El Palacio de los Caramelos
Ante los tribunales para una nueva sesión de periodismo gonzo. Nos situamos en la plaza de la Constitución sin número. Cualquier dia vuelven a reformarla, e incluso le cambian el nombre, en petit comité. Me refiero a la plaza. La puerta de los juzgados está escoltada por la prensa local. Forman un puentepalo. Un fotógrafo y un periodista por poco me alcanzan. Salta una mujer escondida entre los coches y me pide que la acompañe dentro, dice que ya la han descubierto los de la prensa. Cortésmente la despacho. “Lo siento, estoy trabajando”. También en la puerta están el camión de Correos, un vendedor de kleenex, cinco miembros del hampa, señoras-que pasean-la-mascota-y-dejan-las-heces-para-cuanquier-suela-de-zapato-de-peatón, otro camión con una antena parabólica preparada para mandar la señal de la actualidad en Córdoba al espacio exterior, dos fiscales hablando de delitos comunes, un guardia civil que fuma su cuarto cigarrillo de la mañana y un simple transeúnte. Todos parecen colocados en la plaza de forma estratégica, como en el show de Truman, o en el principio la noche americana.
Consigo llegar a tiempo al juicio. Versa sobre la sustracción de unas joyas. Entro en duermevela y recuerdo joyas desaparecidas de forma prematura.
-Trish Keenan, en 2011.
- Mary Hansen, en 2002.
La juez me desvela de mi sueño, indicando que anotemos en la agenda la fecha de la continuación del juicio. Será para el año que viene (la justicia es lenta, no se si ya os lo he dicho). Hoy, 20 de noviembre de 2012, dejo tras de mí el Palacio de Justicia hasta mañana. El Palacio de Justicia. Un nombre grandilocuente para lo que luego hay allí dentro. Al igual que el Palacio de los Caramelos. Cuenta la leyenda que los sótanos del juzgado están llenos de infinidad distinta de drogas incautadas en los distintos procedimientos. Y que Willy Wonca nos lo enseña.
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