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Sobre este blog

Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

¿Y yo qué hago ahora?

Cruce de caminos

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El hecho de que tú estés hoy ahí, donde sea, haciendo lo que estés haciendo y leyendo este artículo es el fruto de las decisiones que has tomado a lo largo de tu vida. Dicho de otra forma, eres el producto de todas tus decisiones, de las acertadas y las erróneas, de las meditadas y las impulsivas. Y eso es un marrón teniendo en cuenta que según fuentes más o menos fiables tomamos entre 35.000 a 40.000 decisiones al día, la mayoría de ellas absolutamente intrascendentes e inconscientes, pero un puñado de ellas son de vital importancia para explicar nuestros resultados.

La cosa se complica aún más cuando sabemos que un 90% de esas decisiones no las tomamos desde la parte más lógica y racional de nuestro cerebro, sino desde la más emocional y visceral. El problema es que hay determinados momentos de nuestra vida en que tenemos que tomar decisiones clave, aquéllas que de una manera u otra van a marcarnos en el ámbito personal o profesional, y por falta de costumbre no estamos preparados para ello.

Echa la mirada atrás y recuerda. ¿Qué línea escoger en Secundaria? ¿Qué carrera elegir? ¿Salir fuera o quedarse en casa? ¿Aceptar una oferta de trabajo? ¿Vincularte a alguien? ¿Formar una familia? ¿Deshacerla? ¿Dejar el trabajo? ¿Elegir otro…? Casi todos nos hemos visto en esas disyuntivas y puede que aún nos queden unas cuantas más, pero el caso es que la mayoría no tenemos claro cómo tomar decisiones. Y así nos va…

Hace apenas unas semanas nos han invitado a participar como socios en un proyecto apasionante. Se llama Support to Choose your Future (Apoyo para elegir tu futuro) y está destinado a esos alumnos de FP que cuando acaban su grado se plantean esa pregunta que marca quizás la diferencia entre la etapa de formación y la vida adulta: ¿Qué hago yo ahora? ¿Seguir estudiando? ¿Hacer más prácticas? ¿Preparar unas oposiciones? ¿Buscar trabajo? ¿Nada? Todas son opciones válidas… dependiendo de cuál quieres que sea el objetivo, porque una de las decisiones que más habitualmente tomamos es… no tomar ninguna, dejando que otros decidan por nosotros o procrastinando ad aeternum algún paso que no somos capaces de dar.

Entre las múltiples estrategias que hay para tomar decisiones (no tienen por qué ser acertadas) podemos destacar estas seis:

·     El impulsivo. Hacer lo primero que se nos pase por la cabeza y ya está.

·     El bien queda. Elegir la opción más agradable, cómoda y popular. Seguir la corriente.

·     El que se quita el marrón. Que otro decida por mí.

·     El avestruz. Esconderse y no elegir para evitar la asunción de responsabilidades.

·     El tranquilo. Sopesar todos los ángulos y recabar información para tomar la decisión más mesurada. El riesgo: la parálisis por análisis.

·     El vamos que nos vamos. Lo importante por delante.

Seguro que nos identificamos con la mayoría de ellas, y en un momento u otro hemos jugado ese papel. Siguiendo esos roles, unas veces nos habrá salido bien y otras mal, con el riesgo de arrepentirnos a todo pasado. Quizás el elemento común de todos esos momentos es que hemos echado de menos un guion, un manual, un libro de estilo sobre cómo tomar decisiones o en base a qué hacerlo. Yo tampoco lo tengo, pero aquí van tres pistas:

1.    Tu visión. Es decir, tu objetivo a largo plazo. Lo encontrarás en la respuesta a la pregunta ¿Qué quieres qué pase después de tomar esa decisión? ¿cuál quieres que sea el final de esta historia?

2.    Tus valores. Son tus pilares, los que te ayudan a marcarte metas solventando la cuestión anterior y alinean los pasos a dar para alcanzarlas. Ellos te guiarán y te evitarán la sensación de culpabilidad de hacer algo que no querías.

3.    Tu estado emocional. No tomes decisiones permanentes bajo emociones pasajeras. Busca el equilibrio entre la impulsividad del corazón y la lógica del cerebro antes de hacer algo de lo que te puedas arrepentirte.

Entonces será el momento de evaluar:

·     El impacto de la decisión tanto a corto como a largo plazo, porque algo que parece ideal para hoy es una auténtica cagada pensando en el día de mañana.

·     El factor ecológico. Es decir, ¿a quién más afecta esta decisión? ¿cómo impacta en mi entorno lo que voy a hacer/decir?

·     Si de verdad es algo que quiero hacer o voy a tomar la decisión que alguien ha tomado por mí.

Y aun así, después de tener todo esto en cuenta, nada te garantiza que vayas a acertar, pero sea cuál sea tu decisión, será la mejor, porque nunca sabrás cómo sería la que desechaste. Pero ante todo, serás libre, libre de elegir, de cagarla, de aprender y acumular experiencias, porque tú eres tú y tus decisiones. Mejor eso que ser el producto de las decisiones de otro.

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Estudié para profesor de inglés pero nunca pisé un aula, porque lo que siempre me gustó fue escribir y contar historias. Lo hice durante 15 años en El Día de Córdoba, cumpliendo sueños y disfrutando como un enano hasta que se rompió el amor con el periodismo y comenzó mi idilio con el coaching y la Inteligencia Emocional. Con 38 años y dos gemelas recién nacidas salté al vacío, lo dejé todo y me zambullí de lleno en eso que Zygmunt Bauman llamó el mar de la incertidumbre. Desde entonces, la falta de certezas tiene un plato vacío en mi mesa para recordarme que vivimos en tiempos líquidos e inestables. Quizás por eso detesto a los vendehúmos, reniego de la visión simplista, facilona y flower power de la gestión emocional y huyo de los gurús de cuarto de hora. A los 43 me he vuelto emprendedor y comando el área de proyectos internacionales de INDEPCIE, mi nueva criatura de padre tardío. Me gusta viajar, comer, Queen, el baloncesto y el Real Madrid, y no tiene por qué ser en ese orden.

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