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Cronistas y columnistas

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José Carlos León

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Hace un par de semanas tuve la tentación de escribir sobre David Gistau, pero no me atreví, lo reconozco. No me sentí capaz de escribir nada a su altura y me quedé acomplejado delante del ordenador. Cualquier cosa que hubiese escrito hubiese quedado pequeña, así que decidí que el mejor homenaje que podía hacerle era dejar que otros glosaran su figura por mí, seguro que más sentido y calidad. Fue una de las mejores decisiones que tomé, porque los artículos de sus compañeros, amigos e incluso rivales en la competencia de los medios de comunicación durante los días siguientes a su muerte confirmaron que cualquier texto mío habría sido casi un insulto. Qué bueno tenía que ser Gistau, qué gran tipo, qué conversador más interesante… Si quieren tener una idea de la grandeza de un periodista échenle un vistazo a lo que dijeron de él su amigo Manuel Jabois en El País, pero también lo que se escribió en ABC, La Vanguardia, El Mundo (su periódico), El Confidencial o cualquier otro medio. Madridista, futbolero sin forofismo, crítico, rebelde, libre… Y todo con 49 años, con lo mejor de la vida por delante, con toda la experiencia de la madurez en pleno desarrollo pero ya con el respeto ganado para siempre, con el beso de la gloria, la caricia de la eternidad, que diría Alfredo Martínez.

“Era polivalente, versátil… Con David se podía hablar de cualquier cosa, con esa capacidad para ser culto sin ser pedante”, decía de él Carlos Herrera, con los que cada día me despertaba a eso de las 7:30 en ese primer análisis del día, hasta que todo se acabó… “Cuanto más corto lo escriba, menos va a doler. Ha muerto Gistau”, escribió Juan Soto, el hombre que no se atrevió a ser su amigo por una mera cuestión de admiración. Morirse es una mierda, y no creo que haya una forma mejor que otra de hacerlo, pero el día que palme me gustaría que alguien pudiera pensar eso de mí, porque somos lo que dicen de nosotros, no te equivoques.

Aunque hace seis años que dejé la prensa creo que sigo teniendo el gusanillo del periodismo metido por dentro, y por eso disfruto en este rincón cada semana. Por eso la muerte de Gistau me afectó y me hizo mirar atrás, a mis 14 años metido en una redacción y conviviendo con compañeros de mi medio, y también de otros. Recordando situaciones, anécdotas y rivalidades que sólo con el tiempo se ven como absurdas. Seguro que David no habría estado metido en ninguna de ellas, porque sencillamente, no merecían la pena.

Gistau llegó al periodismo casi de casualidad, tras ser guionista de televisión y escribir artículos en revistas de viajes. Ahí alguien lo descubrió y se lo llevó a La Razón para que escribiera la contra de los domingos y convertirse en columnista, en El Mundo y en ABC, donde heredó de su mentor Francisco Umbral ese género de la columna literaria. Lo mismo escribía de fútbol, que de actualidad que hacía la crónica política, rastreando por los pasillos del Congreso y navegando con unos y otros para ganarse el respeto y luego la confianza.

Algo tienen en común la nueva hornada de columnistas y opinadores. Gistau estaba fuera del radar, como Manuel Jabois, humilde corresponsal en Sanxenxo del Diario de Pontevedra y que sólo se abría fuera de Galicia gracias a su blog. Así lo fichó El País, como a Hugues, el misterioso columnista de ABC. Francisco Santas Olmeda era un señor de Albacete, funcionario del Estado para más señas, que se entretenía haciendo crónicas de cualquier cosa en su blog. Allí lo leyó alguien de La Gaceta, que le dio la oportunidad de saltar a la capital y luego de abrirle las puertas del ABC, el periódico de los columnistas por excelencia. Es el mercado global abierto al periodismo. Igual que alguien del Manchester City puede tener referencias de un niño de El Higuerón, los grandes medios rastrean talento oculto entre los medios de provincias, carne fresca para quemarse en esa hoguera de las vanidades que supone la vida en la corte.

Sus casos me recuerda a algunos de los que escriben por aquí, como lo hizo el maestro José Luis Rodríguez, o lo siguen haciendo Rafa Ruiz, Jesús Cabrera o por aquí mismo Alfonso Alba, cada uno con sus colores, sus filias y sus fobias, pero haciendo virguerías en este denostado periodismo de provincias. No crean que por trabajar en Córdoba y en medios locales son peores que los que juegan en la Champions. Tienen un mérito enorme. ¿Saben lo difícil que es ir a rueda de prensa de Pedro García y que parezca que no es idiota? ¿O peor, saben lo difícil que es mostrar lo corto que es pero disimulándolo? Pues eso lo hacen los cronistas de Córdoba, que luego se permiten licencias en sus columnas mientras bregan como pueden con políticos de Regional, con un nivelito sólo sostenido por un dedazo y un carnet sostenido entre los dientes muy por debajo de su calidad y su talento, porque como dice Jorge Bustos, saber escribir bien es un proceso de sencillez, de la sencillez muy laboriosa“.

Precisamente, Gistau mantuvo con Bustos un precioso diálogo en la Cope en el que este le dijo “a nosotros nos ha pasado una cosas y sí que coincidimos, nos han hecho columnistas demasiado pronto y hemos perdido el perfil del reportero”, porque quizás ni él mismo pensaba que estuviera preparado para un género que sólo avalan los años y las canas. 

https://www.youtube.com/watch?v=VFAaYrvJf4U

Eso mismo pensé cuando me ofrecieron escribir en CORDOPOLIS hace casi un año. ¿Qué tengo yo que ofrecer? ¿Qué puedo aportar? ¿Cómo puedo estar en el mismo sitio que Agredano o Monterroso? ¿De verdad puedo estar a ese nivel? ¿Y si la cago? ¿Y si lo que escribo no le interesa a ni Dios? Cada semana me sigo haciendo las mismas preguntas, con los mismos miedos, con pocas certezas y un puñado de dudas antes de escribir este artículo. Sirva sólo como pequeño homenaje a Gistau y a todos los cronistas y columnistas que tratan de arrojar algo de claridad, información y opinión a un mundo convulso y cambiante.

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