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Si me queréis, ¡irse¡.

Juana Guerrero

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Cuando te dan el alta hospitalaria y te ves por primera vez con tu criatura en la calle te invade una sensación de.., ¿cómo decirlo?, ¡ah sí ¡: ¡¡¡¡PÁNICO¡¡¡¡, que no desaparecerá hasta que a la criatura le salgan los primeros molares, momento aproximado en el que el pánico pasará a simple miedo. La estancia en la clínica fue algo idílico, casi vacacional: te preparan la comida, limpian la habitación, atienden a la criatura en lo que se refiere al baño y a tus paranoias (que sí parece muy frío, muy caliente, pintitas, duerme mucho, no quiere comer, tose,…), te pasas todo el día en la cama viendo la televisión…

Debería ser obligatorio estar ingresada toda la cuarentena, sería como una especie de periodo de adaptación materno filial, como hacen en las guarderías. No que de golpe, ¡zasss¡, a tu casa con el churumbel y apáñate como puedas. Eso es un atentado contra la salud mental de unos padres primerizos que consideran que su criatura está permanentemente en peligro mortal. Luego, claro… vienen las depresiones posparto. Poco pasa para lo que podría pasar.

En fin, que lo quieras o no, acabas con la criatura en casa, y no llevas allí ni 24 horas cuando suena el timbre de la puerta. Son las nueve de la mañana. Sales de la cama hecha un escombro porque no has dormido ni 2 horas, la casa parece un hospital de campaña con pañales y biberones por doquier. Insisten en el timbre. Abres la puerta sin mirar, suponiendo que será un correo urgente del tipo: “Disculpen las molestias, se confundieron de bebé en el hospital y se llevaron ustedes al que no duerme. Vengan cuanto antes por su pequeño dormilón.” Y para tu sorpresa,te encuentras en el umbral a unas señoras mayores, sonrientes, que dicen ser vecinas de la prima del pueblo de la cuñada de tu suegra, que vienen a conocer a la criatura, ¡a las nueve de la mañana¡.

“¿No os pillaremos durmiendo, no?”. “Nooo. Pasad, pasad, estáis en vuestra casa”. Dices quitándote la legaña y forzando una amplia sonrisa. No fueron las únicas en hacer uso, a traición, de esa franja horaria. Luego descubres que es la única forma de garantizarse el ir sin avisar y pillarte en casa. Saben que tienes desconectado el móvil y el fijo a propósito para no atenderlas. Verdaderos profesionales de las visitas por sorpresa.

Podríamos considerar que hay dos tipos de visitas: por un lado las que avisan con tiempo de que van a ir a conocer al bebé y tras un tiempo prudencial se marchan, consiguiendo con su amena charla que desconectes un poco de tu compleja realidad; por otro lado tienes a esa masa ingente que va de peregrinación a tu casa y se van acomodando, en tu pequeño salón primero, luego, por una cuestión de espacio en el resto de la vivienda.  Así, van llegando personas a tu hogar que no tienes ni porqué conocer, mezclándose tus amigas de la infancia con la prima segunda de la cuñada del padre de tu marido, que también quiere tener un detalle para con tu churumbel. Las visitas para conocer al neonato se multiplican, y acaban con todos los víveres de tu despensa y con un remolque de papel higiénico, y aunque te emociona que tanta gente quiera darle la bienvenida a tu bebé, quieres que se vayan ¡¡YA¡¡, pero por más indirectas y bostezos, no hay manera, se abren una y otra cerveza. Estás agotada por el reciente parto, dolorida, febril, no puedes estar sentada cómodamente (los puntitos), apenas duermes porque los horarios del bebé son una locura, tu casa está hecha un desastre porque no tienes tiempo de nada, así que las primeras visitas las atiendes con una amplia sonrisa, más adelante en tu cara sólo se dibuja una mueca y ya al final, cuando abres la puerta, sólo emites un sonido gutural y un “lo encontraréis en la habitación de la derecha. Cerrad la puerta al salir y ni os acerquéis al sofá que hoy es MÍIIIIIIOOO”.

Por tu propia salud física y mental, ya bastante afectadas, trazas una estrategia: dejar de ser tan hospitalaria (retiras hasta el felpudo de la puerta que pone Bienvenidos) y después de haberte dejado una fortuna en magdalenas, café, cervezas y aperitivos, decides cortar el grifo. Si no tienen nada que tomar, tarde o temprano tendrán que irse.  Sólo ofreces agua y en vaso de plástico.  Todo va bien excepto con las visitas profesionales que vienen cargaditas de bolsas con carbohidratos y de tiempo, mucho tiempo.... ¡Madre mía que no hayan traído el Trivial…¡. Te obligan a contar una y otra vez la misma historia, tú deseando que venga alguien a traerte noticias sobre el mundo exterior y nada, sólo quieren saber sobre el neonato. Eso y verlo, y cogerlo, y babear sobre él. Que el churumbel está dormido, lo tienes que despertar para que lo vean, o bien te lo despiertan con tanto griterío o al llamar a la puerta porque da igual que hayas apagado el timbre, te echan la puerta abajo a golpes. Tú intentas esquivar esa visita sorpresa tratando de hacerles creer que no hay nadie en casa pero claro, con tanto aporreo el bebé se ha puesto a llorar a todo pulmón y no ha habido más remedio que abrir, una vez más, la maldita puerta. “¿Estaba dormido?, ¿no lo habremos despertado, no?. Bueno, así lo vemos con los ojitos abiertos”.(grrrrrrhhh). La última cosa que se te ocurre es poner un cartelito cutre en la puerta, con un mensaje más o menos directo: NO LLAMEN A LA PUERTA. Problema resuelto, lástima que se te ocurriera cuando la criatura ya tenía cinco meses. También te planteas abandonar el país y regresar cuando la criatura pueda caminar, pero se sale de tu presupuesto.

En verdad si no fuera porque estás agotada disfrutarías de las visitas porque, sinceramente, la mayoría son muy amables y le traen detallitos a tu bebé que te serán de mucha utilidad, y además es muy gratificante saber que la gente se interesa tanto por tu criatura.

He de reconocer que yo he sido una de esas visitas pesadas que van con sus mejores intenciones pero que por desconocimiento son un lastre más para los recientes padre y madre (o madre en solitario). Si algo he aprendido de la maternidad, además de a dormir de pie balanceándome con un crío de 12k en mi regazo, que tiene su dedo índice dentro de mi nariz, es a no visitar a un neonato hasta que no le han salido las paletas.

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