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La dificultad de ser sincero

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Enrique Merino

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Día tras día me doy más cuenta de que todos mentimos, tanto en nuestro ámbito personal como en el laboral. No me digas que no, que tú jamás lo haces y que vas de frente. ¡Mentira! Porque hasta para relacionarnos somos capaces de decir vanidades que jamás serán nuestras.

Recuerdo que de “joven adolescente” defendía a capa y espada que nunca mentía. Y aunque es cierto que intentaba cumplirlo, siempre había alguna mentirijilla que se escapaba. Ahora, con la experiencia (esto suena a charla de Abuelo Cebolleta), me doy cuenta de que está en el ADN del ser humano el usar la mentira en nuestras vidas.

En el mundo laboral esta situación se transforma en guion de película de ciencia ficción. Tenemos a quien vive en una constante mentira propia y nos hace creer que su realidad es la única que existe, cuando la verdad es que nada tiene que ver con la nuestra. Pero bueno, no nos afecta, o lo tenemos identificado.

Está también el que no para de cambiar sus palabras, un día dice una cosa y otro día otra. Pero como lo conocemos, no le hacemos ni caso. Pero luego están los preocupantes. Está ese que se acerca de manera amistosa. Que te escucha, entiende tu problema y te aporta una solución para el mismo. Una solución que no te cuenta que trae consigo ciertos condicionantes que a la larga te van a afectar. Si no detectas a estas personas te llevan a problemas a la larga.

Pero, para mí, los peores con diferencia son los que viven en una constante espiral de falsedad y mentiras. No es que mientan para conseguir algo, es que jamás en su vida van a hacer algo que no sea para ellos mismos, y siempre engañarán y jugarán con falsedades para conseguir sus objetivos. Y los hay, créeme que los hay, y lo peor es que este perfil de personas suelen estar siempre muy cerca nuestra, y nos cuesta mucho detectarlos.

Veréis, cuando eres un proveedor de servicios, como es el caso mío, sería muy fácil el estar en ese perfil. Decirle al cliente las cosas que quiere oír con tal de conseguir mi objetivo. Y luego ya dentro del trabajo, ir haciendo poco a poco como se pueda hasta agotar al cliente o acabar con la relación, sacando el beneficio que hubiera pretendido al principio y listo. Esta actitud es destructiva, pues no dejas “cliente” que vaya hablando bien de ti. Pues hay empresas así, muchas.

Lo mejor es ser sincero y no trasladar una imagen que no vayas a poder defender. Hace unos años, un buen amigo artista de la joyería, Rafa Sánchez, me aconsejó que no corriera, que fuera poco a poco demostrando lo que podía hacer. Y que las empresas verían en nosotros a alguien serio y profesional. Mi ansiedad por querer tener negocio me impedía ver ese razonamiento, pero este me insistía y me insistía y como yo confiaba en él, le hice caso. Qué razón tenías, querido amigo.

Es mejor decir de primeras qué es lo que puedes hacer y qué no (aquí hago una “kitkat”: querido cliente, decimos qué podemos hacer y qué no. Pero si luego a ti se te ocurren cosas nuevas sobre lo que dijimos que sí podíamos hacer, y te decimos que hay que valorar esas cosas nuevas, no me digas que no te avise, es que estamos hablando de algo nuevo que no teníamos previsto ni tú ni yo).

A día de hoy, prefiero perder un potencial cliente por decirle que lo que me pide en tiempo y forma no es viable, que captarlo y andar a locas intentando sacar adelante el trabajo al que nos habíamos comprometido.

Hay que educarnos los unos a los otros, los clientes y los proveedores. No hace falta ser ganador siempre en la negociación, ni pretender engañar al de enfrente. Todos debemos jugar una larga partida profesional, y mientras mejor seamos capaces de hacerlo, mientras mejor podamos convivir y que para todos sea beneficioso, mas lejos llegaremos. Por eso, yo prefiero ser sincero. Eso es difícil, lo sé. Pero ganó en tranquilidad mental.

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