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Rosalía en Córdoba: una crónica

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Paco Merino

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El reloj marcó las doce y, en mitad del escenario, aparecieron dos piernas enormes, con la potencia de dos AK47, zapateando la tarima con el tiroteo de una trinchera. Pero con compás. En Córdoba no estamos acostumbrados a este tipo de cosas. Bueno, en Córdoba y en ningún sitio ahora mismo: es lo que tiene ser la estrella del momento, que todavía la gente no se ha acostumbrado a ti.

Se nota por los gritos ensordecedores de las fans, gritos adolescentes de adoración irracional, que no tardaba en carburar ni medio segundo. Ponerle cara a la dictadura del like. Rosalía se paró, miró al tendido y, con acento de Michael Robinson, escupió: “Córdoba”. La gente, loca: esa que está todo el día en la tele, en la frutería y en el supermercado, mandando en NY, icono del new age de la música urbana aquí, en la plaza de toros de ladrillo visto de Gran Vía Parque. Y gratis.

Empezó la cosa fuerte con Pienso en tu mirá, segundo single anunciado previo al disco y que causó la misma expectación que el propio álbum, apoyado en un soporte audiovisual extraordinario, los videoclips cinematográficos de la productora Canadá. Ahora la cosa funciona así: se sacan canciones, normalmente las mejores, antes de que salga al mercado (a YouTube y Spotify). La impaciencia de la industria llega a esos límites. Hay que alimentar la expectación con pienso de engorde.

Nada bajaba el nivel de intensidad, no había momento para ir a por una cerveza. De hecho no había colas en las barras de chapa. Una tras otra fueron desfilando todas las canciones de El mal querer, mientras las bailarinas escoltaban a Rosalía como querubines. Es la Beyoncé ibérica. La sincronización era perfecta, como un equipo de Guardiola. Rosalía no tiene cante, pero canta. Canta tela. El aroma con el que riega ese concepto tan original es flamenco, pero como ingrediente. Lo de la apropiación cultural –ha habido debate en torno a ello– es un cuento chino de acaparadores y gente coñazo. El flamenco ha sido como el blanco estos últimos años. Pegaba con todo.

El punto álgido llegó con Bagdad y sus coros, que parecen élficos. La artista se cubrió con un velo para la ocasión y los novios cogían a sus parejas por la espalda, apoyando la cabeza en el hombro de ellas, como mirando por una gatera. “Mira, ira, ira, qué bonito, niña”, decía un cordobés de la Fuensanta o de Carlos III, creo, viendo aquello, rematando el camelo con un mordisquito en la oreja.

Escoltada por tres pantallas, se podían llegar a ver hasta a cuatro Rosalías en algunos momentos, y a algunos seguía sabiéndole a poco. Hubo también guiños a Las Grecas; se arrancó con un Te estoy amando locamente, que ponía palabras a los que nos estaba pasando a muchos, para acabar con un Volver, que siempre queda muy bien decir que uno, una, va a volver, vaya a ser que no nos volvamos a ver.

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