Dos aliados de tu belleza: el secador y la plancha de pelo (I)
Por los vestigios prehistóricos encontrados en diferentes excavaciones, se ha determinado que el acicalamiento de los cabellos no es nada que corresponda a nuestra época. Se han encontrado espinas de peces y ramas de árboles en forma de peines que, ciertamente, nos verbaliza y deja constancia de la realidad de que las personas, ya desde hace miles de años, en lo más remoto, y viviendo de manera cavernícola, y aunque solamente fuera para desenredarse sus greñas, al cabello le daban una gran preferencia muy por encima de su aseo personal…
Tal es así, que miles de años más tarde (y perdón por saltarme de un golpe otras realidades históricas dignas de conocerse sobre el particular a causa del espacio), fueron las romanas y romanos los que dieron prestigio al acicalamiento de los cabellos, hasta el punto que fue esta cultura la que oficializó una especie de academias de peluquería donde ciertos maestros adiestraban a los alumnos muchas particularidades del embellecimiento capilar. ¿Lo sabías? Pues hay más: fueron las romanas que utilizaron determinadas barros en las que envolvían sus melenas, a fin de lograr una mayor duración, quizá desconociendo que este tipo de albardillas arcillosas contienen sustancias alcalinas que ablandaban las microfibrillas interiores del cabello, haciéndoles prolongar sus rizos. Y más aún, quizá desconozcas tú mismo que, siglos antes, los sirios fueron los primeros los que comenzaron a utilizar herramientas calientes para acicalarse el cabello. Coquetos ellos, calentaban piedras alargadas de sílex para rizarse sus barbas, mientras que ellas lo hacían en sus largas cabelleras. Algo que en el siglo XVI-XVII fue copiado en cierta medida, apareciendo las primeras tenacillas del hierro que, calentadas en ascuas de carbón vivas, y temperadas sobre las manos de los propios artesanos a la resistencia del cabello, eran capaces de rizar las melenas más reacias, y hasta con más duración y prestancia a como lo hiciera la mencionada cultura siria.
Con el devenir de los tiempos, ya adentrados en 1.960, fueron inventadas las primeras tenacillas eléctricas a base de hierro pavonado, siempre en dos o tres tamaños que colmaran las diferentes necesidades creativas, para más tarde, ya metidos en 1.990, diera lugar a la primera tenacilla base de placas, aunque estas no dieran de sí mas allá de alisar el cabello rizado, algo que sustituyó a la plancha, la de hierro de planchar ropa, la que se calentaba en el fogón de carbón, y que algunas atrevidas todavía se osaban utilizar para tal menester en la década de los ‘60…
Pero somos los dioses del invento. Y no contentos con ello, y a fin de otorgar otras nuevas posibilidades para el engreimiento femenino, a la vez que al creativo, y principalmente para respetar la fibra capilar, estas planchas modernas se fabricaron, primeramente, a base de placas de cerámica, siempre fundamentadas en una resistencia interior muy similar a las de hierro pavonado. Años después, adentrados en el 2.000, siempre bajo el pensamiento de respetar al cabello y con la sabiduría puesta en lograr otras formas simultáneamente, dieron paso a las de placas a base de otros materiales más resistentes e inocuos para el cabello, apareciendo en el mercado internacional las actuales planchas capilares, la mayoría de ellas con revestimiento cristalizados más duros que sus primogénitas, algunas de ellas de inducción, capaces por sí solas de hacer penetrar el calor en el interior del cabello antes de hacerlo en el exterior, cuestión esta que respeta al máximo la estructura capilar mucho más allá de como lo hacía sus precursoras más cercanas, muchas de ellas, incluso, para ser aplicadas sobre cabellos húmedos, alisándolo o rizándolo a voluntad.
Pero, ¿cómo saber la que más conviene? Depende del uso y de los resultados a obtener, y, luego, ya depende del bolsillo para obtener la de más calidad, no la más bonita y atrayente. Da igual que sea para vosotras o para regalar. En ambos casos, yo os recomiendo las de cristal de turmalina con inducción de calor indirecto, esas mismas de las que antes os hablaba, las que otorgan el calor al interior y finalmente al exterior, que son duras, resistentes y de un precio asequible en comparación a ciertas marcas de renombre que suelen ser más costosas y con similares resultados, donde se paga la marca y el diseño, además de la correspondiente publicidad, o pelupublicidad, como yo ya llamo.
Con todas deberéis tener los mismos cuidados: primeramente, NO DAR GOLPES PLACA SOBRE PLACA, puede alterar la colocación de la resistencia interior; y lo más grave, los cristales de estas placas pueden astillarse, a pesar de ser muy resistentes, lo que procuraría roturas y enganches en el pelo de gran consideración y para su perjuicio.
Por lo demás, os recomiendo un producto en vuestros cabellos de aplicación anterior al planchado en cada ocasión, siempre después de lavado y normalizado con la mascarilla apropiada al estado de vuestra melena. Es necesario hacerlo si no queréis ver que vuestro pelo se estropea, pues cualquier tenacilla, por buena que sea, hace resecar el cabello inconmensurablemente, más aún de ser muy reiterativas, como algunas, que las utilizan a diario.
También, las placas deberéis limpiarlas de vez en cuando. Existen productos específicos para ello que las dejarán libres de residuos inocuos, esos que siempre entorpecerán un buen alisado, ondas o rizado.
Y, sobre todo, no las utilicéis estando descalzas o el suelo mojado, ni con los pies húmedos, y menos aún cogerlas con manos mojadas o directamente del agua en caso de que la plancha se caiga en ella, ni conectarla o desconectarla de tales maneras asiendo el enchufe. Desenchufarla primeramente, teniendo en cuenta lo anterior. Es muy peligroso a causa de la electricidad, bien lo sabéis.
¡Hala! A poneros guapas… más de lo que sois. Y no olvidar que la semana próxima os hablaré del secador de mano, vuestro otro aliado para la belleza de vuestros cabellos, que tiene su historia, además de sus cuidados más elementales que nos indican el camino de la seguridad, algunos de ellos tan importantes y a tener en cuenta que, en ciertas ocasiones, a más de una la han dejado ciega sin remedio. Creédmelo, porque es tan cierto como lo es el sol que nos alumbra.
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