Madrid
Mi padre solía decirme que Madrid era ese sitio al que los catetos de provincia teníamos que ir a arreglar papeles, y que se nos notaba mucho cuando íbamos porque dábamos el cante, casi a lo Paco Martínez Soria. Tenía que ir de vez en cuando para que le pusieran un sello o compulsaran una carta en cualquier oficina de cualquier ministerio, porque Madrid siempre fue la meca de la burocracia, la capital del papeleo.
De eso hace mucho tiempo, cuando Madrid estaba muy lejos, a los mismos 400 kilómetros que ahora, pero a cuatro horas largas en el Talgo y a años luz en mentalidad. Porque aunque le faltaba el toque cool y cosmopolita y europeo de la Barcelona pre y post olímpica, Madrid era el sitio al que había que ir para ser alguien, y en demasiadas ocasiones, donde había que ir para quedarse, porque simplemente lo que había fuera de Madrid no existía.
Ir a Madrid antes era casi una odisea, un viaje iniciático con parada obligada frente al Bernabéu y en El Corte Inglés. Hace 30 años Madrid parecía mucho más grande, más ruidosa y multicultural. Llamaba la atención hasta por cara, antes de que en cualquier ciudad como Córdoba también abrieran garitos de diseño donde cobrarte 8 o 10 euros por una copa. Quizás ahí empezó la armonización fiscal…
Madrid es un sitio curioso porque nadie es de allí. Antes íbamos de toda España, ahora de todo el mundo. Puede que no sea el lugar más acogedor del mundo y quizás los pocos madrileños de verdad que viven allí tampoco sean un ejemplo de cortesía y amabilidad, pero el caso es que desde hace 50 años es un lugar de oportunidades, donde ir a buscarse la vida con más o menos fortuna.
Madrid es un sitio que, con todos sus defectos, merece la pena por su oferta cultural, sus museos, por unas cañas en La Latina, por el Real Madrid y por un puñado de cosas más. Que cada uno elija las que más le gustan.
Y desde el martes, Madrid es un ejemplo de una ciudad y una comunidad que vota LO QUE LE DA LA GANA sin importarle la babosa y nauseabunda propaganda progresista, ya venga desde los medios oficiales u oficiosos. Madrid es un sitio en el que a la gente le gusta poder tomar determinadas decisiones y elegir qué hace con el dinero en su bolsillo. A eso antes los llamaban liberales; ahora simplemente fascistas (o fassistah, que dicen por aquí mismo…).
Es curioso cómo frente a las hordas ultraderechistas, todos esos defensores de las libertades se escandalizan cuando más de la mitad de la población no vota lo que ellos quieren. Vamos, la democracia a la carta, sólo válida cuando ganan los míos porque los demás, sencillamente, o son gilipollas o están equivocados.
Al parecer, Madrid es un sitio que está lleno de gente que no quiere que nadie le diga lo que tiene que pensar u opinar, que le saque el dinero del bolsillo para administrárselo porque cree que es más listo y que sabe mejor lo que le conviene, que te diga qué hacer, cuándo y cómo. Hasta votar, claro.
Hay incluso en Madrid quien se ha dado cuenta de que le han engañado como a un chino. Porque no es normal que te llamen a la revolución desde el sofá de un chalet para que tú te manches las manos de barro para defender la justicia social y los avances de la libertad. Porque tras la manifa te toca volverte a casa a estirar los 900 pavos al mes mientras en el chalet siguen living la vida loca.
Decía Carmen Calvo que el PSOE ha perdido porque no puede reducirse al mensaje básico de las cañas y los berberechos. Es verdad, el PSOE que conocemos aquí es el de los pufos de 700 millones de euros, el de las mariscadas, las putas y la coca a cuenta del dinero de los parados. Y todavía se preguntan por qué han perdido…
Y oiga, si no les gusta o no sale bien, pues pronto habrá otras elecciones. Así de sencillo. Tampoco creo que sea para tanto.
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