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Un respiro matinal

Juana Guerrero

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Cuando mi criatura se matricule en la Universidad, no sé si sentiré la misma satisfacción que cuando lo ha hecho en la guardería. Por cierto, guardería, qué término más horroroso, me sugiere una especie de redil donde se van apilando churumbeles. Prefiero el término oficial, Centro de Educación Infantil (CEI), no suena a “ahí te dejo aparcado, niño, porque en casa no te aguanto” sino más bien a “qué lugar más estupendo para que crezcas cargadito de conocimientos. Te dejo ahí por tu bien, no por el mío…”.

Esas horitas que la criatura pasa en el CEI son un oasis en el desierto de la crianza (desierto de tormentas de arena con vientos huracanados). Un año entero estuve compartiendo mañanas frenéticas con mi criatura. Aguanté como una jabata, eso sí, tachando días en el calendario ansiando la llegada del mes de septiembre, y cuando llegó, me sentí como un preso condenado a cadena perpetua al que de repente le conceden el tercer grado. ¡Welcome  semilibertad, por fin un respiro¡. El respiro, en verdad, se disfrutaría un pelín más a la caída de la tarde, pero hasta que pongan en las guarderías el nocturno como en los institutos,  se acepta el horario matinal con gran entusiasmo. Gracias a estos centros los hogares vuelven a ser remansos de paz y tranquilidad y ni la mejor clase de yoga conseguiría que alcanzaras un estado mayor de relajación que la que obtienes cuando tras dejar a la criatura en el CEI, abres la puerta de tu casa y te encuentras con ese gran exiliado: el silencio...¡WOW¡.  A las guarderías, deberían darle un premio de los gordos, un Nobel por lo menos, por esa gran contribución a la salud mental de las madres y padres corresponsables.

Su primer día en el CEI nunca lo olvidaré. Su llanto desconsolado, fruto del sentimiento de abandono y del dolor de la ausencia, sólo encontró cobijo en unos brazos desconocidos, vacíos, extraños. No fueron suficiente para calmarlo. Apenas fueron 60 min los que duró el mal rato, pero cuando se trata de la ausencia de una madre una hora puede parecer una eternidad y no hay quien llene ese vacío infinito. Es verdad que los primeros días son duros para la madre (debe ser una especie de Síndrome de Estocolmo), el padre corresponsable y sobre todo para la criatura, porque es la primera vez que está con personas extrañas y el miedo es inevitable. Pero bueno..., poco a poco, conforme se va superando el trauma inicial, vas añadiendo horas a su jornada educativa. Lo haces por la criatura, para que aprenda más y más... Empezó yendo tres horas y ya va por cinco. El máximo son ocho…Uhmmm, tentador ¡eh¡.

Al Consejo de Sabias, como tiene opinión para todo, le parece una aberración que hayas llevado a la criatura a un CEI: “¡Qué lástima¡, tan pequeñito y ya a la guardería…¡pobrecito¡…¡qué pena¡, tan temprano despierto” (¿temprano?, ojala los fines de semana también se levantara a las ocho). Sólo tienen cierta indulgencia si trabajas fuera de casa, como si las personas que se dedican a las labores domésticas en exclusividad una vez que dejan a la criatura en el CEI se fueran de parranda (¡¿a las 9?¡, no son horas…), o se acostaran (cosa que no estaría mal para compensar las horas de sueño perdidas durante la noche) o se tocaran las narices hasta que recogen al peque. ¿Acaso las cosas del hogar se hacen solas?. Si usted ha tenido la suerte de tener una criatura come-duerme o cuenta con servicio doméstico,  o simplemente le parece mejor opción sobrecargar a la santa abuela de la criatura, no juzgue a las demás, que también nos merecemos un respirito.

¿ Qué problema les plantean los CEI?, si allí  las criaturas aprenden, se divierte e interactúan con otras personitas de su tamaño con las que por cierto tienen una conversaciones a lo Antonio Ozores alucinantes. A saber lo que se dicen. Y aprenden a relacionarse y comunicarse, desafortunadamente, empleando, no solo la media palabra que tienen, sino llegando a las manos, y no me refiero al lenguaje de signos. El primer día que mi criatura salió de la guarde con la cara como el Potro de Vallecas después de un combate de boxeo, yo quise morirme. “¡Qué barbaridad, ¿qué salvaje le ha hecho eso al niño de mis ojos, a mi pequeño del alma, a mi querubín?”. “Ha empezado él la pelea”, me dice la seño. “Upsss…(cambias rápidamente el tono), estos chiquillos…Un mal día lo tiene cualquiera”. En verdad esa agresión fue anecdótica y a juzgar por los moratones, bocados, puñados de pelo (arrancados de raíz), arañazos y demás fechorías que veo y que me cuentan que ocurren en estos centros educativos, la Junta de Andalucía debería plantearse poner polis de guardería,  y pronto hasta detectores de metales, porque no vean cómo se las gastan los menores de tres años.

Otra de las ventajas que tiene el hecho de que tu retoño vaya a un CEI es que así te garantizas tener un regalo el Día de la Madre, por si el padre corresponsable anda despistadillo. Este año ha sido mi primer regalo. ¡Cómo me he emocionado con las cositas que me ha hecho¡. Bueno, que me ha hecho su seño, porque esos detalles tienen tanta elaboración que requiere un máster en pretecnología. Pero él ha pegado muy bien los gomets, que no es tarea fácil.

En fin, que mi criatura está encantada y yo (porque su felicidad es la mía, por supuesto...) ni les cuento. Pero he de confesar que si dejar cada mañana al retoño en el centro educativo es un puntazo, ir a recogerlo para mi es una gozada. Vivir ese reencuentro materno filial es alucinante. En cuanto me ve se le ilumina la cara con una gran sonrisa y sale corriendo, gritando mamaaaaaaa, con los brazos extendidos hasta fundirnos en un intenso abrazo. Ni Marco cuando encontró a su madre fue tan afectivo. Este, aunque les cueste creerlo, es sin duda mi momento del día más feliz.

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