La generación ni-ni son los padres
Algún carca poco leído tuvo el instante de lucidez de su pobre vida al denominar al grupo de jóvenes que no estudia ni trabaja, como los ni-ni. Desde el primer minuto la ocurrencia causó furor en la sociedad, especialmente entre el sector de población adulta (adulta, pero no madura) que la utilizó con más saña que nadie. Había que lavar culpas y conciencias de alguna manera y el chiste vino de perlas. Quizás se les olvida a esas generaciones que el mundo que esos chicos han heredado es precisamente el que ellos han construido. El aterrador desempleo, la carestía de las universidades, la ridícula oferta de plazas en ciclos formativos... la falta de oportunidades y motivaciones, en resumen, hay que agradecérselo a políticos, banqueros y otros chorizos no tan trajeados. ¿Cómo se motiva un chico que acaba de empezar el instituto, cuando acaba de despedir a su primo, ingeniero de telecomunicaciones, que parte a Alemania a trabajar en donde salga?
Tampoco recuerdan esos adultos modélicos que la educación de los jóvenes es su total y casi única responsabilidad y que la ineptitud no tiene edad. ¡Esto ya no es lo que era!, repiten hasta la saciedad cuarentones y cincuentones, muchos de los cuales no han pegado un palo al agua en su vida, cuya preocupación primordial es que su niña no se haga un tatuaje. ¿Quiénes son los responsables de que los chicos no escuchen la bellísima palabra NO hasta que llegan al colegio? ¿Cuántos progenitores se presentan soltando sapos y culebras en un colegio, simplemente porque a su malcriado vástago no le apetece acatar las más básicas normas de convivencia? ¡Ay de quienes enjuagan sus culpas en autocomplacencia viendo Hermano Mayor!
¡Qué cafre es mi hijo, que no estudia! Yo, sin embargo, no me di cuenta de que el banco me estaba timando con la hipoteca de cuarenta años a 1400 euros/mes que pedí y que no iba a poder cumplirla en el momento que perdiera mi volátil empleo. ¡Pero el cafre es mi hijo, que no estudia! Seguro que ese chico no tiene la desvergüenza de criticar que su padre tampoco haya estudiado nunca, o que no haya conocido el sentido común. Que yo sepa, ningún adolescente ha redactado ninguna de la decena de estériles leyes de educación, las cuales nos están relegando poco a poco al culo del mundo. Así que, señores míos, que cada palo aguante su vela o, al menos, no tratemos de apagársela aún más a los que vienen por detrás, que bastante tienen con buscar algún chispazo en la oscuridad. Ellos son los verdaderos brotes verdes.
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