanca, porque ante un peligro inminente la sangre no hace falta en la cabeza. Las pupilas se dilatan para captar luz (y así ver mejor) y los vasos sanguíneos de la piel se contraen causando esa sensación de escalofrío y piel de gallina que eriza el vello. Esta última reacción es un rasgo puramente animal que, cuando estábamos recubiertos de pelo, nos hacía parecer más grandes y así más fuertes y preparados para la pelea. Todo el cuerpo está pues preparado para responder ante un peligro acechante, ya sea para luchar contra él o para huir lo más rápido posible de la situación.

Por eso el miedo siempre ha estado entre las emociones básicas, desde las primeras clasificaciones de Aristóteles en la Grecia clásica a la más “oficial” de Paul Ekman en la década de los 70. Leslie Greenberg la clasificó después entre las emociones primarias y Pluctchik las incluyó entre las “emociones de alejamiento”, porque sirven para apartarse de todo aquello que puede poner en riesgo nuestra existencia. Puede pues que no sea una emoción agradable ni placentera, pero es absolutamente necesaria y la que al fin y al cabo nos ha traído vivos hasta aquí. El problema es que no sepamos leer sus señales o que no sepamos gestionarla. En otras palabras, el problema no es que tengas miedo, sino que el miedo te tenga a ti.

La propia RAE define el miedo como “la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario”. De hecho, la mayoría de miedos son ficticios, inventados o aprendidos. Al fracaso, al éxito, al ridículo, al cambio, a la muerte, a la incertidumbre o a la crítica social, el manido “qué dirán”… El miedo, que no es más que un gran sistema de alerta ante lo imprevisto, surge también cuando percibimos un desequilibrio entre el reto al que nos enfrentamos y los recursos con los que contamos. Ese reto puede ser, como decía Enrique, pedirle a una chica salir con ella, montar un negocio, cambiar de trabajo o cualquier decisión que nos genera incertidumbre. El problema viene en que (siempre por anticipado) nos montamos una película que trata de prevenirnos y protegernos ante un posible fracaso, ya sea exagerando la dimensión o dificultad del reto o infravalorando el poder de nuestros recursos. Es como ese examen de matemáticas o esa entrevista de trabajo que te tiene sin vivir durante los días previos y que somatizas con reacciones como falta de sueño, dolor cervical o lumbar, molestias estomacales… Quizás alguna vez, al salir de ese examen o de esa entrevista, tu reacción fue de alivio y dijiste aquello de “tampoco era para tanto”. Pero ya experimentaste esa emoción y conviviste durante unos días con el miedo, lo sufriste y lo somatizaste. El problema no es tener miedo, es no saber lo que nos está diciendo. El miedo es una alerta que nos urge a aumentar nuestros recursos para tener éxito ante el reto que afrontamos en una absoluta y desesperada llamada a la acción, porque sólo la acción cura el miedo. El miedo ante un negocio no quiere que te paralices o que huyas para evitarlo, sino que te prepares al máximo para aumentar tus opciones de éxito. Y así como todo en la vida.

Por eso, si ante una situación cualquiera tienes miedo, ¡hazlo! Aunque sea con miedo, pero hazlo. ¿Has visto antes toda la energía, hormonas y recursos que emplea nuestro cerebro para reaccionar ante una situación de peligro? Pues lo hace sólo cuando sabe que tienes posibilidades de superarla. Si no, si lo viera imposible, no gastaría ni un gramo de energía y te libraría de la pesada experiencia de experimentar miedo ante un reto que o no puedes superar o, simplemente, ni te va ni te viene. Aquí tienes una gran pista. El miedo ante un desafío es una señal de que podemos hacerlo. Si no fuera así, no lo tendríamos. Dicho de otra forma, cuando tienes miedo tu cerebro, que te conoce bastante mejor de lo que crees, te está dotando de todos los recursos necesarios para vencer los desafíos que lo provocan. Si supiera que no eres capaz no perdería el tiempo en prepararte para la batalla.

Aprende a gestionar el miedo, a tener miedo y a saber leer sus señales para que se convierta en uno de tus grandes aliados. El miedo está ahí para retarnos, para hacernos crecer y convertirnos en mejores seres humanos en cualquier ámbito de nuestras vidas. Lo cómodo es no afrontarlo, pero no estamos hechos para eso, como el barco tampoco está hecho para quedarse anclado en el puerto. Dios o quien sea puso las mejores cosas de la vida al otro lado del miedo. Búscalas. Lo peor que te puede pasar es que te equivoques y aprendas, pero nunca tendrás que arrepentirte de no haberlo intentado.

https://youtu.be/pqFgVo_kGGI

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