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Sobre este blog

Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

La decepción

La decepción

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He estado toda la semana dudando sobre el titular de este artículo. No sabía si ponerle este o Un día de furia, porque todo surgió a partir de un par de conversaciones en las que no me faltaron ganas de emular a Michael Douglas, sacar la ametralladora y quedarme a gusto. Puede que de una cosa viniera la otra, pero el caso es que aquí estamos, vadeando la decepción.

Dice la RAE que la decepción es “el pesar causado por un desengaño”. La etimología de la palabra nos lleva al latín deceptio (engaño, fraude), y se hunde en el verbo decipere, usado en el argot de la caza para explicar la trampa utilizada para atrapar una presa. Dicho de otra forma: si te sientes decepcionado es porque crees que alguien te la ha colado o te la ha querido colar, y efectivamente, así es. Te han engañado como a un chino.

La decepción viene al sentirse traicionado, al pensar que las cosas eran de una forma y darse cuenta de que ni lo son ni, probablemente, nunca lo fueron. Por eso es una acción reflexiva, porque aunque aparentemente tenga que ver con alguien más, todo surge dentro de ti mismo. Tú, en tu profunda inocencia (o ignorancia) creías una cosa y de repente te llevaste una hostia de realidad cuando te diste cuenta de por dónde iba la historia. Ni es justo ni pretende serlo, porque entre otras cosas nadie ha dicho que la vida sea justa.

Por eso la decepción tiene que ver sobre todo con uno mismo, con la cara de gilipollas que se te queda cuando entiendes que has estado haciendo el primo y que otros te la han colado. El problema no es suyo, porque siempre han actuado igual. La culpa es tuya por capullo, por no haberte dado cuenta antes y por ser un primo. Entonces puede que la decepción sea con uno mismo, por estar tan ciego y por haber entendido tarde un juego en el que todo el mundo sabía las reglas… menos tú.

Hace un par de semanas le compré a mis niñas Emotio, un juego de lo más recomendable para aprender a conocer y gestionar las emociones. Antes de que me salga la úlcera y la mala leche me corroa, he echado mano de las instrucciones para ver qué dice de la decepción. En un lenguaje tan infantil como puro y claro, dice que “nos sentimos decepcionados cuando descubrimos que algo que creíamos no es cierto”. “Sin embargo”, añade, “la mayor decepción es cuando alguien en quien confiábamos nos falla, actuando de una forma que jamás hubiéramos imaginado. Entonces podemos perder la confianza y pueden aparecer el dolor y la tristeza”.

Duele sentirse engañado, utilizado, pero más duele saber que has estado en medio de una trama en la que todos tenían claro su papel y a qué jugaban, menos tú. Y duele, vaya si duele. Pero entonces, llega ese día en que te levantas por la mañana, asumes lo que ha sucedido, aprendes la lección, te miras al espejo y te dices: “a partir de hoy ya no me la van a colar más”. Como declaración de intenciones no está mal, y al menos pone las bases para que empiecen a pasar cosas distintas, para que de hecho empiecen a pasar cosas.

Si te has sentido alguna vez decepcionado, te ha dolido, te has sentido engañado, pero lo has entendido y has empezado de cero, felicidades. Al fin y al cabo, sentirse así es algo que sólo pasa dentro de ti. En el fondo, los demás no tienen nada que ver. Sólo va contigo mismo, y tú eres el único que puede hacer que nadie te engañe. Así podrás decir adiós a la decepción.

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Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

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