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Conectando los puntos

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José Carlos León

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En su famoso discurso en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford, Steve Jobs contó una de esas anécdotas que forjan la figura y el carácter de uno de los grandes visionarios del siglo XX. Fue cuando deambulando por el campus de la Universidad de Reed, aburrido, sin encontrar su sitio ni saber muy bien qué hacía allí, decidió apuntarse a un curso de caligrafía atraído por la belleza de todos los posters, carteles y folletos que se encontraba por el campus.

Entonces tenía 19 años y no tenía ni la menor idea de qué iba a ser de su vida. Apenas estuvo matriculado un semestre en Reed, pero se quedó un año y medio más asistiendo como oyente, empapándose de todo lo que le interesaba, no necesariamente de lo que ponía en el plan de estudios. Iba a las clases más diversas, hablaba con unos y con otros tratando de sacar ideas, enseñanzas, conclusiones que, en ese momento, no sabía muy bien para qué iban a servir.

https://www.youtube.com/watch?v=HHkJEz_HdTg

Pero cuando diez años después diseñó el primer Mac, una de las primeras cosas que hizo fue recordar todo lo que aprendió en aquel taller de caligrafía para aplicarlo a su procesador de textos. Entonces nacieron eso que hoy conocemos todos como “fuentes”, los tipos de letra artísticos, útiles pero bellos que hoy manejamos todos. Desde entonces, los ordenadores personales abandonaron aquellas viejas letras a base de puntos para adoptar los tipos de los viejos tipógrafos, jugando con los espacios, con los interlineados, añadiendo al fin y al cabo un matiz estético a algo que hasta entonces sólo se entendía como eminentemente práctico. En ese momento, Jobs había conectado los puntos.

El fundador de Apple siempre fue un enamorado del pragmatismo, pero también de la belleza, de la estética al servicio de la utilidad, y por eso su Mac se convirtió en el ordenador personal que revolucionó nuestra forma de relacionarnos con la informática. Su propia estética curva, integrada y hermosa, permitió que se sumara al mobiliario del hogar como un elemento más, y si ese deseo por la estética estaba en el exterior, también se tenía que reflejar en el interior, en su utilidad, en su día a día. Entonces todo cobró sentido.

Muchas veces, especialmente cuando nos encontramos desorientados, tenemos la duda de si lo que vamos a hacer tendrá algún sentido para nuestro plan de vida, si lo que hacemos hoy tendrá un impacto directo en lo que queremos ser mañana, si es útil al fin y al cabo. Hay personas que tiene perfectamente diseñado su plan, que tiene clarísimo adónde quiere llegar y calculados al milímetro todos los pasos que debe dar guiado por esa visión. Sinceramente, las admiro, porque yo nunca he sido de ellas. Quizás porque nunca lo he tenido tan claro, al menos muy a largo plazo, y por eso mi vida ha sido una sucesión de tumbos hasta que he llegado hasta aquí. Creo que como la de la mayoría de nosotros.

Jobs tampoco lo tenía todo planeado, ni tenía la menor idea de para qué le iba a servir ese curso de caligrafía, pero sí lo entendió muchos años después. “No puedes conectar los puntos hacia adelante, tienes que hacerlo hacia atrás”, dijo en ese discurso de 2005, “confiando en que alguna vez los puntos se conectarán en el futuro. Debes confiar en algo, llámalo instinto, karma o fe”. Sólo cuando miras hacia atrás y tienes todas las piezas del puzzle sobre la mesa puedes entender cómo una encaja con otra hasta que todo cobra sentido. Aisladamente no sirven para nada, pero cuando conectas los puntos aparece una figura que siempre ha estado ahí, oculta, escondida hasta que todos sus elementos tuvieran un valor propio en el contexto de un todo.

“Creer que los puntos se unirán algún día en tu vida te dará la fuerza para confiar en tu corazón. Eso ha marcado la diferencia en mi vida”, dijo Jobs en un discurso que suma más de 25 millones de visitas en Youtube y que en apenas 15 minutos condensa toda una filosofía de vida sobre la fe en uno mismo, la pérdida, el amor y la fugacidad del tiempo. Quizás todo sea cuestión de preguntarse no tanto para qué me va a servir esto, sino cómo lo puedo capitalizar en mi propio talento o experiencia para que un día tenga sentido. Si no me hago esa pregunta, puede que sólo haya perdido el tiempo.

Puede que todo lo que hacemos en nuestra vida sea por algo, no por casualidad. Lo interesante es descubrir por qué. Pero es probable que las respuestas no sean inmediatas, sino que lleguen con el tiempo… siempre que seamos capaces de reconocer qué aprendimos en su momento y de qué nos sirvió. Cada curso, cada taller, cada viaje, cada trabajo, cada experiencia, cada conversación, cada persona que se cruza en nuestra vida puede convertirse en uno de esos puntos que, aisladamente no significan nada, pero que si sabemos unirlos con la perspectiva del tiempo terminan dibujando nuestro presente y también nuestro futuro.

En este contexto, me encanta la palabra capitalizar. Según la segunda acepción de la RAE, se trata de “convertir algo en capital”, incluso algo que aparentemente no vale nada. Es entonces cuando ese “algo” no es importante en sí mismo, sino que la clave es qué hacemos con ello. No siempre es fácil porque todo el mundo no lo tiene tan claro, y también porque no nos han enseñado ni entrenado para ello, pero cuando sucede surge la magia. Entonces, conectar los puntos cobra todo su sentido.

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