¿Quién me ha robado el mes de mayo?
Me apiado de los 170.000 turistas que han realizado una reserva para visitar los patios durante los próximos fines de semana. Conseguirán entrar en ellos en fila de a uno y en el mejor de los casos captarán con su móvil de penúltima generación una fotografía en la que aparecerán junto a señoras y señores desconocidos. Bienaventurados los propietarios, si los pétalos de sus geranios sobreviven al primer envite podrán dar gracias a Intelify por haber descongestionado algo esta avalancha.
La base del futuro de este país que se desmorona está en el conocimiento, pero los ritmos nos atropellan y no queremos saber nada más, pues todo sabemos. El martes paseé por el Alcázar Viejo, entré en un patio vacío, a esa hora en la que se puede regar porque el sol ilumina pero no quema, hablé con uno de sus vecinos y en apenas cinco minutos me contó la historia de esa casa. ¿No sería posible ese tipo de visita? Quizá conformar grupos, pedir silencio, explicar el patio... El miércoles acudí al barrio de Santiago y coincidí en otro patio con una avalancha de excursionistas. No quisieron atender a las recomendaciones de silencio, no tuvieron cuidado con las flores, no miraron, solamente chismorrearon y fotografiaron compulsivamente. No queremos aprender nada porque todo sabemos, pensé cuando un caballero, allí en el centro del patio, intentaba impresionarme mientras me enseñaba las fotos de las flores de su casa. La visita a los patios se ha convertido en una metáfora de nuestra propia vida: entramos en sus estancias con prisa, sin mirar, sin esfuerzo, coleccionándolos, como quien va tachando monumentos en la guía topten del viaje.
Reserven una oportunidad a la suerte porque a veces aparece. Puede que en su caso el azar le regale un rato de silencio, una conversación con alguno de los propietarios o simplemente un instante de soledad en los patios de Córdoba. Si no es así, vuelvan en otra ocasión, a ser posible no en mayo, un mes que imagino con envidia cómo será en esas ciudades normales. En Córdoba tenemos una primavera corta, de dos meses: mayo nos lo han robado y abril corre peligro de contagiarse de ese sonido saturado de sevillanas que emana de un altavoz apoyado en una barra de chapa patrocinada por una marca de cervezas.
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