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Sobre este blog

Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

Casas de juguete

Casa de Playmobil

Ana Fernández

30 de agosto de 2024 19:57 h

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Las criaturas eran un encanto y mi despido o despedida fue solo el resultado de una inevitable discrepancia, llamémosla política, ética o filosófica.

Como niñera de verano, contratada para la estancia en Menorca por una familia rica, culta y artísticamente potente, el trabajo, con residencia en la espectacular casa Pinós (así bautizada en homenaje a la arquitecta), era una bendición. Practicaba idiomas, comíamos sano y los nenes y nenas de quienes me encargaba se criaban sin pantallas, lo que nos permitía jugar al teatro, a las canicas, al ajedrez, a juegos de mesa clásicos y de rol, escribir guiones a cuatro manos, resolver acertijos, leer, revolver en el baúl de los juguetes analógicos, explorar la zona, trabajar el huerto, hacer ejercicio en la playa, flotar en la piscina natural, competir en oratoria, redactar nuestras leyes y construir colaborativamente la mejor casa del mundo o de la historia, que hay que “soñar a lo grande”, repetíamos.

Un día, el pelirrojo Tim comenzó a entretener al auditorio, de peques y servidora, con las aventuras y desventuras de los pisos turísticos que su imaginación había autorizado en la manzana formada por la maleta-casa de Playmobil, las villas vintage de Pinypon y un motel de Barbie motera. Los diálogos, las discusiones y quejas, las llamadas a la Guardia Urbana por exceso de ruido eran divertidísimas porque eran una ficción, obviamente.

En su turno, Berna imitó a mamá y papá, altos cargos en corporaciones y asesoramiento a fondos de inversión, blandiendo papeles (que eran planos y contratos) y una calculadora, con el propósito de establecer una rentabilidad óptima, solo eso, algo que a la chiquilla le parecía estúpido porque ¿dónde estaba la gente que iba a vivir a allí?

Pepa, la pequeña, dijo que iba a hacer fiestas en los bloques para que nadie llorase con las maletas en la puerta o por soledad, que había visto algo así, muy triste en la tele, y ella lo arreglaría.

Era el puente de agosto. Recogimos antes que otros días los juegos y los trastos. Esa tarde-noche recibían a las amistades. Los tres tenían que arreglarse. También yo, puesto que iba a conocer a personas influyentes que a lo mejor estaban interesadas en mi faceta académica, investigadora, ensayística; porque “las humanidades sí están valoradas”, repetían los adultos de esa casa.

Pero, la velada acabó mal, sobre todo para mí. Alguien me pidió opinión sobre el sector de la vivienda y enhebré mi ristra de argumentos acerca de la destrucción de la persona que se perpetra cuando se le niega un lugar digno, confortable, asequible y sostenible para vivir; cuando la vivienda pública no actúa como contrapeso poderoso; cuando no sabemos si todo el mundo que posee una vivienda deficiente y antigua podrá pagar las reformas para la lógica eficiencia energética que exigirá la UE o tendrá que malvender su hogar; cuando tantas veces a barrios de menor renta les endosan varias instalaciones molestas; cuando la realidad material e institucional, en vez de plegarse al derecho humano a la vivienda, es una generadora diabólica de beneficios, de manera que, además de parir cíclicas burbujas inmobiliarias y gentrificación, crean una suerte de inflamación crónica del precio y un adelgazamiento de principios; porque si existen espacios minúsculos, inmundos e inhabitables cuyo alquiler se anuncia y eso se permite, qué cabe esperar… Luego se me cayó la copa (y no tenía intoxicación etílica), al descubrir caras contrariadas, altivas, quizás iracundas en la reunión. Un segundo después enfurecí, agarré el Monopoly que se nos había quedado tras el sofá verde jade y lo lancé para que atravesara el porche y cayese a la piscina. Inmediatamente, dije que iba a recoger mis cosas.

De recuerdo, clandestinamente, el pelirrojo Tim me regaló su toalla de Zara Home. He comenzado a usarla en un gym barato mientras encuentro habitación en la isla o me vuelvo a Barcelona. Veré.

 

Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación

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Crecí en los 70 bajo la influencia de la Señorita Pepis, un set de maquillaje para niñas del que arranca un amor interminable por el rojo de labios y el khol enmarcando la mirada. Las tendencias y la moda, la cosmética y el sublime arte del perfume me interesan con una pasión que solamente los adictos sabemos reconocer. Y sí, somos cientos de miles de personas -por cierto, muy distintas en edad y características sociales- para quienes la moda es una motivación, un bálsamo, un acicate, un exquisito pasatiempo. Ahora que Internet y las redes sociales han incendiado el mundo con la revolución fashionista, por qué no echar más leña al fuego desde las páginas de CORDÓPOLIS.

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